Sun Tzu
El Arte de la Guerra
El Arte de la Guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos quinientos mil años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni hay un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, nos dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre le hombre prudente y el ignorante”.
Indice
Introducción: Sun Tzu y el "Arte de la Guerra"
1. Sobre la evaluación
2. Sobre la iniciación de las acciones
3. Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota
4. Sobre la medida en la disposición de los medios
5. Sobre la firmeza
6. Sobre lo lleno y lo vacío
7. Sobre el enfrentamiento directo e indirecto
8. Sobre los nueve cambios
9. Sobre la distribución de los medios
10. Sobre la topología
11. Sobre las clases de terreno
12. Sobre el arte de atacar por el fuego
13. sobre la concordia y la discordia
I N T R O D U C C I O N
Sun Tzu, El Arte de la Guerra
Sun Tzu fué un general chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo. La colección de ensayos sobre el arte de la guerra atribuida a Sun Tzu es el tratado más antiguo que se conoce sobre el tema. A pesar de su antigüedad los consejos de Sun Tzu siguen manteniendo vigencia.
El Arte de la Guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos mil quinientos años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni hay un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, nos dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre le hombre prudente y el ignorante”.
La obra de Sun Tzu llegó por primera vez a Europa en el periodo anterior a la Revolución Francesa, en forma de una breve traducción realizada por el sacerdote jesuita J. J. M. Amiot. En las diversas traducciones que se han hecho desde entonces, se nombra ocasionalmente al autor como Sun Wu o Sun Tzi
El núcleo de la filosofía de Sun Tzu sobre la guerra descansa en estos dos principios:
Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño. El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar.
Las ideas de Sun Tzu se extendieron por el resto de Asia hasta llegar a Japón. Los japoneses adoptaron rápidamente estas enseñanzas y, posiblemente, añadieron algunas de su propia cosecha. Hay constancia de que el principal libro japonés sobre el tema, "El libro de los Cinco Anillos", está influido por la filosofía de Sun Tzu, ya que su autor, Miyamoto Mushashi, estudió el tratado de "El Arte de la Guerra" durante su formación como Samurai.
Habitualmente se hace referencia a las culturas orientales como culturas de estrategia y no es pequeña la influencia de Sun Tzu en este desarrollo cultural. Hoy en día, la filosofía del arte de la guerra ha ido más allá de los límites estrictamente militares, aplicándose a los negocios, los deportes, la diplomacia e incluso el comportamiento personal. Por ejemplo, muchas frases clave de los manuales modernos de gestión de empresas, son prácticamente citas literales de la obra de Sun Tzu (cambiando, por ejemplo, ejercito por empresa, o armamento por recursos, sin ir más lejos). Las ideas siguen siendo completamente válidas a pesar de los 25 siglos transcurridos desde que se escribieron.
C A P I T U L O I
Sobre la evaluación
Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es mas querido; y ello no debe ocurrir entre nosotros.
Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales, y hacer comparaciones entre diversas condiciones de los bandos rivales, con vistas a determinar el resultado de la guerra.
El primero de estos factores es la doctrina; el segundo, el tiempo; el tercero, el terreno; el cuarto, el mando; y el quinto, la disciplina.
La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro.
El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el día, el frío y el calor, días despejados o lluviosos, y el cambio de las estaciones.
El terreno implica las distancias, y hace referencia a dónde es fácil o difícil desplazarse, y si es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las posibilidades de supervivencia.
El mando ha de tener como cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina.
Por último, la disciplina ha de ser comprendida como la organización del ejército, las graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas de suministros, y la provisión de material militar al ejército.
Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel que los domina, vence; aquel que no, sale derrotado. Por lo tanto, al trazar los planes, han de compararse los siguiente siete factores, valorando cada uno con el mayor cuidado:
¿Qué dirigente es más sabio y capaz?
¿Qué comandante posee el mayor talento?
¿Qué ejército obtiene ventajas de la naturaleza y el terreno?
¿En qué ejército se observan mejor las regulaciones y las instrucciones?
¿Qué tropas son más fuertes?
¿Qué ejército tiene oficiales y tropas mejor entrenadas?
¿Qué ejército administra recompensas y castigos de forma más justa?
Mediante el estudio de estos siete factores, seré capaz de adivinar cual de los dos bandos saldrá victorioso y cual será derrotado.
El general que siga mi consejo, es seguro que vencerá. Ese general ha de ser mantenido al mando. Aquel que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado. Ese debe ser destituido.
Tras prestar atención a mi consejo y planes, el general debe crear una situación que contribuya a su cumplimiento. Por situación quiero decir que debe tomar en consideración la situación del campo, y actuar de acuerdo con lo que le es ventajoso.
El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo.
Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo.
Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega.
Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la batalla indican victoria, es porque los cálculos cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son más favorables que las condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque muestran que las condiciones favorables para la batalla son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno puede vencer; sin ella, no puede. Muchas menos oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza cálculos en absoluto.
Gracias a este método, se puede examinar la situación, y el resultado aparece claramente.
C A P I T U L O II
Sobre la iniciación de las acciones
Una vez comenzada la batalla, aunque estés ganando, de continuar por mucho tiempo, desanimará a tus tropas y embotará tu espada. Si estás sitiando una ciudad, agotarás tus fuerzas. Si mantienes a tu ejército durante mucho tiempo en campaña, tus suministros se agotarán.
Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá calamidades. Como se ha dicho: "Los que a hierro matan, a hierro mueren." Cuando tus tropas están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus fuerzas y tus suministros son escasos, hasta los tuyos se aprovecharán de tu debilidad para sublevarse. Entonces, aunque tengas consejeros sabios, al final no podrás hacer que las cosas salgan bien.
Por esta causa, he oído hablar de operaciones militares que han sido torpes y repentinas, pero nunca he visto a ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la campaña por mucho tiempo. Nunca es beneficioso para un país dejar que una operación militar se prolongue por mucho tiempo.
Como se dice comúnmente, sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas podido taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.
Por lo tanto, los que no son totalmente conscientes de la desventaja de servirse de las armas no pueden ser totalmente conscientes de las ventajas de utilizarlas.
Los que utilizan los medios militares con pericia no activan a sus tropas dos veces, ni proporcionan alimentos en tres ocasiones, con un mismo objetivo.
Esto quiere decir que no se debe movilizar al pueblo más de una vez por campaña, y que inmediatamente después de alcanzar la victoria no se debe regresar al propio país para hacer una segunda movilización. Al principio esto significa proporcionar alimentos (para las propias tropas), pero después se quitan los alimentos al enemigo.
Si tomas los suministros de armas de tu propio país, pero quitas los alimentos al enemigo, puedes estar bien abastecido de armamento y de provisiones.
Cuando un país se empobrece a causa de las operaciones militares, se debe al transporte de provisiones desde un lugar distante. Si las transportas desde un lugar distante, el pueblo se empobrecerá.
Los que habitan cerca de donde está el ejército pueden vender sus cosechas a precios elevados, pero se acaba de este modo el bienestar de la mayoría de la población.
Cuando se transportan las provisiones muy lejos, la gente se arruina a causa del alto costo. En los mercados cercanos al ejército, los precios de las mercancías se aumentan. Por lo tanto, las largas campañas militares constituyen una lacra para el país.
Cuando se agotan los recursos, los impuestos se recaudan bajo presión. Cuando el poder y los recursos se han agotado, se arruina el propio país. Se priva al pueblo de gran parte de su presupuesto, mientras que los gastos del gobierno para armamentos se elevan.
Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos.
En consecuencia, un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus alimentos. Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras a ti mismo.
Así pues, lo que arrasa al enemigo es la imprudencia, y la motivación de los tuyos en asumir los beneficios de los adversarios.
Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que ostentaban los adversarios los harás luchar por propia iniciativa, y así podrás tomar el poder y la influencia que tenía el enemigo. Es por esto par lo que se dice que donde hay grandes recompensas hay hombres valientes.
Por consiguiente, en una batalla de carros, recompensa primero al que tome al menos diez carros.
Si recompensas a todo el mundo, no habrá suficiente para todos, así pues, ofrece una recompensa a un soldado para animar a todos los demás. Cambia sus colores (de los soldados enemigos hechos prisioneros), utilízalos mezclados con los tuyos. Trata bien a los soldados y préstales atención. Los soldados prisioneros deben ser bien tratados, para conseguir que en el futuro luchen para ti. A esto se llama vencer al adversario e incrementar por añadidura tus propias fuerzas.
Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas.
Así pues, lo más importante en una operación militar es la victoria y no la persistencia. Esta última no es beneficiosa. Un ejército es como el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí mismo.
Por lo tanto, sabemos que el que está a la cabeza del ejército está a cargo de las vidas de los habitantes y de la seguridad de la nación.
C A P I T U L O III
Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota
Como regla general, es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo. Capturar a sus soldados para conquistarlos y dominas a sus jefes.
Un General decía: "Practica las artes marciales, calcula la fuerza de tus adversarios, haz que pierdan su ánimo y dirección, de manera que aunque el ejército enemigo esté intacto sea inservible: esto es ganar sin violencia. Si destruyes al ejército enemigo y matas a sus generales, asaltas sus defensas disparando, reúnes a una muchedumbre y usurpas un territorio, todo esto es ganar por la fuerza."
Por esto, los que ganan todas las batallas no son realmente profesionales; los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros del Arte de la Guerra.
Los guerreros superiores atacan mientras los enemigos están proyectando sus planes. Luego deshacen sus alianzas.
Por eso, un gran emperador decía: "El que lucha por la victoria frente a espadas desnudas no es un buen general." La peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar a una ciudad sólo se lleva a cabo como último recurso.
Emplea no menos de tres meses en preparar tus artefactos y otros tres para coordinar los recursos para tu asedio. Nunca se debe atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable tomarse tiempo en la planificación y coordinación del plan.
Por lo tanto, un verdadero maestro de las artes marciales vence a otras fuerzas enemigas sin batalla, conquista otras ciudades sin asediarlas y destruye a otros ejércitos sin emplear mucho tiempo.
Un maestro experto en las artes marciales deshace los planes de los enemigos, estropea sus relaciones y alianzas, le corta los suministros o bloquea su camino, venciendo mediante estas tácticas sin necesidad de luchar.
Es imprescindible luchar contra todas las facciones enemigas para obtener una victoria completa, de manera que su ejército no quede acuartelado y el beneficio sea total. Esta es la ley del asedio estratégico.
La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo, y en cada caso el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia.
Así pues, la regla de la utilización de la fuerza es la siguiente: si tus fuerzas son diez veces superiores a las del adversario, rodéalo; si son cinco veces superiores, atácalo; si son dos veces superiores, divídelo.
Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te es posible. Si tus fuerzas son inferiores, manténte continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo te acarrearía las peores consecuencias. Trata de mantenerte al abrigo y evita en lo posible un enfrentamiento abierto con él; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar a cansar y a dominar incluso a numerosos ejércitos.
Este consejo se aplica en los casos en que todos los factores son equivalentes. Si tus fuerzas están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, si tú y tus fuerzas están con ánimo y ellos desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos, puedes entrar en batalla. Si tus soldados, tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida.
En consecuencia, si el bando más pequeño es obstinado, cae prisionero del bando más grande.
Esto quiere decir que si un pequeño ejército no hace una valoración adecuada de su poder y se atreve a enemistarse con una gran potencia, por mucho que su defensa sea firme, inevitablemente se convertirá en conquistado. "Si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes ser débil, serás derrotado." Los generales son servidores del Pueblo. Cuando su servicio es completo, el Pueblo es fuerte. Cuando su servicio es defectuoso, el Pueblo es débil.
Así pues, existen tres maneras en las que un Príncipe lleva al ejército al desastre. Cuando un Príncipe, ignorando los hechos, ordena avanzar a sus ejércitos o retirarse cuando no deben hacerlo; a esto se le llama inmovilizar al ejército. Cuando un Príncipe ignora los asuntos militares, pero comparte en pie de igualdad el mando del ejército, los soldados acaban confusos. Cuando el Príncipe ignora cómo llevar a cabo las maniobras militares, pero comparte por igual su dirección, los soldados están vacilantes. Una vez que los ejércitos están confusos y vacilantes, empiezan los problemas procedentes de los adversarios. A esto se le llama perder la victoria por trastornar el aspecto militar.
Si intentas utilizar los métodos de un gobierno civil para dirigir una operación militar, la operación será confusa.
Triunfan aquellos que:
Saben cuándo luchar y cuándo no
Saben discernir cuándo utilizar muchas o pocas tropas.
Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.
Se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos.
Tienen generales competentes y no limitados por sus gobiernos civiles.
Estas cinco son las maneras de conocer al futuro vencedor.
Hablar de que el Príncipe sea el que da las órdenes en todo es como el General solicitarle permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no quedan sino cenizas.
Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.
C A P I T U L O IV
Sobre la medida en la disposición de los medios
Antiguamente, los guerreros expertos se hacían a sí mismos invencibles en primer lugar, y después aguardaban para descubrir la vulnerabilidad de sus adversarios.
Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabili-dad del adversario significa conocer a los demás.
La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario.
Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles, pero no pueden hacer que sus adversarios sean vulnerables.
Si los adversarios no tienen orden de batalla sobre el que informarse, ni negligencias o fallos de los que aprovecharse, ¿cómo puedes vencerlos aunque estén bien pertrechados? Por esto es por lo que se dice que la victoria puede ser percibida, pero no fabricada.
La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque.
Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte. Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a atacarlos.
La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia.
Los expertos en defensa se esconden en las profundidades de la tierra; los expertos en maniobras de ataque se esconden en las más elevadas alturas del cielo. De esta manera pueden protegerse y lograr la victoria total.
En situaciones de defensa, acalláis las voces y borráis las huellas, escondidos como fantasmas y espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En situaciones de ataque, vuestro movimiento es rápido y vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo.
Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza. Todo el mundo elogia la victoria ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan buena.
Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de alcanzar la victoria donde no existe forma.
No se requiere mucha fuerza para levantar un cabello, no es necesario tener una vista aguda para ver el sol y la luna, ni se necesita tener mucho oído para escuchar el retumbar del trueno.
Lo que todo el mundo conoce no se llama sabiduría; la victoria sobre los demás obtenida por medio de la batalla no se considera una buena victoria.
En la antigüedad, los que eran conocidos como buenos guerreros vencían cuando era fácil vencer.
Si sólo eres capaz de asegurar la victoria tras enfrentarte a un adversario en un conflicto armado, esa victoria es una dura victoria. Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cuenta de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida es un victoria fácil.
En consecuencia, las victorias de los buenos guerreros no destacan por su inteligencia o su bravura. Así pues, las victorias que ganan en batalla no son debidas a la suerte. Sus victorias no son casualidades, sino que son debidas a haberse situado previamente en posición de poder ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que ya han perdido de antemano.
La gran sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver lo sutil, es fácil ganar; ¿qué tiene esto que ver con la inteligencia o la bravura? Cuando se resuelven los problemas antes de que surjan, ¿quién llama a esto inteligencia? Cuando hay victoria sin batalla, ¿quién habla de bravura?
Así pues, los buenos guerreros toman posición en un terreno en el que no pueden perder, y no pasan por alto las condiciones que hacen a su adversario proclive a la derrota.
En consecuencia, un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después; un ejército derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después.
Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y los que no tienen planes premeditados.
Los que utilizan bien las armas cultivan el Camino y observan las leyes. Así pueden gobernar prevaleciendo sobre los corruptos.
Servirse de la armonía para desvanecer la oposición, no atacar un ejército inocente, no hacer prisioneros o tomar botín par donde pasa el ejército, no cortar los árboles ni contaminar los pozos, limpiar y purificar los templos de las ciudades y montañas del camino que atraviesas, no repetir los errores de una civilización decadente, a todo esto se llama el Camino y sus leyes.
Cuando el ejército está estrictamente disciplinado, hasta el punto en que los soldados morirían antes que desobedecer las órdenes, y las recompensas y los castigos merecen confianza y están bien establecidos, cuando los jefes y oficiales son capaces de actuar de esta forma, pueden vencer a un Príncipe enemigo corrupto.
Las reglas militares son cinco: medición, valoración, cálculo, comparación y victoria. El terreno da lugar a las mediciones, éstas dan lugar a las valoraciones, las valoraciones a los cálculos, éstos a las comparaciones, y las comparaciones dan lugar a las victorias.
Mediante las comparaciones de las dimensiones puedes conocer dónde se haya la victoria o la derrota.
En consecuencia, un ejército victorioso es como un kilo comparado con un gramo; un ejército derrotado es como un gramo comparado con un kilo.
Cuando el que gana consigue que su pueblo vaya a la batalla como si estuviera dirigiendo una gran corriente de agua hacia un cañón profundo, esto es una cuestión de orden de batalla.
Cuando el agua se acumula en un cañón profundo, nadie puede medir su cantidad, lo mismo que nuestra defensa no muestra su forma. Cuando se suelta el agua, se precipita hacia abajo como un torrente, de manera tan irresistible como nuestro propio ataque.
C A P I T U L O V
Sobre la firmeza
La fuerza es la energía acumulada o la que se percibe. Esto es muy cambiante. Los expertos son capaces de vencer al enemigo creando una percepción favorable en ellos, así obtener la victoria sin necesidad de ejercer su fuerza.
Gobernar sobre muchas personas como si fueran poco es una cuestión de dividirlas en grupos o sectores: es organización. Batallar contra un gran número de tropas como si fueran pocas es una cuestión de demostrar la fuerza, símbolos y señales.
Se refiere a lograr una percepción de fuerza y poder en la oposición. En el campo de batalla se refiere a las formaciones y banderas utilizadas para desplegar las tropas y coordinar sus movimientos.
Lograr que el ejército sea capaz de combatir contra el adversario sin ser derrotado es una cuestión de emplear métodos ortodoxos o heterodoxos.
La ortodoxia y la heterodoxia no es algo fijo, sino que se utilizan como un ciclo. Un emperador que fue un famoso guerrero y administrador, hablaba de manipular las percepciones de los adversarios sobre lo que es ortodoxo y heterodoxo, y después atacar inesperadamente, combinando ambos métodos hasta convertirlo en uno, volviéndose así indefinible para el enemigo.
Que el efecto de las fuerzas sea como el de piedras arrojadas sobre huevos, es una cuestión de lleno y vacío.
Cuando induces a los adversarios a atacarte en tu territorio, su fuerza siempre está vacía (en desventaja); mientras que no compitas en lo que son los mejores, tu fuerza siempre estará llena. Atacar con lo vacío contra lo lleno es como arrojar piedras sobre huevos: de seguro se rompen.
Cuando se entabla una batalla de manera directa, la victoria se gana por sorpresa.
El ataque directo es ortodoxo. El ataque indirecto es heterodoxo.
Sólo hay dos clases de ataques en la batalla: el extraordinario por sorpresa y el directo ordinario, pero sus variantes son innumerables. Lo ortodoxo y lo heterodoxo se originan recíprocamente, como un círculo sin comienzo ni fin; ¿quién podría agotarlos?
Cuando la velocidad del agua que fluye alcanza el punto en el que puede mover las piedras, ésta es la fuerza directa. Cuando la velocidad y maniobrabilidad del halcón es tal que puede atacar y matar, esto es precisión. Lo mismo ocurre con los guerreros expertos: su fuerza es rápida, su precisión certera. Su fuerza es como disparar una catapulta, su precisión es dar en el objetivo previsto y causar el efecto esperado.
El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza.
Si quieres fingir desorden para convencer a tus adversarios y distraerlos, primero tienes que organizar el orden, porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial. Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque sólo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la arrogancia en tus enemigos, primero has de ser extremadamente fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser débil.
El orden y el desorden son una cuestión de organización; la cobardía es una cuestión valentía y la de ímpetu; la fuerza y la debilidad son una cuestión de la formación en la batalla.
Cuando un ejército tiene la fuerza del ímpetu (percepción), incluso el tímido se vuelve valiente, cuando pierde la fuerza del ímpetu, incluso el valiente se convierte en tímido. Nada está fijado en las leyes de la guerra: éstas se desarrollan sobre la base del ímpetu.
Con astucia se puede anticipar y lograr que los adversarios se convenzan a sí mismos cómo proceder y moverse; les ayuda a caminar por el camino que les traza. Hace moverse a los enemigos con la perspectiva del triunfo, para que caigan en la emboscada.
Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a partir de la fuerza del ímpetu (percepción) y no dependen sólo de la fuerza de sus soldados. Son capaces de escoger a la mejor gente, desplegarlos adecuadamente y dejar que la fuerza del ímpetu logre sus objetivos.
Cuando hay entusiasmo, convicción, orden, organización, recursos, compromiso de los soldados, tienes la fuerza del ímpetu, y el tímido es valeroso. Así es posible asignar a los soldados por sus capacidades, habilidades y encomendarle deberes y responsabilidades adecuadas. El valiente puede luchar, el cuidadoso puede hacer de centinela, y el inteligente puede estudiar, analizar y comunicar. Cada cual es útil.
Hacer que los soldados luchen permitiendo que la fuerza del ímpetu haga su trabajo es como hacer rodar rocas. Las rocas permanecen inmóviles cuando están en un lugar plano, pero ruedan en un plano inclinado; se quedan fijas cuando son cuadradas, pero giran si son redondas. Por lo tanto, cuando se conduce a los hombres a la batalla con astucia, el impulso es como rocas redondas que se precipitan montaña abajo: ésta es la fuerza que produce la victoria.
C A P I T U L O VI
Sobre lo lleno y lo vacío
Los que anticipan, se preparan y llegan primero al campo de batalla y esperan al adversario están en posición descansada; los que llegan los últimos al campo de batalla, los que improvisan y entablan la lucha quedan agotados.
Los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza.
Si haces que los adversarios vengan a ti para combatir, su fuerza estará siempre vacía. Si no sales a combatir, tu fuerza estará siempre llena. Este es el arte de vaciar a los demás y de llenarte a ti mismo.
Lo que impulsa a los adversarios a venir hacia ti por propia decisión es la perspectiva de ganar. Lo que desanima a los adversarios de ir hacia ti es la probabilidad de sufrir daños.
Cuando los adversarios están en posición favorable, debes cansarlos. Cuando están bien alimentados, cortar los suministros. Cuando están descansando, hacer que se pongan en movimiento.
Ataca inesperadamente, haciendo que los adversarios se agoten corriendo para salvar sus vidas. Interrumpe sus provisiones, arrasa sus campos y corta sus vías de aprovisionamiento. Aparece en lugares críticos y ataca donde menos se lo esperen, haciendo que tengan que acudir al rescate.
Aparece donde no puedan ir, se dirige hacia donde menos se lo esperen. Para desplazarte cientos de kilómetros sin cansancio, atraviesa tierras despobladas.
Atacar un espacio abierto no significa sólo un espacio en el que el enemigo no tiene defensa. Mientras su defensa no sea estricta - el lugar no esté bien guardado -, los enemigos se desperdigarán ante ti, como si estuvieras atravesando un territorio despoblado.
Para tomar infaliblemente lo que atacas, ataca donde no haya defensa. Para mantener una defensa infaliblemente segura, defiende donde no haya ataque.
Así, en el caso de los que son expertos en el ataque, sus enemigos no saben por dónde atacar.
Cuando se cumplen las instrucciones, las personas son sinceramente leales y comprometidas, los planes y preparativos para la defensa implantados con firmeza, siendo tan sutil y reservado que no se revelan las estrategias de ninguna forma, y los adversarios se sienten inseguros, y su inteligencia no les sirve para nada.
Sé extremadamente sutil, discreto, hasta el punto de no tener forma. Sé completamente misterioso y confidencial, hasta el punto de ser silencioso. De esta manera podrás dirigir el destino de tus adversarios.
Para avanzar sin encontrar resistencia, arremete por sus puntos débiles. Para retirarte de manera esquiva, sé más rápido que ellos.
Las situaciones militares se basan en la velocidad: llega como el viento, muévete como el relámpago, y los adversarios no podrán vencerte.
Por lo tanto, cuando quieras entrar en batalla, incluso si el adversario está atrincherado en una posición defensiva, no podrá evitar luchar si atacas en el lugar en el que debe acudir irremediablemente al rescate.
Cuando no quieras entrar en batalla, incluso si trazas una línea en el terreno que quieres conservar, el adversario no puede combatir contigo porque le das una falsa pista.
Esto significa que cuando los adversarios llegan para atacarte, no luchas con ellos, sino que estableces un cambio estratégico para confundirlos y llenarlos de incertidumbre.
Por consiguiente, cuando induces a otros a efectuar una formación, mientras que tú mismo permaneces sin forma, estás concentrado, mientras que tu adversario está dividido.
Haz que los adversarios vean como extraordinario lo que es ordinario para ti; haz que vean como ordinario lo que es extraordinario para ti. Esto es inducir al enemigo a efectuar una formación. Una vez vista la formación del adversario, concentras tus tropas contra él. Como tu formación no está a la vista, el adversario dividirá seguramente sus fuerzas.
Cuando estás concentrado formando una sola fuerza, mientras que el enemigo está dividido en diez, estás atacando a una concentración de uno contra diez, así que tus fuerzas superan a las suyas.
Si puedes atacar a unos pocos soldados con muchos, diezmarás el número de tus adversarios.
Cuando estás fuertemente atrincherado, te has hecho fuerte tras buenas barricadas, y no dejas filtrar ninguna información sobre tus fuerzas, sal afuera sin formación precisa, ataca y conquista de manera incontenible.
No han de conocer dónde piensas librar la batalla, porque cuando no se conoce, el enemigo destaca muchos puestos de vigilancia, y en el momento en el que se establecen numerosos puestos sólo tienes que combatir contra pequeñas unidades.
Así pues, cuando su vanguardia está preparada, su retaguardia es defectuosa, y cuando su retaguardia está preparada, su vanguardia presenta puntos débiles.
Las preparaciones de su ala derecha significarán carencia en su ala izquierda. Las preparaciones por todas partes significará ser vulnerable por todas partes.
Esto significa que cuando las tropas están de guardia en muchos lugares, están forzosamente desperdigadas en pequeñas unidades.
Cuando se dispone de pocos soldados se está a la defensiva contra el adversario el que dispone de muchos hace que el enemigo tenga que defenderse.
Cuantas más defensas induces a adoptar a tu enemigo, más debilitado quedará.
Así, si conoces el lugar y la fecha de la batalla, puedes acudir a ella aunque estés a mil kilómetros de distancia. Si no conoces el lugar y la fecha de la batalla, entonces tu flanco izquierdo no puede salvar al derecho, tu vanguardia no puede salvar a tu retaguardia, y tu retaguardia no puede salvar a tu vanguardia, ni siquiera en un territorio de unas pocas docenas de kilómetros.
Si tienes muchas más tropas que los demás, ¿cómo puede ayudarte este factor para obtener la victoria?
Si no conoces el lugar y la fecha de la batalla, aunque tus tropas sean más numerosas que las de ellos, ¿cómo puedes saber si vas a ganar o a perder?
Así pues, se dice que la victoria puede ser creada.
Si haces que los adversarios no sepan el lugar y la fecha de la batalla, siempre puedes vencer.
Incluso si los enemigos son numerosos, puede hacerse que no entren en combate.
Por tanto, haz tu valoración sobre ellos para averiguar sus planes, y determinar qué estrategia puede tener éxito y cuál no. Incítalos a la acción para descubrir cuál es el esquema general de sus movimientos y descansa.
Haz algo por o en contra de ellos para su atención, de manera que puedas de ellos para atraer descubrir sus hábitos de comportamiento de ataque y de defensa.
Indúcelos a adoptar formaciones específicas, para conocer sus puntos flacos.
Esto significa utilizar muchos métodos para confundir y perturbar al enemigo con el objetivo de observar sus formas de respuesta hacia ti; después de haberlas observado, actúas en consecuencia, de manera que puedes saber qué clase de situaciones significan vida y cuáles significan muerte.
Pruébalos para averiguar sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Por lo tanto, el punto final de la formación de un ejército es llegar a la no forma. Cuando no tienes forma, los informadores no pueden descubrir nada, ya que la información no puede crear una estrategia.
Una vez que no tienes forma perceptible, no dejas huellas que puedan ser seguidas, los informadores no encuentran ninguna grieta por donde mirar y los que están a cargo de la planificación no pueden establecer ningún plan realizable.
La victoria sobre multitudes mediante formaciones precisas debe ser desconocida par las multitudes. Todo el mundo conoce la forma mediante la que resultó vencedor, pero nadie conoce la forma mediante la que aseguró la victoria.
En consecuencia, la victoria en la guerra no es repetitiva, sino que adapta su forma continuamente.
Determinar los cambios apropiados, significa no repetir las estrategias previas para obtener la victoria. Para lograrla, puedo adaptarme desde el principio a cualquier formación que los adversarios puedan adoptar.
Las formaciones son como el agua: la naturaleza del agua es evitar lo alto e ir hacia abajo; la naturaleza de los ejércitos es evitar lo lleno y atacar lo vacío; el flujo del agua está determinado par la tierra; la victoria viene determinada por el adversario.
Así pues, un ejército no tiene formación constante, lo mismo que el agua no tiene forma constante: se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose según el enemigo.
C A P I T U L O VII
Sobre el enfrentamiento directo e indirecto
La regla ordinaria para el uso del ejército es que el mando del ejército reciba órdenes de las autoridades civiles y después reúne y concentra a las tropas, acuartelándolas juntas. Nada es más difícil que la lucha armada.
Luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo.
La dificultad de la lucha armada es hacer cercanas las distancias largas y convertir los problemas en ventajas.
Mientras que das la apariencia de estar muy lejos, empiezas tu camino y llegas antes que el enemigo.
Por lo tanto, haces que su ruta sea larga, atrayéndole con la esperanza de ganar. Cuando emprendes la marcha después que los otros y llegas antes que ellos, conoces la estrategia de hacer que las distancias sean cercanas.
Sírvete de una unidad especial para engañar al enemigo atrayéndole a una falsa persecución, haciéndole creer que el grueso de tus fuerzas está muy lejos; entonces, lanzas una fuerza de ataque sorpresa que llega antes, aunque emprendió el camino después.
Por consiguiente, la lucha armada puede ser provechosa y puede ser peligrosa.
Para el experto es provechosa, para el inexperto peligrosa.
Movilizar a todo el ejército para el combate en aras de obtener alguna ventaja tomaría mucho tiempo, pero combatir por una ventaja con un ejército incompleto tendría como resultado una falta de recursos.
Si te movilizas rápidamente y sin parar día y noche, recorriendo el doble de la distancia habitual, y si luchas por obtener alguna ventaja a miles de kilómetros, tus jefes militares serán hechos prisioneros. Los soldados que sean fuertes llegarán allí primero, los más cansados llegarán después - como regla general, sólo lo conseguirá uno de cada diez.
Cuando la ruta es larga las tropas se cansan; si han gastado su fuerza en la movilización, llegan agotadas mientras que sus adversarios están frescos; así pues, es seguro que serán atacadas.
Combatir por una ventaja a cincuenta kilómetros de distancia frustrará los planes del mando, y, como regla general, sólo la mitad de los soldados lo harán.
Si se combate por obtener una ventaja a treinta kilómetros de distancia, sólo dos de cada tres soldados los recorrerán.
Así pues, un ejército perece si no está equipado, si no tiene provisiones o si no tiene dinero.
Estas tres cosas son necesarias: no puedes combatir para ganar con un ejército no equipado, o sin provisiones, lo que el dinero facilita.
Por tanto, si ignoras los planes de tus rivales, no puedes hacer alianzas precisas.
A menos que conozcas las montañas y los bosques, los desfiladeros y los pasos, y la condición de los pantanos, no puedes maniobrar con una fuerza armada. A menos que utilices guías locales, no puedes aprovecharte de las ventajas del terreno.
Sólo cuando conoces cada detalle de la condición del terreno puedes maniobrar y guerrear.
Por consiguiente, una fuerza militar se usa según la estrategia prevista, se moviliza mediante la esperanza de recompensa, y se adapta mediante la división y la combinación.
Una fuerza militar se establece mediante la estrategia en el sentido de que distraes al enemigo para que no pueda conocer cuál es tu situación real y no pueda imponer su supremacía. Se moviliza mediante la esperanza de recompensa, en el sentido de que entra en acción cuando ve la posibilidad de obtener una ventaja. Dividir y volver a hacer combinaciones de tropas se hace para confundir al adversario y observar cómo reacciona frente a ti; de esta manera puedes adaptarte para obtener la victoria.
Por eso, cuando una fuerza militar se mueve con rapidez es como el viento; cuando va lentamente es como el bosque; es voraz como el fuego e inmóvil como las montañas.
Es rápida como el viento en el sentido que llega sin avisar y desaparece como el relámpago. Es como un bosque porque tiene un orden. Es voraz como el fuego que devasta una planicie sin dejar tras sí ni una brizna de hierba. Es inmóvil como una montaña cuando se acuartela.
Es tan difícil de conocer como la oscuridad; su movimiento es como un trueno que retumba.
Para ocupar un lugar, divide a tus tropas. Para expandir tu territorio, divide los beneficios.
La regla general de las operaciones militares es desproveer de alimentos al enemigo todo lo que se pueda. Sin embargo, en localidades donde la gente no tiene mucho, es necesario dividir a las tropas en grupos más pequeños para que puedan tomar en diversas partes lo que necesitan, ya que sólo así tendrán suficiente.
En cuanto a dividir el botín, significa que es necesario repartirlo entre las tropas para guardar lo que ha sido ganado, no dejando que el enemigo lo recupere.
Actúa después de haber hecho una estimación. Gana el que conoce primero la medida de lo que está lejos y lo que está cerca: ésta es la regla general de la lucha armada.
El primero que hace el movimiento es el "invitado", el último es el "anfitrión". El "invitado" lo tiene difícil, el "anfitrión lo tiene fácil". Cerca y lejos significan desplazamiento: el cansancio, el hambre y el frío surgen del desplazamiento.
Un antiguo libro que trata de asuntos militares dice: "Las palabras no son escuchadas, par eso se hacen los símbolos y los tambores. Las banderas y los estandartes se hacen a causa de la ausencia de visibilidad." Símbolos, tambores, banderas y estandartes se utilizan para concentrar y unificar los oídos y los ojos de los soldados. Una vez que están unificados, el valiente no puede actuar solo, ni el tímido puede retirarse solo: ésta es la regla general del empleo de un grupo.
Unificar los oídos y los ojos de los soldados significa hacer que miren y escuchen al unísono de manera que no caigan en la confusión y el desorden. La señales se utilizan para indicar direcciones e impedir que los individuos vayan a donde se les antoje.
Así pues, en batallas nocturnas, utiliza fuegos y tambores, y en batallas diurnas sírvete de banderas y estandartes, para manipular los oídos y los ojos de los soldados.
Utiliza muchas señales para confundir las percepciones del enemigo y hacerle temer tu temible poder militar.
De esta forma, haces desaparecer la energía de sus ejércitos y desmoralizas a sus generales.
En primer lugar, has de ser capaz de mantenerte firme en tu propio corazón; sólo entonces puedes desmoralizar a los generales enemigos. Por esto, la tradición afirma que los habitantes de otros tiempos tenían la firmeza para desmoralizar, y la antigua ley de los que conducían carros de combate decía que cuando la mente original es firme, la energía fresca es victoriosa.
De este modo, la energía de la mañana está llena de ardor, la del mediodía decae y la energía de la noche se retira; en consecuencia, los expertos en el manejo de las armas prefieren la energía entusiasta, atacan la decadente y la que se bate en retirada. Son ellos los que dominan la energía.
Cualquier débil en el mundo se dispone a combatir en un minuto si se siente animado, pero cuando se trata realmente de tomar las armas y de entrar en batalla, es poseído por la energía; cuando esta energía se desvanece, se detendrá, estará asustado y se arrepentirá de haber comenzado. La razón por la que esa clase de ejércitos miran por encima del hombro a enemigos fuertes, lo mismo que miran a las doncellas vírgenes, es porque se están aprovechando de su agresividad, estimulada por cualquier causa.
Utilizar el orden para enfrentarse al desorden, utilizar la calma para enfrentarse con los que se agitan, esto es dominar el corazón.
A menos que tu corazón esté totalmente abierto y tu mente en orden, no puedes esperar ser capaz de adaptarte a responder sin límites, a manejar los acontecimientos de manera infalible, a enfrentarte a dificultades graves e inesperadas sin turbarte, dirigiendo cada cosa sin confusión.
Dominar la fuerza es esperar a los que vienen de lejos, aguardar con toda comodidad a los que se han fatigado, y con el estómago saciado a los hambrientos.
Esto es lo que se quiere decir cuando se habla de atraer a otros hacia donde estás, al tiempo que evitas ser inducido a ir hacia donde están ellos.
Evitar la confrontación contra formaciones de combate bien ordenadas y no atacar grandes batallones constituye el dominio de la adaptación.
Por tanto, la regla general de las operaciones militares es no enfrentarse a una gran montaña ni oponerse al enemigo de espaldas a ésta.
Esto significa que si los adversarios están en un terreno elevado, no debes atacarles cuesta arriba, y que cuando efectúan una carga cuesta abajo, no debes hacerles frente.
No persigas a los enemigos cuando finjan una retirada, ni ataques tropas expertas.
Si los adversarios huyen de repente antes de agotar su energía, seguramente hay emboscadas esperándote para atacar a tus tropas; en este caso, debes retener a tus oficiales para que no se lancen en su persecución.
No consumas la comida de sus soldados.
Si el enemigo abandona de repente sus provisiones, éstas han de ser probadas antes de ser comidas, por si están envenenadas.
No detengas a ningún ejército que esté en camino a su país.
Bajo estas circunstancias, un adversario luchará hasta la muerte. Hay que dejarle una salida a un ejército rodeado.
Muéstrales una manera de salvar la vida para que no estén dispuestos a luchar hasta la muerte, y así podrás aprovecharte para atacarles.
No presiones a un enemigo desesperado.
Un animal agotado seguirá luchando, pues esa es la ley de la naturaleza.
Estas son las leyes de las operaciones militares.
C A P I T U L O VIII
Sobre los nueve cambios
Por lo general, las operaciones militares están bajo el del gobernante civil para dirigir al ejército.
El General no debe levantar su campamento en un terreno difícil. Deja que se establezcan relaciones diplomáticas en las fronteras. No permanezcas en un territorio árido ni aislado.
Cuando te halles en un terreno cerrado, prepara alguna estrategia y muévete. Cuando te halles en un terreno mortal, lucha.
Terreno cerrado significa que existen lugares escarpados que te rodean por todas partes, de manera que el enemigo tiene movilidad, que puede llegar e irse con libertad, pero a ti te es difícil salir y volver.
Cada ruta debe ser estudiada para que sea la mejor. Hay rutas que no debes usar, ejércitos que no han de ser atacados, ciudades que no deben ser rodeadas, terrenos sobre los que no se debe combatir, y órdenes de gobernantes civiles que no deben ser obedecidas.
En consecuencia, los generales que conocen las variables posibles para aprovecharse del terreno sabe cómo manejar las fuerzas armadas. Si los generales no saben cómo adaptarse de manera ventajosa, aunque conozcan la condición del terreno, no pueden aprovecharse de él.
Si están al mando de ejércitos, pero ignoran las artes de la total adaptabilidad, aunque conozcan el objetivo a lograr, no pueden hacer que los soldados luchen por él.
Si eres capaz de ajustar la campaña cambiar conforme al ímpetu de las fuerzas, entonces la ventaja no cambia, y los únicos que son perjudicados son los enemigos. Por esta razón, no existe una estructura permanente. Si puedes comprender totalmente este principio, puedes hacer que los soldados actúen en la mejor forma posible.
Por lo tanto, las consideraciones de la persona inteligente siempre incluyen el analizar objetivamente el beneficio y el daño. Cuando considera el beneficio, su acción se expande; cuando considera el daño, sus problemas pueden resolverse.
El beneficio y el daño son interdependientes, y los sabios los tienen en cuenta.
Por ello, lo que retiene a los adversarios es el daño, lo que les mantiene ocupados es la acción, y lo que les motiva es el beneficio.
Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar. Pero antes de lograrlo, tienes que realizar previamente tu propia labor. Esa labor consiste en desarrollar un ejército fuerte, un pueblo próspero, una sociedad armoniosa y una manera ordenada de vivir.
Así pues, la norma general de las operaciones militares consiste en no contar con que el enemigo no acuda, sino confiar en tener los medios de enfrentarte a él; no contar con que el adversario no ataque, sino confiar en poseer lo que no puede ser atacado.
Si puedes recordar siempre el peligro cuando estás a salvo y el caos en tiempos de orden, permanece atento al peligro y al caos mientras no tengan todavía forma, y evítalos antes de que se presenten; ésta es la mejor estrategia de todas.
Por esto, existen cinco rasgos que son peligrosos en los generales. Los que están dispuestos a morir, pueden perder la vida; los que quieren preservar la vida, pueden ser hechos prisioneros; los que son dados a los apasionamientos irracionales, pueden ser ridiculizados; los que son muy puritanos, pueden ser deshonrados; los que son compasivos, pueden ser turbados.
Si te presentas en un lugar que con toda seguridad los enemigos se precipitarán a defender, las personas compasivas se apresurarán invariablemente a rescatar a sus habitantes, causándose a sí mismos problemas y cansancio.
Estos son cinco rasgos que constituyen defectos en los generales y que son desastrosos para las operaciones militares.
Los buenos generales son de otra manera: se comprometen hasta la muerte, pero no se aferran a la esperanza de sobrevivir; actúan de acuerdo con los acontecimientos, en forma racional y realista, sin dejarse llevar por las emociones ni estar sujetos a quedar confundidos. Cuando ven una buena oportunidad, son como tigres, en caso contrario cierran sus puertas. Su acción y su no acción son cuestiones de estrategia, y no pueden ser complacidos ni enfadados.
C A P I T U L O IX
Sobre la distribución de los medios
Las maniobras militares son el resultado de los planes y las estrategias en la manera más ventajosa para ganar. Determinan la movilidad y efectividad de las tropas.
Si vas a colocar tu ejército en posición de observar al enemigo, atraviesa rápido las montañas y vigílalos desde un valle.
Considera el efecto de la luz y manténte en la posición más elevada del valle. Cuando combatas en una montaña, ataca desde arriba hacia abajo y no al revés.
Combate estando cuesta abajo y nunca cuesta arriba. Evita que el agua divida tus fuerzas, aléjate de las condiciones desfavorables lo antes que te sea posible. No te enfrentes a los enemigos dentro del agua; es conveniente dejar que pasen la mitad de sus tropas y en ese momento dividirlas y atacarlas.
No te sitúes río abajo. No camines en contra de la corriente, ni en contra del viento.
Si acampas en la ribera de un río, tus ejércitos pueden ser sorprendidos de noche, empujados a ahogarse o se les puede colocar veneno en la corriente. Tus barcas no deben ser amarradas corriente abajo, para impedir que el enemigo aproveche la corriente lanzando sus barcas contra ti. Si atraviesas pantanos, hazlo rápidamente. Si te encuentras frente a un ejército en media de un pantano, permanece cerca de sus plantas acuáticas o respaldado por los árboles.
En una llanura, toma posiciones desde las que sea fácil maniobrar, manteniendo las elevaciones del terreno detrás y a tu derecha, estando las partes más bajas delante y las más altos detrás.
Generalmente, un ejército prefiere un terreno elevado y evita un terreno bajo, aprecia la luz y detesta la oscuridad.
Los terrenos elevados son estimulantes, y por lo tanto, la gente se halla a gusto en ellos, además son convenientes para adquirir la fuerza del ímpetu. Los terrenos bajos son húmedos, lo cual provoca enfermedades y dificulta el combate.
Cuida de la salud física de tus soldados con los mejores recursos disponibles.
Cuando no existe la enfermedad en un ejército, se dice que éste es invencible.
Donde haya montículos y terraplenes, sitúate en su lado soleado, manteniéndolos siempre a tu derecha y detrás.
Colocarse en la mejor parte del terreno es ventajoso para una fuerza militar.
La ventaja en una operación militar consiste en aprovecharse de todos los factores beneficiosos del terreno.
Cuando llueve río arriba y la corriente trae consigo la espuma, si quieres cruzarlo, espera a que escampe.
Siempre que un terreno presente barrancos infranqueables, lugares cerrados, trampas, riesgos, grietas y prisiones naturales, debes abandonarlo rápidamente y no acercarte a él. En lo que a mí concierne, siempre me mantengo alejado de estos accidentes del terreno, de manera que los adversarios estén más cerca que yo de ellos; doy la cara a estos accidentes, de manera que queden a espaldas del enemigo.
Entonces estás en situación ventajosa, y él tiene condiciones desfavorables.
Cuando un ejército se está desplazando, si atraviesa territorios montañosos con muchas corrientes de agua y pozos, o pantanos cubiertos de juncos, o bosques vírgenes llenos de árboles y vegetación, es imprescindible escudriñarlos totalmente y con cuidado, ya que estos lugares ayudan a las emboscadas y a los espías.
Es esencial bajar del caballo y escudriñar el terreno, por si existen tropas escondidas para tenderte una emboscada. También podría ser que hubiera espías al acecho observándote y escuchando tus instrucciones y movimientos.
Cuando el enemigo está cerca, pero permanece en calma, quiere decir que se halla en una posición fuerte. Cuando está lejos pero intenta provocar hostilidades, quiere que avances. Si, además, su posición es accesible, eso quiere decir que le es favorable.
Si un adversario no conserva la posición que le es favorable por las condiciones del terreno y se sitúa en otro lugar conveniente, debe ser porque existe alguna ventaja táctica para obrar de esta manera.
Si se mueven los árboles, es que el enemigo se está acercando. Si hay obstáculos entre los matorrales, es que has tomado un mal camino.
La idea de poner muchos obstáculos entre la maleza es hacerte pensar que existen tropas emboscadas escondidas en medio de ella.
Si los pájaros alzan el vuelo, hay tropas emboscadas en el lugar. Si los animales están asustados, existen tropas atacantes. Si se elevan columnas de polvo altas y espesas, hay carros que se están acercando; si son bajas y anchas, se acercan soldados a pie. Humaredas esparcidas significan que se está cortando leña. Pequeñas polvaredas que van y vienen indican que hay que levantar el campamento.
Si los emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste incrementa sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando se pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el enemigo se va a retirar.
Si sus emisarios vienen con palabras humildes, envía espías para observar al enemigo y comprobarás que está aumentando sus preparativos de guerra.
Cuando los carros ligeros salen en primer lugar y se sitúan en los flancos, están estableciendo un frente de batalla.
Si los emisarios llegan pidiendo la paz sin firmar un tratado, significa que están tramando algún complot.
Si el enemigo dispone rápidamente a sus carros en filas de combate, es que está esperando refuerzos.
No se precipitarán para un encuentro ordinario si no entienden que les ayudará, o debe haber una fuerza que se halla a distancia y que es esperada en un determinado momento para unir sus tropas y atacarte. Conviene anticipar, prepararse inmediatamente para esta eventualidad.
Si la mitad de sus tropas avanza y la otra mitad retrocede, es que el enemigo piensa atraerte a una trampa.
El enemigo está fingiendo en este caso confusión y desorden para incitarte a que avances.
Si los soldados enemigos se apoyan unos en otros, es que están hambrientos.
Si los aguadores beben en primer lugar, es que las tropas están sedientas.
Si el enemigo ve una ventaja pero no la aprovecha, es que está cansado.
Si los pájaros se reúnen en el campo enemigo, es que el lugar está vacío.
Si hay pájaros sobrevolando una ciudad, el ejército ha huido.
Si se producen llamadas nocturnas, es que los soldados enemigos están atemorizados. Tienen miedo y están inquietos, y por eso se llaman unos a otros.
Si el ejército no tiene disciplina, esto quiere decir que el general no es tomado en serio.
Si los estandartes se mueven, es que está sumido en la confusión.
Las señales se utilizan para unificar el grupo; así pues, si se desplaza de acá para allá sin orden ni concierto, significa que sus filas están confusas.
Si sus emisarios muestran irritación, significa que están cansados.
Si matan sus caballos para obtener carne, es que los soldados carecen de alimentos; cuando no tienen marmitas y no vuelven a su campamento, son enemigos completamente desesperados.
Si se producen murmuraciones, faltas de disciplina y los soldados hablan mucho entre sí, quiere decir que se ha perdido la lealtad de la tropa.
Las murmuraciones describen la expresión de los verdaderos sentimientos; las faltas de disciplina indican problemas con los superiores. Cuando el mando ha perdido la lealtad de las tropas, los soldados se hablan con franqueza entre sí sobre los problemas con sus superiores.
Si se otorgan numerosas recompensas, es que el enemigo se halla en un callejón sin salida; cuando se ordenan demasiados castigos, es que el enemigo está desesperado.
Cuando la fuerza de su ímpetu está agotada, otorgan constantes recompensas para tener contentos a los soldados, para evitar que se rebelen en masa. Cuando los soldados están tan agotados que no pueden cumplir las órdenes, son castigados una y otra vez para restablecer la autoridad.
Ser violento al principio y terminar después temiendo a los propios soldados es el colmo de la ineptitud.
Los emisarios que acuden con actitud conciliatoria indican que el enemigo quiere una tregua.
Si las tropas enemigas se enfrentan a ti con ardor, pero demoran el momento de entrar en combate sin abandonar no obstante el terreno, has de observarlos cuidadosamente.
Están preparando un ataque por sorpresa.
En asuntos militares, no es necesariamente más beneficioso ser superior en fuerzas, sólo evitar actuar con violencia innecesaria; es suficiente con consolidar tu poder, hacer estimaciones sobre el enemigo y conseguir reunir tropas; eso es todo.
El enemigo que actúa aisladamente, que carece de estrategia y que toma a la ligera a sus adversarios, inevitablemente acabará siendo derrotado.
Si tu plan no contiene una estrategia de retirada o posterior al ataque, sino que confías exclusivamente en la fuerza de tus soldados, y tomas a la ligera a tus adversarios sin valorar su condición, con toda seguridad caerás prisionero.
Si se castiga a los soldados antes de haber conseguido que sean leales al mando, no obedecerán, y si no obedecen, serán difíciles de emplear.
Tampoco podrán ser empleados si no se lleva a cabo ningún castigo, incluso después de haber obtenido su lealtad.
Cuando existe un sentimiento subterráneo de aprecio y confianza, y los corazones de los soldados están ya vinculados al mando, si se relaja la disciplina, los soldados se volverán arrogantes y será imposible emplearlos.
Por lo tanto, dirígelos mediante el arte civilizado y unifícalos mediante las artes marciales; esto significa una victoria continua.
Arte civilizado significa humanidad, y artes marciales significan reglamentos. Mándalos con humanidad y benevolencia, unifícalos de manera estricta y firme. Cuando la benevolencia y la firmeza son evidentes, es posible estar seguro de la victoria.
Cuando las órdenes se dan de manera clara, sencilla y consecuente a las tropas, éstas las aceptan. Cuando las órdenes son confusas, contradictorias y cambiantes las tropas no las aceptan o no las entienden.
Cuando las órdenes son razonables, justas, sencillas, claras y consecuentes, existe una satisfacción recíproca entre el líder y el grupo.
C A P I T U L O X
Sobre la topología
Algunos terrenos son fáciles, otros difíciles, algunos neutros, otros estrechos, accidentados o abiertos.
Cuando el terreno sea accesible, sé el primero en establecer tu posición, eligiendo las alturas soleadas; una posición que sea adecuada para transportar los suministros; así tendrás ventaja cuando libres la batalla.
Cuando estés en un terreno difícil de salir, estás limitado. En este terreno, si tu enemigo no está preparado, puedes vencer si sigues adelante, pero si el enemigo está preparado y sigues adelante, tendrás muchas dificultades para volver de nuevo a él, lo cual jugará en contra tuya.
Cuando es un terreno desfavorable para ambos bandos, se dice que es un terreno neutro. En un terreno neutro, incluso si el adversario te ofrece una ventaja, no te aproveches de ella: retírate, induciendo a salir a la mitad de las tropas enemigas, y entonces cae sobre él aprovechándote de esta condición favorable.
En un terreno estrecho, si eres el primero en llegar, debes ocuparlo totalmente y esperar al adversario. Si él llega antes, no lo persigas si bloquea los desfiladeros. Persíguelo sólo si no los bloquea.
En terreno accidentado, si eres el primero en llegar, debes ocupar sus puntos altos y soleados y esperar al adversario. Si éste los ha ocupado antes, retírate y no lo persigas.
En un terreno abierto, la fuerza del ímpetu se encuentra igualada, y es difícil provocarle a combatir de manera desventajosa para él.
Entender estas seis clases de terreno es la responsabilidad principal del general, y es imprescindible considerarlos.
Éstas son las configuraciones del terreno; los generales que las ignoran salen derrotados.
Así pues, entre las tropas están las que huyen, la que se retraen, las que se derrumban, las que se rebelan y las que son derrotadas. Ninguna de estas circunstancias constituyen desastres naturales, sino que son debidas a los errores de los generales.
Las tropas que tienen el mismo ímpetu, pero que atacan en proporción de uno contra diez, salen derrotadas. Los que tienen tropas fuertes pero cuyos oficiales son débiles, quedan retraídos.
Los que tienen soldados débiles al mando de oficiales fuertes, se verán en apuros. Cuando los oficiales superiores están encolerizados y son violentos, y se enfrentan al enemigo por su cuenta y por despecho, y cuando los generales ignoran sus capacidades, el ejército se desmoronará.
Como norma general, para poder vencer al enemigo, todo el mando militar debe tener una sola intención y todas las fuerzas militares deben cooperar.
Cuando los generales son débiles y carecen de autoridad, cuando las órdenes no son claras, cuando oficiales y soldados no tienen solidez y las formaciones son anárquicas, se produce revuelta.
Los generales que son derrotados son aquellos que son incapaces de calibrar a los adversarios, entran en combate con fuerzas superiores en número o mejor equipadas, y no seleccionan a sus tropas según los niveles de preparación de las mismas.
Si empleas soldados sin seleccionar a los preparados de los no preparados, a los arrojados y a los timoratos, te estás buscando tu propia derrota.
Estas son las seis maneras de ser derrotado. La comprensión de estas situaciones es la responsabilidad suprema de los generales y deben ser consideradas.
La primera es no calibrar el número de fuerzas; la segunda, la ausencia de un sistema claro de recompensas y castigos; la tercera, la insuficiencia de entrenamiento; la cuarta es la pasión irracional; la quinta es la ineficacia de la ley del orden; y la sexta es el fallo de no seleccionar a los soldados fuertes y resueltos.
La configuración del terreno puede ser un apoyo para el ejército; para los jefes militares, el curso de la acción adecuada es calibrar al adversario para asegurar la victoria y calcular los riesgos y las distancias. Salen vencedores los que libran batallas conociendo estos elementos; salen derrotados los que luchan ignorándolos.
Por lo tanto, cuando las leyes de la guerra señalan una victoria segura es claramente apropiado entablar batalla, incluso si el gobierno ha dada órdenes de no atacar. Si las leyes de la guerra no indican una victoria segura, es adecuado no entrar en batalla, aunque el gobierno haya dada la orden de atacar. De este modo se avanza sin pretender la gloria, se ordena la retirada sin evitar la responsabilidad, con el único propósito de proteger a la población y en beneficio también del gobierno; así se rinde un servicio valioso a la nación.
Avanzar y retirarse en contra de las órdenes del gobierno no se hace por interés personal, sino para salvaguardar las vidas de la población y en auténtico beneficio del gobierno. Servidores de esta talla son muy útiles para un pueblo.
Mira por tus soldados como miras por un recién nacido; así estarán dispuestos a seguirte hasta los valles más profundos; cuida de tus soldados como cuidas de tus queridos hijos, y morirán gustosamente contigo.
Pero si eres tan amable con ellos que no los puedes utilizar, si eres tan indulgente que no les puedes dar órdenes, tan informal que no puedes disciplinarlos, tus soldados serán como niños mimados y, por lo tanto, inservibles.
Las recompensas no deben utilizarse solas, ni debe confiarse solamente en los castigos. En caso contrario, las tropas, como niños mimosos, se acostumbran a disfrutar o a quedar resentidas por todo. Esto es dañino y los vuelve inservibles.
Si sabes que tus soldados son capaces de atacar, pero ignoras si el enemigo es invulnerable a un ataque, tienes sólo la mitad de posibilidades de ganar. Si sabes que tu enemigo es vulnerable a un ataque, pero ignoras si tus soldados son capaces de atacar, sólo tienes la mitad de posibilidades de ganar. Si sabes que el enemigo es vulnerable a un ataque, y tus soldados pueden llevarlo a cabo, pero ignoras si la condición del terreno es favorable para la batalla, tienes la mitad de probabilidades de vencer.
Por lo tanto, los que conocen las artes marciales no pierden el tiempo cuando efectúan sus movimientos, ni se agotan cuando atacan. Debido a esto se dice que cuando te conoces a ti mismo y conoces a los demás, la victoria no es un peligro; cuando conoces el cielo y la tierra, la victoria es inagotable.
C A P I T U L O XI
Sobre las nueve clases de terreno
Conforme a las leyes de las operaciones militares, existen nueve clases de terreno. Si intereses locales luchan entre sí en su propio territorio, a éste se le llama terreno de dispersión.
Cuando los soldados están apegados a su casa y combaten cerca de su hogar, pueden ser dispersados con facilidad.
Cuando penetras en un territorio ajeno, pero no lo haces en profundidad, a éste se le llama territorio ligero.
Esto significa que los soldados pueden regresar fácilmente.
El territorio que puede resultarte ventajoso si lo tomas, y ventajoso al enemigo si es él quien lo conquista, se llama terreno clave.
Un terreno de lucha inevitable es cualquier enclave defensivo o paso estratégico.
Un territorio igualmente accesible para ti y para los demás se llama terreno de comunicación.
El territorio que está rodeado por tres territorios rivales y es el primero en proporcionar libre acceso a él a todo el mundo se llama terreno de intersección.
El terreno de intersección es aquel en el que convergen las principales vías de comunicación uniéndolas entre sí: sé el primero en ocuparlo, y la gente tendrá que ponerse de tu lado. Si lo obtienes, te encuentras seguro; si lo pierdes, corres peligro.
Cuando penetras en profundidad en un territorio ajeno, y dejas detrás muchas ciudades y pueblos, a este terreno se le llama difícil.
Es un terreno del que es difícil regresar.
Cuando atraviesas montañas boscosas, desfiladeros abruptos u otros accidentes difíciles de atravesar, a esto se le llama terreno desfavorable.
Cuando el acceso es estrecho y la salida es tortuosa, de manera que una pequeña unidad enemiga puede atacarte, aunque tus tropas sean más numerosas, a éste se le llama terreno cercado.
Si eres capaz de una gran adaptación, puedes atravesar este territorio.
Si sólo puedes sobrevivir en un territorio luchando con rapidez, y si es fácil morir si no lo haces, a éste se le llama terreno mortal.
Las tropas que se encuentran en un terreno mortal están en la misma situación que si se encontraran en una barca que se hunde o en una casa ardiendo.
Así pues, no combatas en un terreno de dispersión, no te detengas en un terreno ligero, no ataques en un terreno clave (ocupado por el enemigo), no dejes que tus tropas sean divididas en un terreno de comunicación. En terrenos de intersección, establece comunicaciones; en terrenos difíciles, entra aprovisionado; en terrenos desfavorables, continúa marchando; en terrenos cercados, haz planes; en terrenos mortales, lucha.
En un terreno de dispersión, los soldados pueden huir. Un terreno ligero es cuando los soldados han penetrado en territorio enemigo, pero todavía no tienen las espaldas cubiertas: por eso, sus mentes no están realmente concentradas y no están listos para la batalla. No es ventajoso atacar al enemigo en un terreno clave; lo que es ventajoso es llegar el primero a él. No debe permitirse que quede aislado el terreno de comunicación, para poder servirse de las rutas de suministros. En terrenos de intersección, estarás a salvo si estableces alianzas; si las pierdes, te encontrarás en peligro. En terrenos difíciles, entrar aprovisionado significa reunir todo lo necesario para estar allí mucho tiempo. En terrenos desfavorables, ya que no puedes atrincherarte en ello, debes apresurarte a salir. En terrenos cercados, introduce tácticas sorpresivas.
Si las tropas caen en un terreno mortal, todo el mundo luchará de manera espontánea. Por esto se dice: "Sitúa a las tropas en un terreno mortal y sobrevivirán."
Los que eran antes considerados como expertos en el arte de la guerra eran capaces de hacer que el enemigo perdiera contacto entre su vanguardia y su retaguardia, la confianza entre las grandes y las pequeñas unidades, el interés recíproco par el bienestar de los diferentes rangos, el apoyo mutuo entre gobernantes y gobernados, el alistamiento de soldados y la coherencia de sus ejércitos. Estos expertos entraban en acción cuando les era ventajoso, y se retenían en caso contrario.
Introducían cambios para confundir al enemigo, atacándolos aquí y allá, aterrorizándolos y sembrando en ellos la confusión, de tal manera que no les daban tiempo para hacer planes.
Se podría preguntar cómo enfrentarse a fuerzas enemigas numerosas y bien organizadas que se dirigen hacia ti. La respuesta es quitarles en primer lugar algo que aprecien, y después te escucharán.
La rapidez de acción es el factor esencial de la condición de la fuerza militar, aprovechándose de los errores de los adversarios, desplazándose por caminos que no esperan y atacando cuando no están en guardia.
Esto significa que para aprovecharse de la falta de preparación, de visión y de cautela de los adversarios, es necesario actuar con rapidez, y que si dudas, esos errores no te servirán de nada.
En una invasión, por regla general, cuanto más se adentran los invasores en el territorio ajeno, más fuertes se hacen, hasta el punto de que el gobierno nativo no puede ya expulsarlos.
Escoge campos fértiles, y las tropas tendrán suficiente para comer. Cuida de su salud y evita el cansancio, consolida su energía, aumenta su fuerza. Que los movimientos de tus tropas y la preparación de tus planes sean insondables.
Consolida la energía más entusiasta de tus tropas, ahorra las fuerzas sobrantes, mantén en secreto tus formaciones y tus planes, permaneciendo insondable para los enemigos, y espera a que se produzca un punto vulnerable para avanzar.
Sitúa a tus tropas en un punto que no tenga salida, de manera que tengan que morir antes de poder escapar. Porque, ¿ante la posibilidad de la muerte, qué no estarán dispuestas a hacer? Los guerreros dan entonces lo mejor de sus fuerzas. Cuando se hallan ante un grave peligro, pierden el miedo. Cuando no hay ningún sitio a donde ir, permanecen firmes; cuando están totalmente implicados en un terreno, se aferran a él. Si no tienen otra opción, lucharán hasta el final.
Por esta razón, los soldados están vigilantes sin tener que ser estimulados, se alistan sin tener que ser llamados a filas, son amistosos sin necesidad de promesas, y se puede confiar en ellos sin necesidad de órdenes.
Esto significa que cuando los combatientes se encuentran en peligro de muerte, sea cual sea su rango, todos tienen el mismo objetivo, y, por lo tanto, están alerta sin necesidad de ser estimulados, tienen buena voluntad de manera espontánea y sin necesidad de recibir órdenes, y puede confiarse de manera natural en ellos sin promesas ni necesidad de jerarquía.
Prohibe los augurios para evitar las dudas, y los soldados nunca te abandonarán. Si tus soldados no tienen riquezas, no es porque las desdeñen. Si no tienen más longevidad, no es porque no quieran vivir más tiempo. El día en que se da la orden de marcha, los soldados lloran.
Así pues, una operación militar preparada con pericia debe ser como una serpiente veloz que contraataca con su cola cuando alguien le ataca por la cabeza, contraataca con la cabeza cuando alguien le ataca por la cola y contraataca con cabeza y cola, cuando alguien le ataca por el medio.
Esta imagen representa el método de una línea de batalla que responde velozmente cuando es atacada. Un manual de ocho formaciones clásicas de batalla dice: "Haz del frente la retaguardia, haz de la retaguardia el frente, con cuatro cabezas y ocho colas. Haz que la cabeza esté en todas partes, y cuando el enemigo arremeta por el centro, cabeza y cola acudirán al rescate."
Puede preguntarse la cuestión de si es posible hacer que una fuerza militar sea como una serpiente rápida. La respuesta es afirmativa. Incluso las personas que se tienen antipatía, encontrándose en el mismo barco, se ayudarán entre sí en caso de peligro de zozobrar.
Es la fuerza de la situación la que hace que esto suceda.
Por esto, no basta con depositar la confianza en caballos atados y ruedas fijadas.
Se atan los caballos para formar una línea de combate estable, y se fijan las ruedas para hacer que los carros no se puedan mover. Pero aun así, esto no es suficientemente seguro ni se puede confiar en ello. Es necesario permitir que haya variantes a los cambios que se hacen, poniendo a los soldados en situaciones mortales, de manera que combatan de forma espontánea y se ayuden unos a otros codo con codo: éste es el camino de la seguridad y de la obtención de una victoria cierta.
La mejor organización es hacer que se exprese el valor y mantenerlo constante. Tener éxito tanto con tropas débiles como con tropas aguerridas se basa en la configuración de las circunstancias.
Si obtienes la ventaja del terreno, puedes vencer a los adversarios, incluso con tropas ligeras y débiles; ¿cuánto más te sería posible si tienes tropas poderosas y aguerridas? Lo que hace posible la victoria a ambas clases de tropas es las circunstancias del terreno.
Por lo tanto, los expertos en operaciones militares logran la cooperación de la tropa, de tal manera que dirigir un grupo es como dirigir a un solo individuo que no tiene más que una sola opción.
Corresponde al general ser tranquilo, reservado, justo y metódico.
Sus planes son tranquilos y absolutamente secretos para que nadie pueda descubrirlos. Su mando es justo y metódico, así que nadie se atreve a tomarlo a la ligera.
Puede mantener a sus soldados sin información y en completa ignorancia de sus planes.
Cambia sus acciones y revisa sus planes, de manera que nadie pueda reconocerlos. Cambia de lugar su emplazamiento y se desplaza por caminos sinuosos, de manera que nadie pueda anticiparse.
Puedes ganar cuando nadie puede entender en ningún momento cuáles son tus intenciones.
Dice un Gran Hombre: "El principal engaño que se valora en las operaciones militares no se dirige sólo a los enemigos, sino que empieza por las propias tropas, para hacer que le sigan a uno sin saber adónde van." Cuando un general fija una meta a sus tropas, es como el que sube a un lugar elevado y después retira la escalera. Cuando un general se adentra muy en el interior del territorio enemigo, está poniendo a prueba todo su potencial.
Ha hecho quemar las naves a sus tropas y destruir sus casas; así las conduce como un rebaño y todos ignoran hacia dónde se encaminan.
Incumbe a los generales reunir a los ejércitos y ponerlos en situaciones peligrosas. También han de examinar las adaptaciones a los diferentes terrenos, las ventajas de concentrarse o dispersarse, y las pautas de los sentimientos y situaciones humanas.
Cuando se habla de ventajas y de desventajas de la concentración y de la dispersión, quiere decir que las pautas de los comportamientos humanos cambian según los diferentes tipos de terreno.
En general, la pauta general de los invasores es unirse cuando están en el corazón del territorio enemigo, pero tienden a dispersarse cuando están en las franjas fronterizas. Cuando dejas tu territorio y atraviesas la frontera en una operación militar, te hallas en un terreno aislado.
Cuando es accesible desde todos los puntos, es un terreno de comunicación.
Cuando te adentras en profundidad, estás en un terreno difícil. Cuando penetras poco, estás en un terreno ligero.
Cuando a tus espaldas se hallen espesuras infranqueables y delante pasajes estrechos, estás en un terreno cercado.
Cuando no haya ningún sitio a donde ir, se trata de un terreno mortal.
Así pues, en un terreno de dispersión, yo unificaría las mentes de los soldados. En un terreno ligero, las mantendría en contacto. En un terreno clave, les haría apresurarse para tomarlo. En un terreno de intersección, prestaría atención a la defensa. En un terreno de comunicación, establecería sólidas alianzas. En un terreno difícil, aseguraría suministros continuados. En un terreno desfavorable, urgiría a mis tropas a salir rápidamente de él. En un terreno cercado, cerraría las entradas. En un terreno mortal, indicaría a mis tropas que no existe ninguna posibilidad de sobrevivir.
Por esto, la psicología de los soldados consiste en resistir cuando se ven rodeados, luchar cuando no se puede evitar, y obedecer en casos extremos.
Hasta que los soldados no se ven rodeados, no tienen la determinación de resistir al enemigo hasta alcanzar la victoria. Cuando están desesperados, presentan una defensa unificada.
Por ello, los que ignoran los planes enemigos no pueden preparar alianzas.
Los que ignoran las circunstancias del terreno no pueden hacer maniobrar a sus fuerzas. Los que no utilizan guías locales no pueden aprovecharse del terreno. Los militares de un gobierno eficaz deben conocer todos estos factores.
Cuando el ejército de un gobierno eficaz ataca a un gran territorio, el pueblo no se puede unir. Cuando su poder sobrepasa a los adversarios, es imposible hacer alianzas.
Si puedes averiguar los planes de tus adversarios, aprovéchate del terreno y haz maniobrar al enemigo de manera que se encuentre indefenso; en este caso, ni siquiera un gran territorio puede reunir suficientes tropas para detenerte.
Por lo tanto, si no luchas por obtener alianzas, ni aumentas el poder de ningún país, pero extiendes tu influencia personal amenazando a los adversarios, todo ello hace que el país y las ciudades enemigas sean vulnerables.
Otorga recompensas que no estén reguladas y da órdenes desacostumbradas.
Considera la ventaja de otorgar recompensas que no tengan precedentes, observa cómo el enemigo hace promesas sin tener en cuenta los códigos establecidos.
Maneja las tropas como si fueran una sola persona. Empléalas en tareas reales, pero no les hables. Motívalas con recompensas, pero no les comentes los perjuicios posibles.
Emplea a tus soldados sólo en combatir, sin comunicarles tu estrategia. Déjales conocer los beneficios que les esperan, pero no les hables de los daños potenciales. Si la verdad se filtra, tu estrategia puede hundirse. Si los soldados empiezan a preocuparse, se volverán vacilantes y temerosos.
Colócalos en una situación de posible exterminio, y entonces lucharán para vivir. Ponles en peligro de muerte, y entonces sobrevivirán. Cuando las tropas afrontan peligros, son capaces de luchar para obtener la victoria.
Así pues, la tarea de una operación militar es fingir acomodarse a las intenciones del enemigo. Si te concentras totalmente en éste, puedes matar a su general aunque estés a kilómetros de distancia. A esto se llama cumplir el objetivo con pericia.
Al principio te acomodas a sus intenciones, después matas a sus generales: ésta es la pericia en el cumplimiento del objetivo.
Así, el día en que se declara la guerra, se cierran las fronteras, se rompen los salvoconductos y se impide el paso de emisarios.
Los asuntos se deciden rigurosamente desde que se comienza a planificar y establecer la estrategia desde la casa o cuartel general.
El rigor en los cuarteles generales en la fase de planificación se refiere al mantenimiento del secreto.
Cuando el enemigo ofrece oportunidades, aprovéchalas inmediatamente.
Entérate primero de lo que pretende, y después anticípate a él. Mantén la disciplina y adáptate al enemigo, para determinar el resultado de la guerra. Así, al principio eres como una doncella y el enemigo abre sus puertas; entonces, tú eres como una liebre suelta, y el enemigo no podrá expulsarte.
C A P I T U L O XII
Sobre el arte de atacar por el fuego
Existen cinco clases de ataques mediante el fuego: quemar a las personas, quemar los suministros, quemar el equipo, quemar los almacenes y quemar las armas.
El uso del fuego tiene que tener una base, y exige ciertos medios. Existen momentos adecuados para encender fuegos, concretamente cuando el tiempo es seco y ventoso.
Normalmente, en ataques mediante el fuego es imprescindible seguir los cambios producidos por éste. Cuando el fuego está dentro del campamento enemigo, prepárate rápidamente desde fuera. Si los soldados se mantienen en calma cuando el fuego se ha declarado, espera y no ataques. Cuando el fuego alcance su punto álgido, síguelo, si puedes; si no, espera.
En general, el fuego se utiliza para sembrar la confusión en el enemigo y así poder atacarle.
Cuando el fuego puede ser prendido en campo abierto, no esperes a hacerlo en su interior; hazlo cuando sea oportuno.
Cuando el fuego sea atizado par el viento, no ataques en dirección contraria a éste.
No es eficaz luchar contra el ímpetu del fuego, porque el enemigo luchará en este caso hasta la muerte.
Si ha soplado el viento durante el día, a la noche amainará.
Un viento diurno cesará al anochecer; un viento nocturno cesará al amanecer.
Los ejércitos han de saber que existen variantes de las cinco clases de ataques mediante el fuego, y adaptarse a éstas de manera racional.
No basta saber cómo atacar a los demás con el fuego, es necesario saber cómo impedir que los demás te ataquen a ti.
Así pues, la utilización del fuego para apoyar un ataque significa claridad, y la utilización del agua para apoyar un ataque significa fuerza. El agua puede incomunicar, pero no puede arrasar.
El agua puede utilizarse para dividir a un ejército enemigo, de manera que su fuerza se desuna y la tuya se fortalezca.
Ganar combatiendo o llevar a cabo un asedio victorioso sin recompensar a los que han hecho méritos trae mala fortuna y se hace merecedor de ser llamado avaro. Por eso se dice que un gobierno esclarecido lo tiene en cuenta y que un buen mando militar recompensa el mérito. No moviliza a sus tropas cuando no hay ventajas que obtener, ni actúa cuando no hay nada que ganar, ni luchan cuando no existe peligro.
Las armas son instrumentos de mal augurio, y la guerra es un asunto peligroso. Es indispensable impedir una derrota desastrosa, y por lo tanto, no vale la pena movilizar un ejército por razones insignificantes: Las armas sólo deben utilizarse cuando no existe otro remedio.
Un gobierno no debe movilizar un ejército por ira, y los jefes militares no deben provocar la guerra por cólera.
Actúa cuando sea beneficioso; en caso contrario, desiste. La ira puede convertirse en alegría, y la cólera puede convertirse en placer, pero un pueblo destruido no puede hacérsele renacer, y la muerte no puede convertirse en vida. En consecuencia, un gobierno esclarecido presta atención a todo esto, y un buen mando militar lo tiene en cuenta. Ésta es la manera de mantener a la nación a salvo y de conservar intacto a su ejército.
C A P I T U L O XIII
Sobre la concordia y la discordia
Una Operación militar significa un gran esfuerzo para el pueblo, y la guerra puede durar muchos años para obtener una victoria de un día. Así pues, fallar en conocer la situación de los adversarios por economizar en aprobar gastos para investigar y estudiar a la oposición es extremadamente inhumano, y no es típico de un buen jefe militar, de un consejero de gobierno, ni de un gobernante victorioso. Por lo tanto, lo que posibilita a un gobierno inteligente y a un mando militar sabio vencer a los demás y lograr triunfos extraordinarios con esa información esencial.
La información previa no puede obtenerse de fantasmas ni espíritus, ni se puede tener por analogía, ni descubrir mediante cálculos. Debe obtenerse de personas; personas que conozcan la situación del adversario.
Existen cinco clases de espías: el espía nativo, el espía interno, el doble agente, el espía liquidable, y el espía flotante. Cuando están activos todos ellos, nadie conoce sus rutas: a esto se le llama genio organizativo, y se aplica al gobernante.
Los espías nativos se contratan entre los habitantes de una localidad. Los espías internos se contratan entre los funcionarios enemigos. Los agentes dobles se contratan entre los espías enemigos. Los espías liquidables transmiten falsos datos a los espías enemigos. Los espías flotantes vuelven para traer sus informes.
Entre los funcionarios del régimen enemigo, se hallan aquéllos con los que se puede establecer contacto y a los que se puede sobornar para averiguar la situación de su país y descubrir cualquier plan que se trame contra ti, también pueden ser utilizados para crear desavenencias y desarmonía.
En consecuencia, nadie en las fuerzas armadas es tratado con tanta familiaridad como los espías, ni a nadie se le otorgan recompensas tan grandes como a ellos, ni hay asunto más secreto que el espionaje.
Si no se trata bien a los espías, pueden convertirse en renegados y trabajar para el enemigo.
No se pueden utilizar a los espías sin sagacidad y conocimiento; no puede uno servirse de espías sin humanidad y justicia, no se puede obtener la verdad de los espías sin sutileza. Ciertamente, es un asunto muy delicado. Los espías son útiles en todas partes.
Cada asunto requiere un conocimiento previo.
Si algún asunto de espionaje es divulgado antes de que el espía haya informado, éste y el que lo haya divulgado deben eliminarse.
Siempre que quieras atacar a un ejército, asediar una ciudad o atacar a una persona, has de conocer previamente la identidad de los generales que la defienden, de sus aliados, sus visitantes, sus centinelas y de sus criados; así pues, haz que tus espías averigüen todo sobre ellos.
Siempre que vayas a atacar y a combatir, debes conocer primero los talentos de los servidores del enemigo, y así puedes enfrentarte a ellos según sus capacidades.
Debes buscar a agentes enemigos que hayan venido a espiarte, sobornarlos e inducirlos a pasarse a tu lado, para poder utilizarlos como agentes dobles. Con la información obtenida de esta manera, puedes encontrar espías nativos y espías internos para contratarlos. Con la información obtenida de éstos, puedes fabricar información falsa sirviéndote de espías liquidables. Con la información así obtenida, puedes hacer que los espías flotantes actúen según los planes previstos.
Es esencial para un gobernante conocer las cinco clases de espionaje, y este conocimiento depende de los agentes dobles; así pues, éstos deben ser bien tratados.
Así, sólo un gobernante brillante o un general sabio que pueda utilizar a los más inteligentes para el espionaje, puede estar seguro de la victoria. El espionaje es esencial para las operaciones militares, y los ejércitos dependen de él para llevar a cabo sus acciones.
No será ventajoso para el ejército actuar sin conocer la situación del enemigo, y conocer la situación del enemigo no es posible sin el espionaje.
FIN
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visitantes del planeta
sábado, 10 de diciembre de 2011
EL HOMBRE QUE CORROMPIO HADLEYBURG.
E L H O M B R E Q U E
C O R R O M P I Ó
H A D L E Y B U R G
M A R K T W A I N
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
3
I
Sucedió hace muchos años. Hadleyburg era la
ciudad más honrada y austera de toda la región. Había
conservado una reputación intachable por espacio de
tres generaciones y estaba más orgullosa de esto que de
cualquier otro bien. Estaba tan orgullosa y se sentía tan
ansiosa de perpetuarse, que empezó a enseñar los
principios de la honradez a los niños desde la cuna, e
hizo de esta enseñanza la base de su cultura durante
todos los años de su formación. Como si esto no fuera
suficiente, en los años que duraba su formación, se
apartaban las tentaciones del camino de la gente joven,
para consolidar su honradez y robustecerla y que de esta
forma se convirtiera en parte integrante de sus mismos
huesos. Las ciudades vecinas, celosas de este honrado
primado, simulaban burlarse del orgullo de Hadleyburg
diciendo que se trataba de vanidad, pero se veían
M A R K T W A I N
4
obligadas a reconocer que Hadleyburg era realmente
una ciudad incorruptible y, si se las apremiaba,
reconocían también que el hecho de que un joven
procediera de Hadleyburg era una recomendación
suficiente cuando se iba de su ciudad natal en busca de
un trabajo de responsabilidad.
Pero, al fin, con el correr del tiempo, Hadleyburg
tuvo la mala suerte de ofender a un forastero de paso,
quizá sin darse cuenta, de seguro sin ninguna intención,
ya que Hadleyburg, totalmente autosuficiente, no se
preocupaba de los forasteros ni de sus opiniones. Sin
embargo, le habría convenido hacer una excepción, al
menos en ese caso, ya que se trataba de un hombre cruel
y vengativo. Durante un año, en todas sus correrías, no
consiguió que se le fuera de la cabeza la ofensa recibida
y dedicó todos sus ratos de ocio a buscar una
satisfacción que le compensara.
Urdió muchos planes; todos le parecieron buenos,
pero ninguno lo suficiente devastador: el más modesto
afectaba a muchísimos individuos pero aquel y hombre
buscaba uno que castigase a toda la ciudad, sin que se
escapara nadie.
Por fin tuvo una idea afortunada, y su cerebro se
iluminó con una alegría perversa. Inmediatamente
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
5
comenzó a maquinar un plan, diciéndose: ..Esto es lo
que debo hacer: corromper a la ciudad».
A los seis meses fue a Hadleyburg y llegó en un
carricoche a la casa del viejo cajero del banco, alrededor
de las diez de la noche. Sacó del carricoche un talego, se
lo echó al hombro y, después de haber atravesado
tambaleándose el patio de la casita, llamó ala puerta.
Una voz de mujer le dijo que entrara y el forastero entró
y dejó su talego detrás de la estufa del salón, diciendo
con cortesía a la anciana señora que leía El Heraldo del
misionero ala luz de la lámpara:
-Le ruego que no se levante, señora. No la
molestare. Eso es... Ahora el talego está bien guardado.
Difícilmente se sospecharía que está aquí. -¿Puedo ver a
su marido un momento?
-No, el cajero se ha ido a Brixton y posiblemente no
regresará hasta mañana..
-Es igual, señora, no importa. Sólo deseaba que su
marido me guardara este talego, para que se lo entregue
a su legítimo dueño cuando lo encuentre. Soy forastero;
su marido no me conoce; esta noche estoy simplemente
de paso en esta ciudad para arreglar un asunto que tengo
en la cabeza desde hace tiempo. Ya he realizado mi
trabajo y me voy satisfecho y algo orgulloso; usted
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6
nunca volverá a verme. Un papel atado al talego lo
explica todo. Buenas noches, señora.
La anciana señora, asustada por el corpulento y
misterioso forastero, se alegró mucho al ver que se
marchaba. Pero, roída por la curiosidad, se fue sin
perder tiempo al talego y echó mano al papel.
Empezaba con las siguientes palabras:
PARA SER PUBLICADO: a no ser que se encuentre al
hombre adecuado con una investigación privada. Cualquiera de
esos métodos servirá. Este talego contiene monedas de oro que
pesan en total ciento sesenta libras y cuatro onzas...
-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no está cerrada
con llave!
La señora Richards voló temblando hacia la puerta y
la cerró con llave; luego bajó las cortinas de la ventana y
se detuvo asustada, inquieta y preguntándose si podía
hacer alguna otra cosa para que estuvieran más seguros
ella y el dinero. Escuchó un poco para ver si rondaban
ladrones; luego se rindió ala curiosidad y volvió a la
lámpara para acabar de leer el papel:
Soy un forastero y pronto volveré a mi país para
quedarme allí definitivamente. Estoy agradecido a los
Estados Unidos por lo que he recibido de sus manos
durante mi larga permanencia bajo su bandera; y,
particularmente, le estoy agradecido a uno de sus
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
7
ciudadanos un ciudadano de Hadleyburg por un gran
favor que me hizo hace un par de años. En realidad, por
dos grandes, favores. Me explicaré. Yo era ten jugador
empedernido. Digo que era. Un jugador arruinado. Una
noche llegué a esta cuidad hambriento y sin un penique.
Pedí ayuda en la oscuridad; me avergonzaba mendigar a
la luz del día. Pedí ayuda al hombre adecuado: aquel
hombre me dio veinte dólares, mejor dicho, la vida, así
lo entendí yo. También me dio la fortuna: porque
merced a ese dinero me volví rico en la mesa de juego.
Y, finalmente, una observación que me hizo no me }ha
abandonado desde entonces y, en definitiva, me ha
dominado; y, al dominarme, ha salvado loque quedaba
de mi moral: no volverte a jugar. Ahora bien... No tengo
la menor idea de quién era ese hombre, pero quiero
encontrarlo y darle este dinero para que lo tire, se lo
gaste o se lo guarde, como prefiera. Ésta es,
simplemente, mi manera de demostrarle mi gratitud. -Si
pudiese quedarme, lo buscaría yo mismo; pero no
importa, aparecerá. Ésta es una ciudad honrada, una
ciudad incorruptible, y sé que mi confianza encontrará
una respuesta. Ese hombre puede ser identificado por la
observación que me hizo; estoy seguro de que él la
recordará. f Y, ahora, mi plan es éste. si usted prefiere
realizar la investigación deforma privada, hágalo.
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Cuente el contenido de este papel a cuantos tengan
apariencia de ser el hombre buscado. -Si contesta: no
soy el hombre: la observación que hice fue así y asía, use
la discreción, o sea, abra el talego y encontrará un sobre
lacrado que contiene el texto de la frase. -Si la
observación mencionada por el candidato coincide con
ésta, déle el dinero y no le boga más preguntas, porque
se trata sin duda del .hombre buscado.
Pero, si prefiere una investigación pública, publique
el contenido de este papel en el periódico local,
añadiendo las siguientes instrucciones: En el plazo de
treinta días el candidato deberá comparecer en el
ayuntamiento a las ocho de la noche (el viernes, entregar
su, frase, en sobre cerrado, al reverendo Burgess (si éste
tiene la bondad de intervenir); entonces el reverendo
Burgess romperá el sobre lacrado que hay en el talego,
lo abrirá y comprobará si la frase es correcta. -Si lo es,
deberá entregársele el dinero, con mi sincera gratitud, u
mi benefactor, así identificado.
La senora Richards se echó a reír con un dulce
temblor de excitación y pronto se quedó embelesarla en
sus pensamientos, pensamientos de este tipo: «-¡Qué
extraño es todo!... -¡Y qué fortuna para ese hombre
bueno que dejó a la deriva su pan sobre las aguas!... -¡-Si
hubiese sido mi marido el que lo hico! -¡Somos tan
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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pobres!... -¡Viejos y pobres ... !»Luego, con un suspiro,
pensó:
«Pero no ha sido mi Edward, él no ha dado veinte
dólares a un desconocido. Es una lástima, por otra
parte. Ahora lo entiendo .....
Y, estremeciéndose, concluyó sus reflexiones: ..Pero
es el dinero del jugador.. -¡Las ganancias del pecado! No
podríamos cogerlo. No podríamos tocarlo. No me gusta
estar cerca de él; parece que me mancha. La señora
Richards se sentó en un sillón más alejarlo...
Ojalá viniese Edward y se lo llevara al banco. En
cualquier momento podría venir un ladrón. Es horrible
estar aquí a solas con el dinero.»A las once llegó el señor
Richards y, mientras su esposa le decía: «-¡Cuánto me
alegro de que hayas ve i nido! , él manifestaba: Estoy
cansado, cansadísimo. Es terrible ser pobre y tener que
hacer estos viajes tan pesados a mi edad. Siempre en el
molino, en el molino, en el molino .... por cuatro
centavos..., esclavo de otro hombre, que está sentado
tranquila _mente en su casa, en pantuflas, rico y
cómodo..
-Lo siento mucho, Edward... Lo sabes muy bien.
Pero consuélate. Tenemos nuestro sueldo, nuestra
buena reputación.
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-Sí, Mary. Y eso es lo fundamental. No hagas ',caso
de mis palabras: sólo ha sido un momento de irritación,
y no significa nada. Dame un beso...
-Eso es. Se me ha pasado ya y no me quejo.
-¿Qué es eso?
-¿Qué hay en ese talego?
Entonces su esposa le contó el secreto. Esto aturdió
a Richards durante un momento. Luego dijo:
-¿Eso pesa ciento sesenta libras? Pero Mary... -
¡Entonces contiene cuarenta mil dólares! -¡Imagínate! -
¡Una fortuna! No hay diez hombres en esta ciudad que
tengan tanto. Dame el papel.
Lo examinó superficialmente y dijo:
-¡Qué aventura! En realidad parece una novela: una
de las cosas imposibles que se leen en los libros y nunca
suceden en la vicia real.
Ahora se sentía excitado, lleno de animación, hasta
alegre. Le dio a su vieja esposa una palmadita en la
mejilla y dijo jovialmente:
Somos ricos, Mary... Bastara con que enterremos el
dinero y quememos los papeles. -Si algún día viene el
jugador para enterarse, nos limitaremos a mirarlo con
frialdad y le diremos: «-¿Qué tontería nos está diciendo?
Nunca hemos oído hablar de usted ni de su talego de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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oro... Y entonces el hombre se nos quedará mirando
con aire estúpido y...
-Y, mientras sigues diciendo estupideces, el dinero
sigue aquí y se acerca la hora de los ladrones.
-Es verdad. Bueno... -¿qué se puede hacer? -¿Hacer
una investigación privada? No, no, estropearía el
aspecto novelesco de la historia. El comunicado público
es mucho mejor. -¡Imagínate el ruido que hará! Y
tendrán celos las otras ciudades: pues ningún forastero
le confiaría semejante encargo a una ciudad que no
fuese Hadleyburg, y ellos lo saben. -¡Qué propaganda
para Hadleyburg! -¡Es mejor que vaya inmediatamente al
periódico o llegaré tarde!
-Para, para... -¡No me dejes sola aquí con esto,
Edward!
Pera el señor Richards se había marchado. Aunque
por poca tiempo. Cerca de su casa se encontró con el
editor propietario del periódico, le dio el documento y le
dijo:
-Aquí tiene algo bueno, Cox... Publíquelo.
-Quizá sea demasiado tarde, señor Richards, pero lo
intentare.
De regreso a su casa, el cajero y su esposa se
sentaron paro volver a discutir sobre el seductor
misterio: no tenían ganas de dormir. El primer
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interrogante era: «-¿Quién sería el ciudadano que le
había dado los veinte dólares al forastero?», La respuesta
parecía sencilla; ambos contestaron al unísono:
-Barclay Goodson.
-Sí elijo Richards. Puede haber sido Barclay, tenía
ese talante. No hay otro hombre parecido en la ciudad.
-Todos admitirán eso, Edward. Lo admitirán, en
privado al menos. Desde hoce seis meses la ciudad ha
vuelto a ser la de siempre: honrada, mezquina, austera y
tacaña.
Así la llamó siempre Barclay hasta el día de su
muerte; y lo dijo en público también.
-Sí; y lo aborrecieron por eso.
-Oh... Desde luego. Pero no le importó. Creo que
fue el hombre más odiado de la ciudad, si exceptuamos
al reverendo Burgess.
Bueno, Burgess se lo merece. Aquí no tiene nada
que hacer. Esta ciudad, por pequeña que sea, piensa.
Edward -¿no te parece extraño que el desconocido haya
designado a Burgess para entregar el dinero?
-Sí. Extraño Es decir , es decir, -¿Es decir qué? -¿Lo
habrías elegido tú?
-Mary, quizá el forastero conozca a Burgess mejor
que nosotros.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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-¡Este asunto le hace un buen servicios! El marido
se quedó perplejo buscando una réplica; la esposa lo
miró fijamente, esperando. Por fin, Richards dijo, con la
vacilación de quien hace una declaración que va a
suscitar dudas:
-Mary, Burgess no es un hombre malo.
-Su esposa se sintió sorprendida.
-¡Tonterías! exclamó.
Burgess no es un hombre malo. Lo sé. Toda su
impopularidad viene de un solo hecho... que causó
mucho alboroto.
-¡Un solo hecho! -¡Como si ese hecho no fuese
suficiente!
Suficiente, suficiente. Sólo que no era culpa suya.
-¡Qué ocurrencia! -¿Que no fue culpa suya? -¿Cómo
lo sabes? -Mary, te doy mi palabra... es inocente.
-No puedo creerlo, no te creo. -¿Cómo lo sabes?
-Es una confesión. Me avergüenza hacerla, pero la
liaré. Soy el único hombre que conocía su inocencia.
Pude haberle salvado y... y... y... bueno, ya sabes que
excitada estaba la ciudad. No tuve la valentía de hacerlo.
Todos se habrían vuelto contra mí. Me sentí
despreciable, tan despreciable... Pero no me atreví. No
tuve la valentía necesaria para hacerlo.
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Mary parecía turbada y calló durante un rato. Luego
dijo, tartamudeando:
-Yo..., yo no creo que te hubiese convenido decir
que... que... No se debe... desafiar a la opinión pública...
Hay que estar muy atentos... muy...
El camino era difícil y la señora Richards se atrancó,
pero al poco rato reanudo el recorrido.
-Fue una lástima, pero... No podíamos permitirnos
eso, Edward... Es verdad que no podíamos. -¡Oh, yo no
te habría dejado hacerlo de ninguna manera!
-habríamos perdido la buena opinión de tanta gente,
Mary... Y además... y además...
-Lo que me preocupa ahora es saber qué piensa él
de nosotros, Edward.
-¿Él? Él no sospecha ni siquiera que yo habría
podido salvarlo.
-¡Ah! exclamó la esposa con tono de alivio. -¡Cuánto
me alegra! Mientras no sepa que pudiste salvarlo, él...
él... Bueno, eso está mucho mejor. Debí imaginar que
Burgess no sabía nada, porque siempre se muestra muy
cordial con nosotros por el apoyo que le dimos. La
gente me lo ha reprochado más de una vez. Los Wilson,
los Wilcox y los Harkness sienten un mezquino placer al
decir: Vuestro amigo Burgess, porque salen que eso me
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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irrita. Preferiría que Burgess no insistiese en su simpatía
por nosotros. No sé por qué insiste.
-Puedo explicártelo. Se trata de otra confesión.
Cuando el asunto aún estaba fresco y la ciudad quería
liberarse de él, la conciencia me afligía tanto que no
pude soportarlo y fui a verlo a escondidas y le conté
todo. Por este motivo él se marchó de la ciudad hasta
que pudo volver sin correr peligro.
-¡Edward! -Si la gente supiera...
-¡No digas eso! Aún me asusta pensarlo. Me
arrepentí apenas lo hice; y no te he dicho nada por
miedo de que alguien me pudiera traicionar. Esa noche
no pude dormir de lo preocupado que estaba. Pero a los
pocos días me di cuenta de que nadie sospechaba de mí,
y entonces me alegré de haberlo hecho. Y cada día estoy
más contento, Mary... cada día más contento.
-También yo ahora, porque habría sido espantoso
que le hicieran eso a Burgess. -Sí. Me alegro. Porque se
lo debías. Pero... -¿y si se descubriera algún día, Edward?
-No se descubrir.
-¿Por qué?
-Porque todos creen que fue Goodson.
-¡Naturalmente!
En efecto. Y desde luego a Goodson no le
importaba. Convencieron al pobre viejo Sawlsberry para
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que le echara la culpa, y fue con aire fanfarrón y lo hizo.
Goodson lo miró de arriba abajo, como ;si buscara en él
el lado más despreciable, y le dijo:
-¿De modo que es usted el Comité de
Investigación?... -¿no?» Sawlsberry dijo que él era eso,
poco más o menos. Hum. -Necesitan detalles o supone
usted que bastará con una respuesta de carácter
genético. «-Si necesitan detalles, volveré, señor
Goodson; choro basta que me dé una respuesta genérica
«Perfectamente. Entonces dígales que se vayan al
infierno. Creo que eso es bastante genérico. Y le daré un
consejo, Sawlsberry; cuando venga en busca de detalles,
traiga una cesta para echar lo que quede de usted.». Eso
era muy típico de Goodson. Tiene todas sus
características. Sólo tenía un motivo de vanidad: creía
poder dar un consejo mejor que cualquiera otra persona.
Eso liquidó el asunto y nos salvó, Mary. Ya no se ha
vuelto a tocar el tema.
Bendito sea... No dudo de eso.
Luego los Richards volvieron a abordar el misterio
del talego con acentuado interés. Pronto la conversación
comenzó a sufrir interrupciones, intervalos causados
por abstraídos pensamientos. Los intervalos se
volvieron cada vez más frecuentes. Por fin Richards se
perdió totalmente en sus meditaciones. Se quedó
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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sentado, contemplando el piso con aire vago y, poco a
poco, empezó a subrayar sus cavilaciones con pequeños
movimientos nerviosos de las manos, que parecían
revelar irritación. Mientras tanto, su esposa había vuelto
a sumirse también en caviloso silencio y sus
movimientos estaban empezando a revelar un turbado
desconsuelo. Finalmente Richards se puso de pie y
empezó a pasearse sin sentido por el aposento,
pasándose los dedos por entre el cabello como un
símbolo que acaba de sufrir una pesadilla. Entonces
pareció que había tomado una decisión; y, sin decir una
palabra, se puso el sombrero y salió rápidamente de
casa. Su esposa se quedó sentada, cavilando, el rostro
contraído, y no pareció ad venir que estaba sola. De vez
en cuando murmuraba: «No nos empujes a la tent..,
pero... pero... -¡somos tan pobres!... No nos empujes a...
-¡Oh! -¿A quién le causaría daño eso? Y nadie lo sabría
jamás... No nos empujes Su voz se apagó en murmullos.
A1 poco rato levantó los ojos y murmuró con aire a
medias asustado y a medias contento:
-¡Se ha ido! Pero querido... Quizá es demasiado
tarde demasiado tarde Quizá no Quizá hay tiempo aún..
-Se levantó y se quedó pensando... enlazando y
desenlazando las manos. Un leve temblor extremeció su
cuerpo, y dijo con la garganta reseca:
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-Que Dios me perdone... Es horrible pensar en estas
cosas, pero... -¡Dios mío! -¡Qué raros somos! -¡Qué
raros somos!
Atenuó la luz, se deslizó furtivamente hacia el talego
y se arrodilló junto a él y tanteó sus acanalados costados
con las manos y los acarició afectuosamente; y en sus
viejos ojos brilló una luz de avaricia. Tuvo instantes en
los que no recordaba nada y emergió de ellos para
murmurar: -¡-Si, al menos, hubiéramos esperado! -¡-Si
hubiéramos esperado un poco, sin tanta prisa!»Mientras
tanto Cox bahía vuelto a su casa y contado a su esposa
el extraño suceso; ambos lo habían discutido con
vehemencia y estaban de acuerdo en que el difunto
Goodson era el único hombre de la ciudad capaz. de
ayudar a un forastero en apuros con la bonita cantidad
de veinte dólares. Luego hubo una pausa y los dos se
quedaron pensativos y sumidos en silencio. Y, a
intervalos, se mostraban nerviosos e inquietos.
Finalmente la esposa dijo, como para sí:
-Nadie conoce este secreto fuera de los Richards... y
de nosotros... Nadie.
El marido salió de su ensimismamiento con leve
sobresalto y contempló con aire meditativo a su mujer,
cuyo rastro se había vuelto muy pálido. Luego se
levantó titubeando y miró furtivamente su sombrero y
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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después a su esposa .... una suerte de muda interrogante.
La señora Cox tragó saliva un par de veces, la mano
sobre la garganta y, en vez de hablar, hizo un gesto de
asentimiento. Un momento después, se quedó sola y
murmurando para sí.
Ahora Richards y Cox recorrían presurosamente las
calles desiertas, desde direcciones opuestas. Se
encontraron, jadeantes, al pie de la escalera de la
imprenta: allí, bajo el resplandor de la luz artificial, se
leyeron mutuamente sus rostros. Cox murmuró:
Nadie sabe esto fuera de nosotros?
La susurrada respuesta fue:
-¡Ni un alma..., palabra! -¡Ni un alma!
-Si no es demasiado tarde para...
Ambos empezaron a subir por la escalera; en ese
momento les alcanzó un chico, y Cox le preguntó:
-¿Eres tú, Johnny?
-Sí, señor.
-No hace falto que envíes el correo de la mañana...
ni ningún correo. Espera mis órdenes.
El correo ha sido despachado ya, señor.
-¿Despachado?
En esta palabra se percibía una indeleble decepción.
-Sí, señor. El horario para Brixton y las otras
ciudades ha cambiado hoy, señor..., y he tenido que
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enviar el correo veinte minutos antes de lo habitual.
Tuve que darme mucha prisa; si hubiera tardado dos
minutos...
Los dos hombres se volvieron y se alejaron
lentamente, sin esperar el resto. Ninguno habló durante
diez minutos; luego Cox dijo con tono irritado:
-No comprendo por qué se apresuro usted tanto,
Richards.
La respuesta fue bastante humilde:
-Me doy cuenta ahora, pero no sé por qué no me la
di hasta que fue demasiado tarde. La próxima vez,
-¡Al diablo con la próxima vez! No volverá a
presentarse en mil años.
Los amigos se separaron sin darse las buenas noches
y se dirigieron a sus casas con arrastrado andar de
hombres mortalmente heridos. Al llegar a sus hogares,
sus esposas se levantaron de un salto con un ansioso: ¿Y
qué?» Luego leyeron la respuesta en los ojos de sus
maridos y se desplomaron sobre sus sillones, sin esperar
a que se lo dijeran. En ambas casos siguió una discusión
acalorada, algo nuevo; en otras ocasiones se había
discutido, pero sin acaloramiento, sin malas palabras.
Esa noche las discusiones parecían plagios la una de la
otra. La señora Richards dijo:
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-Si hubieses esperado un poco, Edward...; si lo
hubieses pensado. Pero no... Tuviste que ir corriendo al
periódico y divulgarlo por todas partes.
El papel decía que debía publicarse.
Eso no significa nada. También decía que podía
hacerse una investigación privada, si lo preferías. -¿Es
verdad o no?
-Sí, es verdad. Pero, cuando pensé en el revuelo que
se produciría y en el honor que significaba pura
Hadleyburg que un forastero depositase tanta confianza
en ella...
-Oh, sí, sé todo eso, pero, si lo hubieras pensado un
poco, te habrías dado cuenta de que no podías
encontrar al hombre, porque está en la tumba y no dejó
ni parientes, ni hijos ni perros; y, visto que a fin de
cuentas el dinero iría a parar a manos de alguien que
tenía muchas necesidades y que no perjudicaría a nadie,
y...
La señora Richards se echó a llorar. Su marido,
buscando algo que pudiera consolarla, le dijo:
-Después de todo, Mary, quizá sea mejor así. -¡Vete
a saber! Quizá todo estaba predestinado...
-¡Predestinado! Oh... Todo está predestinado
cuando una persona se da cuenta de que ha sido
estúpida. -Sí, estaba también predestinado que el dinero
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viniera a nuestras manos de esta forma especial y tú
decidieras entrometerte en los planes de la Providencia...
,Quién te dio derecho a hacerlo? Algo malvado, eso es
todo... Fue, simplemente, un engreimiento blasfemo que
no le cuadraba ya a un modesto y humilde profesor de...
-Pero, Mary... Tú sabes qué educación nos han
dado, como a todos los demás; ha llegado a ser en
nosotros una segunda naturaleza el no pararnos ni un
momento a pensar cuando hay que hacer algo
honrado...
-Oh, ya !o se, ya lo sé... Ha sido un sempiterno
adiestramiento, adiestramiento, más adiestramiento en
materia de honradez..., de honradez escudada, desde la
propia cuna, contra las tentaciones posibles y, por lo
tanto, honradez artificial y débil como el agua al llegar la
tentación, según hemos visto esta noche. Dios sabe que
nunca tuve sombras de una viuda sobre mi petrificada e
indestructible honradez hasta ahora; y ahora, bajo el
impulso de la primera grande y auténtica tentación,
Edward, yo..., yo, Edward, creo que la honradez de esta
ciudad está tan podrida como la mía, tan podrida como
la tuya. Se trata de una ciudad mezquina, cruel, avara, sin
más virtud que esta honradez tan célebre y de que tanto
se enorgullece. Por eso, Dios me ayude, creo que, si
llega un día en que la honradez se ve sometida a una
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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gran tentación, su fama se desplomará como un castillo
de naipes. Ahora que me confieso me siento mejor: me
he engañado y lo he hecho siempre sin darme cuenta.
Que ningún hombre vuelva a llamarme honrada; no
quiero serlo. Yo... Bueno, Mary..., yo pienso poco más o
menos como tía. -¡Además, me parece tan raro, tan
absurdo! Yo nunca lo habría creído... Nunca.
Siguió un largo silencio; ambos estaban sumidos -
¡en sus pensamientos. Finalmente la esposa levantóla
vista y dijo:
-Sé en qué estás pensando, Edward.
Richards tenía un aire turbado de hombre atrapado.
-Me avergüenza confesarlo, Mary, pero ¿qué más
da, Edward. Yo estaba pensando en lo mismo.
-Estoy seguro. Dime.
Estabas pensando en qué bueno sería si alguien
pudiese adivinar cuál, fue la indicación que le hizo
Goodson al desconocido.
-Pues es verdad. Me siento culpable y avergonzado.
-¿Y tú?
-Se me ha pasado ya. Preparémonos un jergón aquí;
tenemos que montar la guardia hasta que se abra por la
mañana el banco pira poder entregar el talego... -¡Oh,
querido, querido! -Si no hubiésemos cometido ese error!
Prepararon el jergón y Mary dijo:
M A R K T W A I N
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-¿Cuál podrá ser el «sésamo, ábrete..? Me pregunto
cuál podrá ser la indicación... Pero, ahora, vamos
acostarnos.
-¿Y a dormir?
-No. A pensar.
-Sí. A pensar.
A estas alturas los Cox habían terminado ya su
discusión y se habían reconciliado y se estaban
dedicando a... a pensar, a pensar y a agitarse y a
desasosegarse y a cavilar inquietos sobre la indicación
que podía haberle hecho Goodson al necesitado
forastero, esa indicación de oro, la indicación que valía
cuarenta mil dólares efectivos.
La razón de que la oficina telegráfica del pueblo
permaneciese abierta más tarde que de costumbre era
que cl encargado de la imprenta en que se hacía el
periódico de Cox era el representante local de la
"Associated Press". Podría decirse que era su
corresponsal honorario, ya que no lograba ni cuatro
veces al año enviar treinta palabras aceptables. Pero esta
vez las cosas fueron distintas. Su despacho
comunicando el coso obtuvo una respuesta inmediata:
«MANDE TODO... CON TODO DETALLE... MIL
DOSCIENTAS PALABRAS»
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
25
-¡Una orden colosal! El encargado le dio
cumplimiento y fue el hombre mas orgulloso del
Estado. A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el
nombre de Hadleyhurg, la incorruptible, estaba en
labios de toda la gente de los Estados Unidos, desde
Montreal hasta el Golfo de México, desde los
ventisqueros de Alaska hasta los bosquecillos de
naranjos de Florida: millones y millones de personas
discutían el caso del forastero y su talego de oro y se
preguntaban si aparecería el hombre buscado y
confiaban en conocer pronto..., inmediatamente, nuevas
noticias sobre el particular.
M A R K T W A I N
26
II
La ciudad de Hadleyburg se despertó célebre,
asombrada, feliz, orgullosa. Indescriptiblemente
orgullosa. Sus diecinueve ciudadanos más importantes,
acompañados de sus esposas, empezaron a estrechar
manos, sonrientes, radiantes, felicitándose mutuamente
y diciendo que este asunto añadía una nueva palabra al
diccionario Hadleyburg sinónimo de incorruptible que
estaba destinada a vivir en los diccionarios eternamente.
Y los ciudadanos más humildes, los más modestos y sus
esposas caminaban por la ciudad y se comportaban de
manera muy parecida. Todos corrían al banco a ver el
talego de oro, y, antes del mediodía, desde Brixton y las
ciudades vecinas, comenzó allegar una multitud triste y
envidiosa. Y esa tarde y al día siguiente comenzaron a
llegar de todas partes reporteros para comprobar la
existencia del talego y su historia y reescribir el asunto.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
27
E hicieron arbitrarias descripciones del talego y de la
casa de Richards y del banco y de la iglesia presbiteriana
y de la iglesia baptista y de la plaza pública y del
ayuntamiento, donde se realizaría la prueba y se
entregaría el dinero, e hicieron detestables retratos de
los Richards y del banquero Pinkerton y de Cox y del
administrador y del reverendo Burgess y del cartero..., y
hasta de Jack Halliday, el vagabundo, el simpático
holgazán, cazador y pescador furtivo, amigo de los
niños y de los perros extraviados. El pequeño
Pinkerton, zalamero y de estúpida sonrisa, mostraba el
talego a los recién llegados y se frotaba complacido las
suaves palmas de las manos y se explayaba sobre la
hermosa y antigua reputación de honradez de la ciudad
y sobre la maravillosa confirmación de la misma, y
manifestaba su creencia de que el ejemplo se difundiría
ahora por toda la geografía del mundo norteamericano y
habría hecho época en la historia de la regeneración
moral de la humanidad. Y así sucesivamente.
A1 cabo de una semana todo había vuelto a sus
aguas. La salvaje embriaguez de orgullo y de alegría se
había calmado y se había ido convirtiendo en una alegría
tranquila, dulce, complaciente, silenciosa, una especie de
honda, innominada e inenarrable satisfacción. En todos
los rostros estaba impresa una apacible y santa felicidad.
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Luego se produjo una transformación. Fue ,una
transformación gradual, tan gradual que apenas se
percibió al principio, casi nadie se dio cuenta, salvo Jack
Halliday, que se daba cuento de todo y siempre se reía
de todo, fuese lo que fuese. Jack empezó por hacer
observaciones sarcásticas, diciendo que el aire de la
gente no era tan feliz como un par de días antes; luego
afirmó que el nuevo talante se iba convirtiendo en
positiva tristeza; después que se volvía enfermizo y,
finalmente, que todos estaban tan cavilosos, pensativos
y distraídos, que habría podido robarles hasta el último
centavo de los bolsillos sin turbar sus sueños.
Llegas a este punto poco más o menos los jefes de
familia de las diecinueve casas más impar.
tintes, a la hora de ir a la cama generalmente con un
suspiro dejaban escapar esta reflexión:
-¡Ah! -¿Cuál habrá sido la indicación que hizo
Goodson?
E inmediatamente con un escalofrío llegaban estas
palabras de la esposa del cabeza de familia:
-¡Oh, no digas eso! -¿Qué cosas horribles estás
rumiando? ¡Quítatelas de la cabeza, por amor de Dios!
Pero aquellos hombres volvían a formular la
pregunta la noche siguiente... y obtenían la misma
respuesta, aunque más débil.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
29
Y, al llegar la tercera noche, de nuevo se repetía la
pregunta, con angustia y aire distraído. Esta vez y la
noche siguiente las mujeres hacían un nervioso y débil
movimiento de protesta y trataban de decir algo. Pero
no lo decían.
Y a la noche siguiente reencontraban su voz y
respondían con anhelo:
-¡Ah, si pudiéramos adivinarla!
Los comentarios de Halliday se volvían cada día más
despectivos y desagradables. Se paseaba sin cesar,
riéndose de la ciudad ya como algo individual, ya en su
conjunto. Pero aquella risa era la única que quedaba en
Hadleyburg, y caía en medio de un espacio vacío y
desierto. No se veían nada más que caras largas.
Halliday llevaba por todas partes una cigarrera montada
sobre un trípode, simulando que se trataba de una
cámara fotográfica y detenía a los paseantes y les
enfocaba y decía:
-¡Atención! Muestren una cara agradable, por favor.
Pero ni siquiera esta broma podía sorprender a los
melancólicos rostros y suavizarlos.
Así transcurrieron tres semanas, ya sólo faltaba una.
Era la noche del sábado, después de la cena.
En vez del habitual ajetreo y agitación y bullicio y la
alegría y la gente de compras propios de los sábados por
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la noche, las calles estaban desiertas y desoladas.
Richards y su vieja esposa estaban sentados en su salón,
enfrascados en lúgubres pensamientos Ésta era la
costumbre de todas los noches. La vieja costumbre de
leer, tejer o charlar apaciblemente o recibir o hacer
visitas a los vecinos batía desaparecido, olvidada desde
hacía muchísimo tiempo .... hacía dos o tres serranas.
Ahora nadie conversaba, nadie leía, nadie hacía visitas.
Todos se quedaban sentados en sus casas, suspirando,
inquietos, silenciosos, intentando averiguar esa Famosa
frase.
El cartero dejó una carta. Richards miró con
indiferencia la letra del cobre v el sello, ambos
desconocidos, y tiró la carta .sobre la mesa y reanudó
sus conjeturas y sus irremediables y tristes congojas en
el punto donde las dejara. Dos o tres horas después su
esposa se levantó con aire cansado y se disponía .1
marcharse a la cama sin darle las buenas noches cosa
normal ahora, pero se detuvo cerca de la carta y la miró
durante unos instantes con apagado interés; luego la
abrió y comenzó a recorrerla rápidamente con los ojos.
Richards, que esta sentado con la silla echada hacia atrás
contra la pared y el mentón entre las rodillas, ovó caer
algo. Era su esposa. Se abalanzó sobre ella pura
levantarla, pero la señora Richards exclamó:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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-¡Déjame en paz! Me siento demasiado feliz. Lee la
carta... ¡Léela!
La leyó. La devoró con los ojos, mientras su cerebro
trepidaba. La carta provenía do un Estado lejano y
decía:
Usted no me conoce, pero es lo mismo; necesito decirlo albo.
Acabo de volver de Méjico y me he enterado de ese episodio. Desde
luego usted no sabe quién hizo esa indicación, pero yo soy la única
persona viva que lo sabe. Fue Goodson. Le conocí muy bien hace
muchos años. Pasé por la ciudad de Hadleyburg esa misma noche
y fui su huésped hasta la llegada del tren de medianoche. Le oí
hacerle esa indicación al forastero en la oscuridad, en Hale Alley.
El y yo conversamos sobre el asunto durante el trayecto a su casa y
luego fumando un puro. Goodson mencionó u machos de ustedes,
en el transcurso de la conversación, refiriéndose a la mayoría en
forma muy poco lisonjera, pero habló de dos o tres favorablemente,
entre ellos de usted. Digo favorablemente y nada más. Recuerdo
haberle oído decir que no le gustaba en realidad ninguno de sus
convecinos, ni uno solo, pero que usted creo que dijo usted, estoy
casi seguro le había hecho un gran favor en cierta ocasión,
posiblemente sin saber su verdadero valor y me dijo que, si hubiese
tenido un patrimonio, se lo habría dejado a usted al morir y una
maldición a cada tino de sus conciudadanos. Pues bien: si fue
usted quien le hizo ese favor; es usted su legítimo heredero y fierre
derecho al talego de oro. Sé que puedo confiar en su honor y en su
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honradez, porque en un ciudadano de Hadleyburg tales virtudes
constituyen un patrimonio que no falta. Por esto, le revelaré esa
frase, coca el convencimiento de que, si no fuera usted la persona
buscada, usted la buscará y la encontrará y cuidará de que la
deuda de gratitud del pobre Goodson por el favor mencionado sea
pagada.
La frase es la siguiente: «USTED DISTA MUCHO
DE SER UN HOMBRE MALO: VÁYASE Y
REFÓRMESE»
HOWARD L. STEPHENSON
-¡Oh, Edward! -El dinero m nuestro y me siento tan
contenta, tan contenta!... -¡Bésame, querido!
-¡Hace tanto tiempo que no nos ciamos un beso!... Y
necesitamos tanto el dinero... y ahora estás libre de
Pinkerton y de su banco; ya no somos esclavos de
nadie... Me parece que sería capaz de volar de alegría.
La pareja pasó media hora feliz sobre el canapé,
acariciándose: habían vuelto los días de antaño, los días
que empezaron con su noviazgo y que duraron sin
interrupción hasta que el forastero trajera su mortífero
oro. Al poco rato la esposa dijo:
-¡Oh, Edward!... -¡Qué suerte tuvimos de que le
hicieras aquel gran favor al pobre Goodson! Goodson
nunca me gustó, pero ahora siento afecto por él. Y fue
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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muy hermoso el que nunca mencionaras el asunto ni te
jactaras de haber hecho tal favor.
Luego, en tono de reproche, la señora Richards
agregó:
-Pero debiste habérmelo dicho, Edward... Debiste
habérselo dicho a tu esposa.
-Bueno... Yo... Como comprenderás, Mary...
-Ahora déjate de tartamudear y cuéntame eso,
Edward. Siempre te quise y ahora estoy orgullosa de ti.
Todos creen que sólo hubo un alma generosa en esta
ciudad, y ahora resulta que tía... -¿Por qué no me lo
cuentas, Edward?
-Este... Pero... -¡No puedo, Mary!
-¿No puedes? -¿Por qué no puedes?
-Te diré... Él... él... Bueno... El caso es que me
obligó a prometer que no lo contaría.
La mujer de Richards lo miró de arriba abajo y dijo
con mucha lentitud:
-Te... lo hizo... prometer? -¿Por qué me dices eso,
Edward?
-Crees que yo sería capaz de mentirte, Mary?
Turbada, se quedó en silencio durante un rato, luego
puso su mano en la de su marido y dijo:
-No... No. En tu vida has dicho una mentira, pero
ahora que los cimientos de las cosas parecen estar
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desmoronándose bajo nuestros pies, nosotros...
nosotros...
Por un momento la señora Richards se quedó sin
voz y luego dijo desfalleciendo:
-No nos dejes caer en la tentación... Creo que has
hecho realmente esa promesa, Edward. Así sea.
Dejemos el asunto. Ahora... todo eso ha pasado,
volvamos a ser felices; no es hora de nubes.
A Edward le costó un gran esfuerzo complacerla,
porque su espíritu no hacía sino vagar, tratando de
recordar qué favor le había hecho a Goodson.
La pareja pasó despierta la mayor parte de la noche.
Edward preocupado, pero no muy feliz. Mary haciendo
proyectos sobre qué haría con el dinero. Edward trataba
de recordar aquel favor.
Su conciencia se sentía atormentada por una pizca
de amargura, pensando en la mentira que le había dicho
a su mujer... si se trataba de una mentira. Y si se trataba
de una mentira, -¿qué? -¿Era una cosa tan grave?
Después de todo, -¿no nos comportamos quizá de
forma mentirosa? Y entonces, -¿por qué no mentir?
Mirad a Mary, por ejemplo; mientras él se apresuraba a
hacer su acto de honradez, -¿qué estaba haciendo Mary?
-¡Lamentarse de que los papeles no hubiesen sido
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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destruidos y de no haberse quedado con el dinero! -¿Es
acaso mejor robar que mentir?
Este punto perdió ahora su aguijón; la mentira pasó
a un segundo plano, dejando tras sí el consuelo. Pero
existía aún otro problema: -¿Había hecho él
efectivamente ese favor? Estaba el testimonio del
mismo Goodson, como se podía leer en la carta de
Stephenson. No podía haber mejor testimonio: era hasta
la prueba de que había hecho el favor. Desde luego. De
modo que el punto quedaba resuelto. No, no del todo.
Recordó con sobresalto que aquel desconocido señor
Stephenson tenía alguna duda sobre si la persona que
había hecho el favor era Richards o algún otro... y... -
¡Dios mío! -¡Había dejado en sus manos una cuestión de
honor! Él mismo tenía que decidir adónde debía ir a
parar el dinero, y el señor Stephenson no dudaba de
que, si él no era el hombre tascado, iría honestamente
en busca del mismo. -¡Oh!, era terrible poner a un
hombre en semejante situación. -¡Ah! -¿ Por qué habría
expresado Stephenson aquella duda? -¿Por qué había
querido aquella intromisión ?
La meditación prosiguió. -¿Cómo se explicaba que
Stephenson recordara el nombre de Richards como
aquél que había hecho el favor y no algún otro nombre?
Esto tenía buen aspecto. -Sí, muy buen aspecto. En
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realidad, su aspecto era cada vez mejor..., hasta que se
convirtió en una verdadera prueba. Y entonces Richards
la expulsó inmediatamente de su espíritu, porque su
instinto personal le decía que, cuando quedaba
establecida una prueba, era preferible dejarla así.
Ahora se sentía razonablemente cómodo, pero
quedaba aún otro detalle, que se le imponía. Desde
luego él había hecho aquel favor, esto ya estaba
admitido, pero -¿en qué consistía el favor? Era
indispensable recordarlo; no se iría a dormir mientras no
lo recordara. Y así se puso a pensar. Y pensó, pena:;,
pensó uno docena de cosas favores posibles, -hasta
probables-, pero ninguno le parecía adecuado, ninguno
de ellos parecía lo bastante grande, ninguno de ellos
parecía valer aquel dinero, la fortuna que Goodson
quería dejarle en su testamento. Y, además, el no
recordaba haberlo hecho. Y bien... Y Bien.. ¿Qué clase
de favor podía ser para tornar tan exageradamente
agradecido a un hombre' -¡.Ah! -¡Debía ser la salvación
de su alma! Sin duda, se trataba de eso. ví. Ahora
recordaba cómo había emprendido antaño la tarea de
convertir a Goodson y cómo había trabajado en eso
durante no menta de...; iba a decir tres meses, pero
después de un examen másdetenido disminuyó cl
término a un mes, luego a uno semana, después a un
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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día, finalmente a nada. -Sí, ahora recordaba y con poco
grata nitidez que Goodson !e había dicho que se fuera al
diablo y que se ocupara de sus asuntos. -¡Él no tenía
ganas de seguir a Hadleyburg en el paraíso!
Por eso aquella solución estaba equivocado: él no
había salvado el alma de Goodson. Richards se sintió
desalentado. Al poco tiempo se le ocurrió otra idea.
;habría salvado los bienes de Goodson ? No, eso aro:
Goodson carecía de bienes. -¿Su vicia? ;Eso era!
Naturalmente. Debía de habérsele ocurrido untes. Esta
ves, con seguridad, estaba sobre la verdadero pista. E1
molino de su imaginación empozo a funcionar
empecinadamente al cubo de un instante.
Después, durante dos fatigosas horas, se dedicó' a
salvarle la vicia a Goodson. La salvaba en todo tipo de
formas difíciles y peligrosas. En todos los casos la
salvaba satisfactoriamente hasta cierto punto. Luego,
cuando estaba empezando a convencerse de que aquello
había sucedido realmente así, aparecía un molesto
detalle que hacía todo inverosímil. Como cuando lo
salvaba de morir ahogado, por ejemplo. En ese caso
Richards arrastraba a Goodson hasta la orilla en estado
de inconsciencia, mientras una multitud miraba y
aplaudía, pero, cuando ya lo había pensado todo y
estaba empezando a recordarlo, aparecía un conjunto de
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detalles insalvables: toda la ciudad tendría conocimiento
del hecho, también lo tendría que saber Mary y él
mismo debía recordarlo muy bien, en lugar de ser un
insignificante favor que le había hecho "posiblemente
sin saber su verdadero valor". Y, en este punto,
Richards recordó que, además, él no sabía nadar.
Ah... había un punto que se le había pasado por alto
desde el principio: debía haber un favor que le había
hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor".
Esto habría limitado las investigaciones. Y así,
precisamente con esto, poco a poco, encontró el hilo del
asunto. Goodson, muchos años antes, había estado a
punto de casarse con una dulce y linda muchacha
llamada Nancy Hewitt, pero sin saber muy bien por qué
el noviazgo se había roto. La muchacha murió;
Goodson siguió siendo soltero y poco a poco se
convirtió en un hombre amargado, que despreciaba
abiertamente al género humano. Poco después de morir
Nancy, la ciudad descubrió o creyó descubrir que
aquélla había tenido algo de sangre negra en las venas.
Richards trabajó durante no poco tiempo con estos
detalles y por fin, le pareció recordar cosas relativas a
aquella historia, que se le habían perdido en la memoria.
Le pareció recordar vagamente que era él quien había
descubierto lo de la sangre negra, que era él quien se lo
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
39
había dicho a la ciudad, que la ciudad le había
comunicado a Goodson la fuente del hallazgo, que él
había salvado así a Goodson de casarse con una
muchacha de color, que él le había hecho aquel gran
favor "sin saber su verdadero valor", pero que Goodson
sabía su valor y que se bahía salvado a duras penas del
peligro y por eso se había ido a la tumba agradecido a su
benefactor y lamentando no poder dejarle un
patrimonio. Todo resultaba ahora claro y simple, y
cuanto más lo meditaba Richards, más claro y seguro se
sentía. Finalmente, cuando se acurrucó para dormir
satisfecho y feliz, recordó todo aquello como si hubiese
ocurrido el día anterior. En realidad recordaba
vagamente que Goodson le había expresado su gratitud
en cierta ocasión. Mientras tanto Mary había invertí, do
seis mil dólares en una casa nueva para sí y un par de
pantuflas para su pastor, y luego se había quedado
apaciblemente dormida.
El mismo sábado por la noche el cartero había
entregado una carta a cada uno de los demás ciudadanos
importantes de Hadleyburg: diecinueve cartas en total.
Los sobres eran todos distintos, y la caligrafía de la
dirección era también distinta, pero las carros
contenidas eran idénticas en todos sus detalles, menos
en uno. Eran copias exactas de la carta recibida por
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40
Richards hasta la letra, y todas iban firmadas por
Stephenson, pero, en lugar del nombre Richards,
figuraba el del respectivo destinatario.
Durante el transcurso de la noche los otros
dieciocho ciudadanos importantes hicieron lo que hacía
a la misma hora su conciudadano Richards: aplicaron
sus energías a recordar el notable favor que le hicieran
inconscientemente a Barclay Goodson. En ninguno de
los casos resultaba fácil la tarea; con todo, tuvieron
éxito. Y mientras estaban entregados a aquel trabajo,
que era difícil, sus esposas consagraban la noche a gastar
el dinero, cosa mucho más fácil. Durante aquella sola
noche las diecinueve esposas gastaron un promedio de
siete mil dólares coda una de los cuarenta mil
contenidos en el talego: ciento treinta y tres mil dólares
en total.
Al día siguiente Jack Halliday se llevó una sorpresa.
Advirtió que los rostros de los diecinueve ciudadanos
más importantes de Hadleyburg y los de sus esposas
mostraban nuevamente aquella expresión de apacible y
santa felicidad. Esto le resultó incomprensible y, por lo
demás, no logró inventar observación alguna al respecto
que pudiese cambiarla o turbarla.
Y por eso le llegó el turno de mostrarse insatisfecho
de la vida. Sus conjeturas sobre los motivos de la
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
41
felicidad fracasaron en todos los casos. Al encontrarse
con la señora Wilcox y advertir el placido éxtasis de su
rostro, Jack Halliday se dijo: «Su gata ha tenido gatitos»,
y fue a preguntárselo a la cocinera de aquélla; no era
verdad. La cocinera bahía notado el aspecto de felicidad,
pero ignoraba la causa. Al advertir la reiteración del
éxtasis en el rostro de Billson "tabla rasa" (su apodo),
tuvo la convicción de que algún vecino de Billson se
había roto una pierna, pero la averiguación le demostró
que no había ocurrido esto. El reprimido éxtasis del
rostro de Gregory Yates sólo podía significar que se le
había muerto la suegra, pero, tampoco esto era verdad.
Y Pinkerton... Pinkerton... ha cogido en el aire diez
centavos que estaba a punto de perder. Y así
sucesivamente. En algunos casos las suposiciones
quedaban en situación de dudosas; en otros, resultaban
equivocadas. Por fin Halliday se dijo: Sea como fuere, es
evidente que diecinueve familias de Hadleyburg están
provisionalmente en el paraíso. No sé cómo ha
ocurrido, sólo sé que la Providencia está hoy de
vacaciones».
Un arquitecto y constructor del Estado contiguo se
había aventurado a instalar una pequeña empresa en
aquella localidad poco prometedora y su placa estaba
colgada ya desde hacía una semana, pero no se había
M A R K T W A I N
42
hecho vivo ni un cliente: el arquitecto estala desanimado
y lamentaba haber venido. Pero su humor cambió
súbitamente. Una tras otra le visitaron las esposas de los
ciudadanos importantes y le dijeron:
-Venga a mi casa el lunes, pero no hable del asunto
por ahora. Tenemos la intención de construir.
El arquitecto recibió ese día once invitaciones. Por
la noche le escribió a su hija ordenándole que rompiese
su noviazgo con el estudiante. Le dijo que se` podría
casar con un mejor partido.
Pinkerton, el banquero; y otros dos o tres hombres
acomodados pensaban construir casas de campo..., pero
esperaban. Los hombres de esa clase no cuentan sus
pollos antes de que estén incubados.
Los Wilson planearon una grandiosa novedad: un
baile de mascaras. No hicieron promesas concretas, sino
que les dijeron confidencialmente a sus amistades que se
lo estaban pensando y que seguramente lo harían, ..y, si
lo hacemos, usted cero invitado, desde luego». La gente
se mostraba sorprendida y se decía: Esos pobres Wilson
están locos. No pueden permitírselo, Algunas de las
diecinueve esposas les dijeron en privado a sus maridos:
«La idea es buena; esperaremos a que hayan dado ese
baile de pacotilla y luego nosotros daremos otro que
causará vértigo...
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
43
Los días pasaron y la cuenta de los futuros
derroches cada vez más, con creciente desenfreno, con
aturdimiento y temeridad cada vez mayores. Parecía que
los diecinueve ciudadanos importantes de Hadleyburg
no sólo gastarían sus cuarenta mil dólares antes de
cobrarlos, sino que estarían completamente endeudados
cuando fueran a cobrarlos. En algunos casos la gente
ligera de cascos no se conformaba con los proyectos de
gastos, sino que realmente gastaba... a crédito.
Compraba tierras, granjas, títulos, buena ropa, caballos y
otras cosas; pagaba al contado la señal... y se
comprometía a pagar el resto a los diez días. Luego vino
la segunda fase, y Halliday advirtió que una horrible
ansiedad comentaba a hacer su aparición en muchos
rostros. Volvió a sentirse intrigado y no supo cómo
interpretar aquello. «Los gatitos de Wilcox no han
muerto, porque no han nacido; nadie se ha roto una
pierna; no ha tenido lugar una reducción en el número
de suegras, no ha sucedido nada... El misterio es
impenetrable, había, además de Halliday, otro hombre
intrigado: el reverendo Burgess. Desde hacía días,
adondequiera que iba, la gente parecía seguirlo o
acecharlo; y, si se encontraba alguna vez en un sitio
retirado, podía tener la seguridad de que aparecería uno
de los diecinueve vecinos importantes y le pondría a
M A R K T W A I N
44
hurtadillas en la mano un sobre y le murmuraría: ,Para
abrir el viernes por la noche en el ayuntamiento», y
desaparecía luego con aire culpable. Esperaba aunque
con muchas dudas, pues Goodson estaba muerto que
alguien diese un paso adelante pidiendo el talego lleno
de dinero, pero nunca se le había ocurrido que hubiese
toda una multitud de pretendientes. Cuando por fin
llegó el gran viernes, comprobó que tenía diecinueve
sobres.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
45
III
El ayuntamiento nunca había presentado un aspecto
tan impresionante. En el fondo del estrado se veía un
llamativo grupo de banderas. Ice trecho en trecho, a lo
largo de las paredes, había guirnaldas de banderas; el
frente de las galerías estaba revestido de banderas y las
columnas que las sostenían estaban envueltas en
banderas. Todo aquello tenía como objeto impresionar
a los forasteros, porque acudirían muchos, sobre todo
en representación de la prensa. El salón estaba lleno.
Los cuatrocientos doce asientos fijos, ocupados, como
también las sesenta y ocho sillas suplementarias
colocadas en los pasillos. Los peldaños del estrado
estaban ocupados. A algunos forasteros distinguidos les
habían dado asiento en el estrado. Junto a la herradura
de mesas que cercaban el frente y los costados del
estrado, se hallaba sentado un nutrido grupo de
M A R K T W A I N
46
corresponsales especiales llegados de todas partes. Era
el salón mejor adornado que jamás hubiera visto la
ciudad. Había algunos tocados tirando a lujosos y, en
algunos casos, las damas que los lucían parecían no estar
familiarizadas con aquel tipo de vestidos. Al menos, así
lo creía la, ciudad, pero la idea quizá se debiera a que la
ciudad sabía que aquellas damas nunca se habían metido
en aquellos vestidos.
El talego de oro estaba sobre una mesita en el
primer plano del estrado, donde todos los presentes
podían verlo. La mayor parte de éstos lo contemplaban
con apasionado interés, con tal interés, que se le boca
agua: con un interés ansioso y patético.
Una minoría de diez o nueve parejas lo contemplaba
con ternura, amorosamente, con ojos de dueños, y la
mitad masculina de esa minoría ensayaba los
conmovedores discursitos de gratitud que poco después,
de pie, pronunciarían en respuesta a los aplausos y
felicitaciones del público. De vez en cuando uno de
ellos extraía del bolsillo del chaleco un trocito de papel y
le echaba un vistazo a hurtadillas para refrescar la
memoria.
Naturalmente se oía un murmullo de conversación;
como sucede siempre en estas ocasiones. Finalmente,
cuando el reverendo Burgess se puso en pie y apoyó la
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
47
mano en el talego, se habría podido oír el roer de sus
microbios, tal era el silencio reinante. Burgess narró la
curiosa historia del talego, luego prosiguió hablando con
calurosas palabras de la antigua y bien ganada
reputación de Hadleyburg por su intachable honradez y
por el legítimo orgullo que los habitantes sentían por
esta reputación. Dijo que dicha fama era un tesoro de
inestimable valor, que, merced a la Providencia, ese
valor se había acrecentado ahora considerablemente, ya
que el nuevo suceso había difundido su fama por todas
partes y atraído así los ojos del mundo americano sobre
la ciudad y convertido el nombre de Hadleyburg, para
siempre así lo esperaba y creía en sinónimo de
incorruptibilidad comercial [Aplausos].
-¿Y quién ha de ser el guardián de este noble tesoro?
-¿Toda la comunidad? -¡No! La responsabilidad es
individual, no colectiva. A partir de hoy cada uno de
ustedes, en su propia persona, es su guardián especial, y
es individualmente responsable de que ese tesoro no
sufra menoscabo alguno. -¿Aceptarán ustedes, acepta
cada uno de ustedes, esa gran misión? [Tumultuso
asentimiento]. Entonces, bien. Transmítanla a sus hijos
y a los hijos de sus hijos. Hoy la honradez de ustedes
está por encima de todo reproche: cuiden de que siga
estándolo. Hoy no hay en esta comunidad una sola
M A R K T W A I N
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persona que pueda ser empujada a tocar un penique
ajeno: cuiden de mantenerse siempre en ese estado de
gracia. [«-¡Cuidaremos de ello, ¡Cuidaremos de ello!»]
Ésta no es la ocasión indicada paro establecer
comparaciones entre nosotros y las demás ciudades,
algunas poco amables con nosotros. Islas tienen sus
costumbres y nosotros, las nuestras. Démonos por
satisfechos. [Aplausos] He terminado. Tajo mi mano,
amigos míos, reposa el elocuente reconocimiento de lo
que significamos, hecho por un Forastero: merced a su
intervención, el mundo sabrá siempre lo que somos. No
sabemos quién os, pero en nombre de ustedes le
expreso nuestra gratitud y les pido que expresen, con
una aclamación, su acuerdo.
La concurrencia se levantó como un solo hombree
hico retumbar los muros con los aplausos de su gratitud
durante un largo minuto. Luego se sentó, y el señor
Burgess sacó un sobre del bolsillo. La concurrencia
contuvo el aliento mientras Burgess rasgaba el sobe y
extraía de él una hojita de papel. Leyó su contenido con
tono lento y solemne, mientras el auditorio escuchaba
con extática atención aquel documento mágico. Corla
una de sus palabras valía un lingote de oro:
«La indicación que le hice a aquel atribulado forastero fue: Usted
dista mucho de ser un hombre malo; váyase y refórmese.»
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
49
Luego continuó:
-Dentro de un momento sabremos si la indicación
aquí citada corresponde a la escondida en el talego, y, si
resulta ser así y así será, indudablemente, este talego de
oro le corresponderá a un ', .
conciudadano que será desde ahora para esta nación
el símbolo de la virtud que ha dado fama a nuestra
ciudad en el país. -¡El señor Billson!
Los presentes se habían preparado para
desencadenar la debida tempestad de aplausos, pero, en
el lugar de hacerlo, se sintieron afectados de una especie
de parálisis. Luego, durante unos instantes, reinó un
profundo silencio seguido de una ola de murmullos que
recorrió el salón. Todos ellos eran de este tenor: -
¡Billson! -¡Venga, vamos, esto es demasiado extraño! -
¡Billson dando veinte dólares a un forastero... o a
cualquier otro. -¡A otro con ese cuento!» En este
momento los presentes contuvieron repentinamente el
aliento en un nuevo acceso de sor y presa al descubrir
que, mientras en un extremo del y salón el diácono
Billson se había puesto en pie con la cabeza abatida en
gesto de mansedumbre, el abogado Wilson estaba
haciendo otro tanto en el otro extremo. Durante unos
momentos reinó un silencio de asombro.
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Todos estaban intrigados y diecinueve parejas se
sentían sorprendidas e indignadas.
Billson y Wilson se volvieron y se miraron
fijamente. Billson preguntó con tono seco:
-¿Por qué se levanta usted, señor Wilson? Porque
tengo derecho a hacerlo. -¿Sería tan amable de explicarle
al público por qué se ha levantado?
-Con sumo placer. Porque fui yo quien escribí ese
papel.
-¡Impúdica falsedad! Lo escribí yo.
Esta vez Burgess se quedó petrificado. Estaba de pie
mirando alternativamente a uno y otro, que reclamaban
con los ojos en blanco, y al parecer no sabía qué hacer.
Los presentes estaban estupefactos. Por fin, el abogado
Wilson habló y dijo:
-Le pido a la presidencia que lea la firma que lleva
ese papel.
Esto hizo reaccionar ala presidencia, que leyó el
nombre: John Wharton Billson.»-¡Exacto! gritó Billson.
-¿Qué tiene que decir ahora? -¿Y qué tipo de excusas
nos ofrecerá a mí y a este agraviado público por la
impostura que ha tratado de representar aquí?
No les debo excusa alguna, señor. Y en cuanto a lo
demás, le acuso públicamente de haberla robado mi
papel al señor Burgess y de haberlo sustituido con una
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
51
copia firmada con su propio nombre. Es imposible que
usted haya llegado a conocer, de alguna otra forma, la
frase en la que se basaba la prueba. Sólo yo, entre todos
los seres de este mundo, poseía el secreto de la frase.
Las cosas prometían tomar un cariz turbio, si esto
proseguía así: todos advirtieron con aflicción que los
taquígrafos estaban garabateando con loco frenesí, y
muchos gritaron:
-¡La palabra al presidente! -¡Presidente! -¡Orden! -
¡Orden!
Burgess golpeó repetidamente la mesa con su maza,
y dijo:
No olvidemos la debida corrección. Evidentemente
ha habido un error, pero eso es todo. -Si el señor
Wilson me ha dado un sobre, y ahora recuerdo que me
lo dio, aún está en mi poder.
El reverendo Burgess sacó un sobre del bolsillo, lo
abrió, lo miró fugazmente, reveló sorpresa c inquietud y
permaneció en silencio durante unos instantes. Luego
pitó la mano de un modo vago y mecánico e hizo un par
de esfuerzos por decir algo, pero renunció a hacerlo,
con aire desalentado. Varias voces gritaron:
-¡Léalo! -¡Léalo! -¿Qué dice?
De modo que el reverendo empezó, con aire
aturdido y sonámbulo:
M A R K T W A I N
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«La indicación que le hice a aquel atribulado, forastero, dice:
Usted dista de ser un hombro tríalo.
[La concurrencia lo miró, maravillada] Váyase y
refórmese. (Murmullos: -¡Asombroso! -¿Qué quiere decir
esto?»)
Este papel manifestó el presidente está firmado por
Thurlow G. Wilson.
-¡Exacto! exclamó Wilson. -¡Supongo que eso lo
aclara todo! Yo sabía perfectamente que mi papel había
sido robado.
-¡Rolado! replicó Billson. Le advierto que ni usted ni
ningún hombre de su catadura puede arriesgarse a...
PRESIDENTE: -¡Orden, caballeros! -¡Orden! Les
ruego que se sienten.
Los dos autores de los escritos obedecieron,
meneando la cabeza y gruñendo irritados. El público
estaba profundamente intrigado; no sabía cómo
explicarse aquel curioso suceso. Al poco rato se puso de
pie Thompson. Thompson era el sombrerero. Le habría
gustado ser uno de los diecinueve ciudadanos
importantes, pero tal destino no era para él. Sus
existencias de sombreros no bastaban para asegurarle
semejante posición. Y dijo:
-Señor presidente, permítaseme, una sugerencia...
;No podrían estar en lo cierto ambos caballeros? Le
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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sugiero esto... -¿No podrían ambos haberle dicho
casualmente las mismísimas palabras al forastero?
Me parece que el curtidor se puso de pie y le
interrumpió. El curtidor era un hombre amargado; se
creía con méritos para figurar entre los diecinueve
importantes, pero no podía conseguir que se lo
reconocieran, lo que le hacía algo desagradable en sus
modales y en su manera de hablar. Dijo:
-¡Vamos, no se trata de eso! Eso puede ocurrir dos
veces en cien años, pero no lo otro. -¡Ninguno de los
clon clip los veinte dólares!
Un estallido de aplausos.
Billson: -¡Yo los di!
Wilson: -¡Yo los di!
Luego se acusaron mutuamente de robo.
PRESIDENTE: -¡Orden! Les ruego que se sienten.
Ninguno de los sobres ha estado fuera de mis bolsillos
ni un momento. UNA voz: Entonces... -¡Eso lo
soluciona todo!
CURTIDOR: Señor presidente, hay algo muy
evidente: uno de esos hombres ha estado fisgando bajo
la cama del otro y robando secretos de familia. -Si la
insinuación es poco democrática, haré notar que ambos
son capaces de ello. [PRESIDENTE: -¡Orden! -
¡Orden!»] Retiro la insinuación, señor, y me limitaré a
M A R K T W A I N
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sugerir que, si uno de ellos ha oído por casualidad al
otro mientras revelaba a su mujer la famosa frase,
podemos descubrirlo ahora.
UNA VOZ: -¿Cómo?
CURTIDOR: Fácilmente. Ninguno de los dos ha
citado la frase con palabras exactamente iguales. Ustedes
lo habrían notado, si no hubiera mediado un
inconsiderable espacio de tiempo y una excitante pelea
entre ambas lecturas.
UNA VOZ: Diga la diferencia.
CURTIDOR: La palabra mucho está en la carta de
Billson y no figura en la otra.
MUCHAS VOCES: Así es -¡Tiene razón!
CURTIDOR: Y por lo tanto, si la presidencia con
,'siente examinar la indicación encerrada en el talego,
sabremos cuál de estos dos impostores
(PRESIDENTE: «-¡Orden! -¡Orden!»]..., cuál de estos
dos aventureros... [PRESIDENTE: -¡Orden! -
¡Orden!]..., cuál de estos dos caballeros... Risas y
aplausos] tiene derecho a ostentar el título de primer
fanfarrón deshonesto jamás criado en esta ciudad..., ;a la
cual ha deshonrado y que será desde ahora para él un
lugar asfixiante! [Fuertes aplausos.]
MUCHAS VOCES: -¡Ábralo! -¡Abra el talego!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
55
El reverencio Burgess pegó un corte en el talego,
metió la mano dentro y sacó un sobre. En él se hallaban
dos papeles doblados. El reverendo dijo:
-Uno de estos papeles contiene la frase: «No deberá
ser examinada, hasta que no se hayan leído todas las
comunicaciones escritas dirigidas a la presidencia, si las
hubiere». Sobre el otro papel está escrito: Prueba. Un
momento. Dice así: «Yo no exijo que la primera mitad
de la indicación de mi benefactor sea repetida con toda
exactitud, porque no era muy notable y puede haber
sido olvidada, pero sus quince palabras finales sí que
son notables y las creo fáciles de recordar, y, a no ser
que éstas sean reproducidas con exactitud, el que
reclame será considerado un impostor. Mi benefactor
empezó diciendo que él rara vez daba un consejo, pero
añadió que, cuando lo daba, el consejo llevaba siempre
el sello de mucha calidad. Luego dijo esto... que El
hombre que corrompió Hadleyburg nunca se me ha
borrado de mi memoria: ..Usted no es malo .....
CINCUENTA VOCES: Eso aclara todo. -¡El
dinero es de ¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Que hable! -
¡Que hable!
Todos se levantaron de un salto y se agolparon
alrededor de Wilson, estrujándole la mano y
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felicitándolo con fervor, mientras el presidente
descargaba golpes con su maza y gritaba:
-¡Silencio, caballeros! -¡Silencio! -¡Silencio!
Permítanme que termine de leer, por favor.
Al restablecerse el silencio, se reanudó la lectura,
oyéndose lo siguiente:
«Váyase y refórmese, o, recuerde mis palabras, un día, por
sus pecados, morirá e irá al infierno o a Hadleyburg...
PROCURE ACABAR EN EL INFIERNO»
Hubo un silencio espantoso. Primero, sobre los
rostros de los ciudadanos comenzó a cernirse una nube
de enojo; tras una pausa, la nube empezó a disiparse y
una expresión divertida trató de ocupar su sitio y lo
intentó con tal esfuerzo, que sólo pudo evitarse con
grande y penosa dificultad. Los reporteros, los nativos
de Brixton y demás forasteros abatieron sus cabezas y
protegieron sus rostros con las manos y lograron
contenerse con mucho esfuerzo y heroica cortesía. En
ese inoportuno momento estalló en medio del silencio
el bramido de una voz solitaria, la de Jack Halliday:
-¡Esto sí que es un buen consejo!
Entonces los presentes, incluso los forasteros,
cedieron. Hasta la gravedad del señor Burgess se
desmoronó en el acto y el público se consideró
oficialmente libre de toda contención y usó su privilegio
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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al máximo. Fue una buena y prolongada tanda de
riquezas y de risas tempestuosamente sinceras, pero que
por fin cesó, durando lo bastante para que el señor
Burgess intentara reanudar su discurso y para que la
agente se secara parcialmente los ojos. Luego Burgess
patio proferir estas graves palabras: Es inútil que
tratemos de disimular el hecho.
Nos encontramos frente a un asunto muy
importante. Está en juego el honor de nuestra ciudad,
amenaza su buen nombre. La diferencia de una sola
palabra entre los textos presentados por el señor
Wilsony por el señor Billson era, en sí misma, una
cuestión muy seria, ya que demostraba que uno de estos
dos señores era culpable de robo Los dos hombres
aludidos estaban sentados con la cabeza gacha, pasivos,
aplastados; pero, al oír estas palabras, se movieron
como electrizados e hicieron ademán de levantarse -
¡Siéntense! dijo el presidente bruscamente; 1 ambos
obedecieron. Eso, como acabo de decir, era una cosa
seria. Y lo era..., pero sólo para uno de y ellos. Con
todo, el asunto ha tomado un cariz más grave, porque
ahora el honor de ambos está en peligro. -¿Debo ir más
allá aún y decir que se trata de un peligro que no se
puede desenredar? Ambos han omitido las palabras
decisivas.
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El reverendo hizo una pausa. Dejó que durante
unos instantes el silencio que impregnaba todo se
espesara y aumentase sus solemnes efectos y añadió:
-Aparentemente esto sólo puede haber ocurrido de
una manera. Yo les pregunto a estos caballeros: -¿Ha
habido cohesión , acuerdo? 'Un suave murmullo se
insinuó entre el público; su significado era: «Los ha
acorralado...
Billson no estaba acostumbrado a estas situaciones,
se quedó sentado, con la cabeza gacha. Pero Wilson era
abogado. Se puso de pie con esfuerzo, pálido y afligido,
y dijo:
-Solicito la indulgencia del público mientras explico
este penoso asunto. Lamento decir lo que voy a decir,
!tiesto que ofenderé de forma irreparable al señor
Billson, a quien he estimado y respetado siempre hasta
ahora, y en cuya invulnerabilidad a la tentación creí
siempre a pie juntillas como todos ustedes. Pero debo
hablar en defensa de mi propio honor. y con franqueza.
Confieso avergonzado y les suplico me perdonen que le
dije al forastero arruinado todas las palabras contenidas
en la frase, incluidas las últimas ofensivas. [Suspiro entre
el público. Cuando los periódicos hablaron de esto, las
recordé y resolví reclamar el talego de dinero, ya que me
sentía con derecho al mismo desde todos los puntos de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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vista. Ahora les pido a ustedes que tengan en cuenta este
punto y lo mediten bien: que la gratitud del forastero
para mí esa noche no tenía límites, que él mismo
manifiesto no encontrar palabras adecuadas para
exhumarla y que, si podía hacerlo, me devolvería algún
día el favor centuplicado. Y bien... Ahora les pregunto:
¿Podía esperar..., podía creer..., podía siguiera imaginar
remotamente que, dados tales sentimientos, ese hombre
cometería un acto tan desagradecido como añadir a su
prueba las quince palabras completamente: innecesarias,
tendiéndome una trampa, haciéndome aparecer como
difamador de mi propia ciudad ante mis propios
convecinos reunidos en un salan público? Era absurdo,
era imposible. Su prueba contendría solamente la
bondadosa cláusula inicial de mi observación. Yo no
dudaba lo más mínimo. Ustedes habrían pensado lo
mismo en mi lugar No habrían esperado tan vil traición
de un lumbre a quien protegieran y a quien no
agraviaran en modo alguno. Y por eso, con perfecta
confianza, con perfecta buena fe, escribí sobre un trozo
de papel las palabras iniciales, terminando con un
Váyase y refórmese, y las firmé. Cuando me disponía a
poner la carta en un sobre, me llamaron para que fuera a
un despacho de mi oficina y, sin pensarlo, dejé la carta
abierta sobre mi escritorio. Wilson se detuvo, volvió
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60
lentamente la cabeza hacia Billson, esperó un momento
y añadió:
-Les pido que tomen nota de esto: cuando volví,
poco después, el señor Billson salía por la puerta
principal de mi oficina. [Suspiros.]Inmediatamente
Wilson se puso de pie y gritó: -¡Es mentira! -¡Es una
mentira infame!
PRESIDENTE: -¡Siéntese, señor! El señor Wilson
no ha acabado aún.
Los amigos de Wilson lo obligaron a sentarse y lo
calmaron. Wilson prosiguió:, Éstos son los hechos
escuetos. Mi carta, cuando volví, estaba colocada en un
lugar distinto del escritorio. Me di cuenta del hecho,
pero no le di importancia, creyendo que la había
cambiado de sitio una corriente de aire. No podía
ocurrírseme que el señor Billson leyera una carta
privada: se trataba de un hombre honorable y debía
estar por encima de eso. Permítanme observar que su
palabra extra, mucho, se explica perfectamente: cabe
atribuirla a un defecto de memoria. Yo era el único
hombre del mundo que podía proporcionar aquí los
detalles de la frase con medios honorables. He
terminado., Nada hay más adecuado en el mundo que
un discurso persuasivo para confundir la máquina
mental y trastornar las convicciones y seducir las
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
61
emociones y de un público inexperto en las tretas y
engaños de ,la oratoria. Wilson se sentó victorioso. Los
presentes, lo ahogaron en oleadas de aprobatorios
aplausos; los amigos se pusieron a su alrededor y le
estrecharon la mano y le felicitaron. A Wilson lo
obligaron a callar a gritos y no se le permitió decir una
sola palabra. El presidente descargó golpes y más golpes
con su maza y no hizo más que gritar: ¡prosigamos,
caballeros! -¡Prosigamos!
Finalmente, hubo un relativo silencio y el
sombrerero dijo:
-Pero, -¿qué hay que proseguir, señor, sino a
entregar el dinero?
VOCES: -¡Eso es! -¡Eso! -¡Adelante, Wilson!
SOMBRERERO: Pido tres vítores para el señor
Wilson, símbolo de la típica virtud de...
Los vítores estallaron antes de que el sombrerero
pudiese terminar, y en medio de los vítores y también
del clamor de la masa varios entusiastas subieron a
Wilson sobre los hombros de un corpulento amigo y se
dispusieron a llevarle en triunfo al estrado. Entonces la
voz del presidente se elevó por encima del tumulto...
-¡Orden! -¡Cada uno a su sitios Ustedes olvidan que
falta aún por leer un documento.
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62
Cuando se hubo restablecido el silencio, el
reverendo tomó el documento y se disponía ya a leerlo,
pero lo abandonó nuevamente, diciendo:
-Lo olvidaba... Esto no debe leerse antes de leer
todas las comunicaciones escritas recibidas por mí.
Burgess sacó un sobre del bolsillo, extrajo su
contenido, arrojó sobre él una rápida mirada, pareció
sorprendido y se quedó contemplándolo fijamente.
Veinte o treinta voces gritaron:
-¿Qué dice ese papel? -¡Léalo! -¡Léalo!
Y el reverendo Burguess lo leyó... lentamente y con
tono vacilante:
-La indicación que le hice al forastero
[Voces: -¡Eh! -¿Qué es eso? fue la siguiente: Usted
dista de ser un hombre malo. VOCES: ¡Santo Dios!»)
Váyase y reformese. [UNA vez: ¡Que me condenen!»)
Firmado par el señor Pinkerton, el banquero.
El barullo de carcajadas que se desató entonces fu e
de los que pueden arrancarles lágrimas a los más
sosegados. Los que carecían de puntos vulnerables
rieron hasta que se les saltaron las lágrimas., los
reporteros, en espasmos de risa, anotaron, garabatos
indescifrables y un perro dormido se levantó de un
salto, asustadísimo, y ladró sin parar ante. el tumulto.
Entre el tumulto general, se oían todo tipo de gritos:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
63
Nos estamos enriqueciendo'. ;Dos Símbolos de
incorruptibilidad! -¡Eso, sin contar con Billson!~ -¡Tres!
-¡Cuenten a Tabla rasa! -¡Hay lugar puro todos!, „-¡Muy
bien! -¡Billson es el elegido! Hay pobre Wilson, víctima
de dos ladrones!»
VOZ POTENTE: ¡Silencio! El presidente acaba de
sacar algo del bolsillo.
VOCES: ¡Hurra! -¿Algo nuevo? -¡Léalo! -¡Léalo! -
¡Léalo!
PRESIDENTE: [Leyendo]: La indicación que le
hice , etcétera. Usted dista de ser¡ un hombre malo.
Váyase..., etcétera. Firmado, Gregory Yates.
TUMULTO DE VOCES: -¡Cuatro Símbolos!
;Hurra por Yates! -¡Saque otro!
En el salón había muchas ganas de hacer jaleo y
estaban decididos a disfrutar de todo el placer que
pudiese brindar la oportunidad. Varios de los diecinueve
ciudadanos importantes, con aire pálido y afligido, se
pusieron en pie y empezaron a abrirse camino hacia los
pasillos, pero se oyeron numerosos ~. . gritos: -¡Las
puertas, las puertas! -¡Cierren las puertas!
-¡Que no salga ninguno de los incorruptibles) -¡Que
se sienten todos!
El mandato fue obedecido.
-¡Saque otro! -¡Léalo! -¡Léalo!
M A R K T W A I N
64
El presidente volvió a sacar un sobre y brotaron
nuevamente las familiares palabras 'Usted dista de ser un
hombre malo.
-¡El nombre! -¡El nombre!
-L. Ingoldsby Sargent.
-¡Cinco elegidos! -¡Pongámoslos todos juntos, _uno
encima de otro! -¡Adelante, adelante!
Usted dista de ser a:
-¡El nombre! -¡El nombre!
-Nicholas Whitworth.
-¡hurra! -¡hurra! -¡Hoy es un día feliz!
Alguien comenzó a cantar estas palabras con la
bonita música de la melodía Cuando ten hombre tiene
miedo, una .hermosa doncella..., de la opereta El
mikado.1 El público con alborozo hizo coro y entonces,
un instante después, alguien aportó otro verso:
Y no olvides esto ... »
Y todos los presentes lo repitieron con fuertes
vozarrones. Inmediatamente otro aportó otro verso:
«Lo corruptible está lejos de Hadleyburg...»
El público lo festejó también estruendosamente.
1 Se trata de una ópera bufa en dos actos, con música de Arthur Sullivan y
libreto de W. S. Gilbert. Representada por primera vez en 1885 en el Savoy
Threatre de Londres por Richard D'Oyly Carte, es quizá la obra más popular
de Gilbert y Sullivan.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
65
Al extinguirse la última nota, la voz de Jack
Halliday se elevó aguda y clara, grávida, con un verso
final:
Pero no duden de que los Símbolos están aquí!
Lo cantaron con atronador entusiasmo. Luego la
satisfecha concurrencia empezó por el principio y
repitió dos veces los cuatro versos, con enorme ímpetu
y vibración, y los remató con un estrepitoso triple vítor
un viva final por Hadleyhurg la incorruptible y todos los
Símbolos a los que esta noche consideremos dignos de
recibir el sello de garantía.
Entonces los gritos a la presidencia se reanudaron
en todo el recinto: -¡Siga! -¡Siga! -¡Lea! -¡Lea más! -¡Lea
todo lo que tenga!
-¡Eso! -¡Siga! -¡Conseguiremos una fama inmortal!
En ese momento se levantaron una docena de
hombres y empezaron a protestar. Dijeron que la farsa
era obra de algún perverso bromista y que significaba un
insulto para toda la ciudad. Sin duda, las Firmas eran
todas falsas -¡Siéntense! -¡Siéntense! -¡Cállense! Ustedes
están confesando. Encontraremos sus nombres en el
montón.
-¿Cuántos de esos sobres tiene, señor presidente?
El presidente contó.
-Junto con los ya examinados, diecinueve.
M A R K T W A I N
66
Estalló una tempestad de aplausos burlones. Quizá
todos contienen el secreto. Propongo que el presidente
abra todos y lea todas las firmas que figuran en los
papeles... y también que lea las primeras ocho palabras
de cada uno.
-¡Apoyo la moción!
Se puso con práctica y se llevó adelante
ruidosamente. Entonces el pobre viejo Richards se puso
de pie y también su esposa se puso a su lado, con la
cabeza gacha, paro que nadie advirtiera sus lágrimas. Su
marido le dio el brazo y, mientras la sostenía así,
comenzó a hallar con voz trémula:
-Amigos míos... Ustedes nos conocen a los dos, a
Mary y a mí, desde que estamos en este mundo, y creo
que nos han querido y respetado...
El presidente lo interrumpió:
-Permítame. Es completamente cierto lo que nos
dice, senor Richards. Esta ciudad los conoce a ustedes,
los quiere, los respeta; más aún, los honra y los ama...
La voz de Halliday resonó de manera estridente:
-¡También ésta es una verdad! -Si el presidente tiene
razón, que el público hable y lo diga. -¡Arriba! Ahora,
vamos... -¡Hip! -¡Slip! -¡Hurra! -¡Todos a una!
El público se puso en pie a la vez, volvió sus rostros
hacia la anciana pareja, llenó el aire de una nevada de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
67
pañuelos que se agitaban y profirió los vítores con todo
el afecto de su corazón.
Entonces, el presidente prosiguió:
-Lo que yo iba a decir era esto: Conocemos su buen
corazón, señor Richards, pero éste no es el momento
pura ejercer la caridad con los transgresores de la moral
Gritos de: «-¡Exacto! -¡Exacto!..). Leo en el rostro de
ustedes dos su generoso propósito, pero no puedo
permitirles que defiendan a esos hombres...
-Pero yo iba a...
-Le ruego que tome asiento, señor Richards.
Debemos examinar el resto de esos sobres; lo exige la
más mínima equidad para con los hombres que hemos
dejado ya al descubierto. Apenas se haya hecho esto, le
doy mi palabra de que le escucharemos.
MUCHAS voces: -¡Muy bien! -¡El presidente tiene
razón! -¡No puede permitirse interrupción alguna a estas
alturas! -¡Siga! -¡Los nombres! -¡Los nombres! -¡De
acuerdo con los términos de la moción!
La anciana pareja se sentómarido le murmuró a la esposa:
Es clarísimo tener que esperar. Nuestra vergüenza
será mayor que nunca cuando se descubra que sólo
íbamos a interceder por nosotros.
M A R K T W A I N
68
Nuevamente volvió a desatarse el alborozo con la
lectura de los nombres.
- Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Robert J.
Titmarsh.
- Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Eliphalet
Weeks.
-Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Oscar B.
Wilder.
A estas alturas, a la concurrencia se le ocurrió la -
¡idea de arrebatar las siete palabras de la boca del
presidente. Éste se lo agradeció. A partir de aquel
momento levantaba, vez por vez, el papel, y se quedaba
esperando. Y, cada vez, los presentes entonaban las siete
palabras con un efecto compacto, sonoro y cadencioso
(que, por otra parte, mostraba un audaz y parecido con
un bien conocido salmo religioso). Usted distaaa de ser un
maaaalo hombre maaaalo. Luego el presidente decía:
“Firmado, Achibald Wilcox”. Y así sucesivamente,
nombre tras nombre, y todos lo pasaban cada vez mejor
y se sentían más satisfechos, salvo los desventurados
diecinueve. De vez en cuando, al pronunciarse un
nombre particularmente brillante, el público hacía
esperar al presidente mientras canturreaba el total de la
frase, desde el principio hasta las palabras finales -¡E irá
al infierno y a Hadleyburg...; procure que sea lo primeeeero!», y
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
69
en esos casos especiales, los presentes añadían un
magnífico y atormentado e imponente ¡Amén!»
La lista mermaba, mermaba, mermaba, mientras el
pobre viejo Richards llevaba la cuenta, experimentando
un sobresalto cuando se leía un nombre pare ,ciclo al
suyo y esperando, con dolorosa expectación, que llegara
el momento en que tendría el penoso privilegio de
ponerse de pie con Mary y de acabar su defensa, que se
proponía cerrar con estas palabras: “...porque, hasta
ahora, jamás hemos hecho nada in y correcto y hemos
seguido nuestro humilde camino de nudo irreprochable.
Somos muy pobres, .somos viejos ~ no tenemos quien
cuide de nosotros: nos veíamos terriblemente tentados,
y caímos. Cuando me levante antes, mi propósito era
confesar y pedir que no fuese leído en este lugar
público, porque nos podría que no podríamos
soportarlo, pero se me impidió hacerlo. Es justo. Nos
correspondía sufrir con los demás. Esto ha sitio duro
para nosotros. Es la primera vez que hemos oído salir
mancillado nuestro nombre de unos labios. Sean ustedes
misericordiosos, en nombre de días mejores. Hagan que
nuestra ve riqueza sea leve de llevar, en la medida
concedida por vuestra caridad.
M A R K T W A I N
70
En este punto de sus meditaciones, Mary le dio un
codazo al advertirle distraído. El público canturreaba
“Usted dista de ...”, etcétera.
-Prepárate -murmuró Mary.- Tu nombre llegará de
un momento a otro; ha leído dieciocho.
El salmodiar terminó.
-¡El próximo! -¡El próximo! -¡El próximo!- llegó una
andanada de todos los presentes.
Burgess metió la mano en el bolsillo. La anciana
pareja, trémula, empezó a levantarse. Burgess hurgó un
momento en sus bolsillos y luego dijo:
-Por lo visto ya los he leído todos.
Desfallecida por la alegría y la sorpresa, la pareja se
desplomó sobre sus asientos y Mary susurró:
-¡Oh, bendito sea Dios! -¡Estamos salvados! -¡Ha
perdido nuestro sobre! -¡Yo no cambiaría esto por un
centenar de esos talegos! Los presentes entonaron de
nuevo su parodia de El mikado y la cantaron tres veces
con creciente entusiasmo, poniéndose en pie al entonar
por tercera vez el verso final:
¡Pero no duden de que los Símbolos están aquí!
Acabaron con vítores y un viva final por »La pureza
de Hadleyburg y de nuestros dieciocho inmortales
representantes Entonces Wingate, el guarnicionero, se
puso de pie y propuso vítores por »el hombre más
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
71
limpio de la ciudad, el único ciudadano importante de
Hadleyburg que no intentó robar el dinero: Edward
Richards».
Los vítores fueron proferidos con grande y
conmovedora cordialidad; luego alguien propuso que
Richards fuese elegido único guardián y símbolo de la e
ahora sagrada tradición de Hadleyburg, con poder y
derecho a afrontar todo el sarcástico mundo cara a cara.
Se aprobó por aclamación. Luego la concurrencia
volvió a cantar El mikado y terminó con:
;Pero no duden de que los Símbolos están aquí!» '
Hubo una pausa, luego.
UNA voz: Y bien... -¿Quién recibirá el talego?
CURTIDOR (con amargo sarcasmo): Eso es fácil.
El dinero debe ser dividido entre los dieciocho
incorruptibles, entre quienes dieron al atribulado
forastero veinte dólares por cabeza y la famosa
indicación y cada uno por su cuenta. El desfile de la
procesión tardó al menos veintidós minutos. Pagaron al
forastero trescientos sesenta dólares. Quieren solo que
se les devuelva su préstamo más los intereses o sea,
cuarenta mil dólares en total.
MUCHAS VOCES (sarcásticamente): -¡Muy bien! -
¡Que se lo repartan, que se lo repartan! -¡Hay que ser
misericordiosos con los pobres, no les hagan esperar! '
M A R K T W A I N
72
PRESIDENTE: -¡Orden! Ahora leeré el documento
final del forastero. Dice: «-Si no apareciese nadie a
reclamar la cantidad (coro de gritos, deseo que usted
abra el talego y entregue el dinero a los ciudadanos más
importantes de la ciudad, que deberán tomarlo en
fideicomiso [gritos de: .,-¡Oh! -¡Oh! -¡Oh!»] y utilizarlo
en la forma que le parezca preferible para la
propagación y conservación de la incorruptible
honradez de esa ciudad (más gritos, una reputación a la
cual sus nombres y esfuerzos añadirán un nuevo y
lejano esplendor,,. (Entusiasta estallido de sarcásticos
aplausos./ Eso parece ser todo. No. Aquí, hay una
postdata:
P. D.: CIUDADANOS DE HADLEYBURG: La
indicación no existe. Nadie dijo tal cosa. [Gran
suspiro./No hubo tal forastero pobre, ni dádiva de
veinte dólares, ni bendiciones ni cumplido adjuntos.
Todo eso son invenciones. (Zumbido general y
canturreo de sorpresa y placer] Permítanme que les
cuente mi historia, bastará con unas pocas palabras. En
cierta ocasión pasé por Hadleyburg y sufrí una profunda
ofensa, que no merecía. Cualquier otro se habría
conformado con matar a uno o dos de ustedes y con
ello se hubiera dado por satisfecho, pero a mí esto me
pareció un desquite trivial e inadecuado: los muertos no
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
73
sufren. Además, yo no podía matarlos a todos y, por
otra parte, siendo como soy, ni aún eso me habría
dejado satisfecho Quise perjudicar a tocaos los hombres
de la ciudad y a todas las mujeres, y no en sus cuerpos o
en sus fortunas, sino en su orgullo, el punto en que es
más vulnerable la gente débil y tonta. De modo que me
disfracé y volví y les estudié. Ustedes eran presa fácil.
Tenían una antigua y elevada reputación de honradez y,
naturalmente, se enorgullecían de ella: la honradez era el
tesoro de los tesoros, la niña de sus ojos. Apenas hube
descubierto que se mantenían ciudadosa y atentamente y
mantenían a sus hijos al margen de la tentación, supe
cómo debía proceder. -¿No comprenden ustedes, seres
simplones, que la más débil de todas las cosas débiles es
la virtud que no ha sido probada por el fuego? Esbocé
un plan y reuní una lista de nombres. Mi proyecto
consistía en corromper a Hadleyburg la incorruptible.
Mi intención era convertir en mentirosos y ladrones a
cerca del medio centenar de hombres y mujeres
intachables, que jamás profirieran una mentira ni
rogaran un penique en su vida. Temí a Goodson. Éste
no había nacido en Hadleyhurg ni se había criado en esa
ciudad. 'temí que, si empezaba a ejecutar mi plan
exponiendo mi carta ante ustedes, se diría: Goodson es
el único de nosotros que hubiera sido capaz de darle
M A R K T W A I N
74
veinte dólares a un pobre diablo» y que, entonces, no
habrían mordido mi cebo. Pero el cielo se lleve a
Goodson, entonces comprendí que yo estaba a salvo y
eché mi caña y puse el cebo. Quizá no atrapara a todos
los hombres a quienes envié por correo el presunto
secreto, pero atraparía a la mayoría de ellos, si conocía el
temperamento de Hadleyburg. [VOCES: «Es exacto.
Los atrapó a todos.»). Estoy convencido de que, por
miedo de perderlo, llegaríais a robar hasta lo que es con
toda evidencia .dinero de juego», vosotros, pobres
víctimas de una educación equivocada y de la tentación.
Confío en aplastar para siempre vuestra vanidad y en
darle a Hadleyburg una nueva reputación, esta vez
duradera, y que llegará lejos. -Si he obtenido éxito, abran
c talego y convoquen a la comisión para la propagación
y salvaguarda de la reputación de Hadleyburg».
UN CICLON DE VOCES: -¡Ábranlo!... -¡Ábranlo!
-¡Que se adelanten los dieciocho! -¡La comisión para la
propagación de la tradición! -¡Que se adelanten los
incorruptibles!
El presidente abrió el talego, lo vació, recogió un
puñado de relucientes monedas anchas, amarillas; las
juntó, luego las examinó.
-¡Amigas, no son más que discos de plomo dorados!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
75
Hubo un estruendoso estallido de satisfacción al oír
la noticia, y, cuando se hubo acallado el alboroto, el
curtidor exclamó:
-Por derecho de aparente prioridad en el asunto el
seno-¡ Wilson es presidente de la comisión para la
propagación de la tradición. Sugiero que se adelante en
nombre de sus compañeros y reciba en fideicomiso el
dinero.
UN CENTENAR DE voces: -¡Wilson! -¡Wilson! -
¡Wilson!
-¡Que hable! -¡Que hable! Wilson (con voz trémula
de ira): Permítanme que diga, sin pedir excusas por mi
lenguaje: ,Maldito sea el dinero!» UNA VOZ: -¡Oh! -¡Y
es baptista!
OTRA VOZ: -¡Quedan diecisiete Símbolos! -
¡Adelante, caballeros, y háganse cargo del fideicomiso!
Hubo una pausa sin respuesta.
GUARNICIONERO: Señor presidente, nos queda
una hombre limpio de la difunta aristocracia; ese
hombre necesita dinero y lo merece. Propongo que se
de signe a Jack Halliday para que suba al estrado y
ponga a subasta ese talego de piezas doradas de veinte
dólares y le dé el resultado al hombre que lo mere ce, al
hombre a quien Hadleyburg se complace en honrar:
Edward Richards.
M A R K T W A I N
76
Esto fue acogido con gran entusiasmo, con nueva
intervención del perro. E1 guarnicionero inició la puja
con un dólar, la gente de Brixton y el re presentante de
Barnum pujaron con fuerza, la gen te vitoreó a cada
salto que daban las apuestas; la excitación creció cada
vez más; el brío de los interesados fue en aumento y se
volvió cada vez más audaz; los saltos llevaron de un
dólar a cinco, luego, a diez, luego, a veinte, luego, a
cincuenta, luego, a cien, luego. A1 empezar la subasta,
Richards le susurró acongojado a su esposa:
-¡Mary! -¿Podemos permitir esto? Es... es... ya lo ves,
una recompensa a la honradez, un testimonio de
honestidad de ánimo y... y... -¿podemos permitirlo? -
¿No será mejor que me ponga en pie y... -¡Oh Mary! -
¿Qué debemos hacer? -¿Qué crees que?... [LA voz DE
Halliday: -¡Dan quince! -¡Quince por el talego!... -
¡Veinte!... -¡Ah, gracias! -¡Treinta!,.. -¡Gracias! -¡Treinta,
treinta, treinta! ;E le oído decir cuarenta? -¡Cuarenta! -
¡Hagan rodar la bola, caballeros, háganla rodar! -
¡Cincuenta! -¡Gracias, noble romano! -¡Vamos,
cincuenta, cincuenta, cincuenta! -¡Setenta! -¡Noventa! -
¡Espléndido! -¡Cien! -¡Quién da más, quién da más! -
¡Ciento veinte! -¡Ciento cuarenta! -¡A tiempo! -¡Ciento
cincuenta! -¡Doscientos! -¡Soberbio! -¿He oído dos...? -
¡Gracias! -¡Doscientos cincuenta!»] _Es otra tentación,
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
77
Edward... Estoy temblando... Pero... -¡Oh! Hemos
escapado a otra tentación, y eso debería ponernos en
guardia para... [-¿He oído seiscientos? -¡Gracias!
Seiscientos cincuenta, seiscientos cin... -¡Setecientos]. Y,
con todo, Edward, si se piensa... nadie sospecha... [«-
¡Ochocientos dólares! -¡Hurra! -¡Digamos novecientos! -
¿Le he oído bien, señor Parsons?... -¡Gracias! -
¡Novecientos! -¡Este noble talego de plomo puro que se
va por sólo novecientos dólares, con dorado y todo!... -
¡Vamos! -¿He oído?... -¡Mil! -¿Dijo alguien mil cien? -
¡Un talego que será el más célebre del mundo! -¡Oh,
Edward. Y empezó a sollozar. -¡Somos tan pobres!
Pero..., pero... Haz lo que te parezca mejor..., haz lo que
te parezca mejor...
Edward estaba desfallecido, esto es, sentado y
sumido en silencio; con la conciencia no muy tranquila,
pero abrumado por las circunstancias.
Mientras tanto, un forastero, con aire de detective
aficionado, vestido como un inverosímil conde inglés,
había estado observando el desarrollo de la velada con
manifiesto interés y expresión de júbilo, comentando el
asunto consigo mismo. Su soliloquio.
Se desarrollaba ahora, más o menos, así: «Ninguno
de los dieciocho formula una oferta, y esto no está bien.
Hay que cambiarlo; lo impone la unidad dramática. Esa
M A R K T W A I N
78
gente tiene que comprar el talego que intentara robar, y
tiene que pagar por él un precio muy alto. Algunos de
ellos son ricos. Y otra cosa: cuando yo cometo un error,
en relación con la naturaleza de Hadleyburg, el hombre
que me ha hecho caer en ese error tiene derecho a una
alta remuneración, y alguien tiene que pagarla. Ese
pobre viejo Richards ha puesto en ridículo mis
capacidades de discernimiento: es un hombre honrado.
No lo entiendo, pero lo reconozco. -Sí: ha visto mi
póquer con una escalera, y el plato le corresponde por
derecho. -¡Y será un plato abundante, si funciona mi
sistema! Me ha 'decepcionado, pero no importa.
El forastero seguía atentamente la puja. Al llegara
mil dólares, el mercado se desmoronó; los preciosa
flojaron pronto dando tumbos. Esperó, y siguió
observando. Un competidor se apartó de la puja; luego
otro y otro más. Entonces el desconocido hizo un par
de ofertas. Cuando las ofertas bajaron a diez dólares, él
añadió cinco, alguien aumentó tres; el forastero esperó
un momento y se lanzó a un salto de cincuenta dólares,
y el talego fue suyo por mil doscientos cientos ochenta y
dos dólares.
Los presentes estallaron en vítores y luego
guardaron silencio, porque el forastero se había puesto
en pie y levantaba la mano. Comenzó a hablar.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
79
-Deseo decir unas palabras y pedir un favor.
Comercio con objetos raros y tengo negocios con
personas interesadas por la numismática en todas partes
del mundo. De esta adquisición, así como es, yo le
puedo sacar ventaja; conozco la forma, siempre que
consiga vuestra aprobación, de poder obtener que cada
una de estas monedas de plomo valgan como auténticas
monedas de oro de veinte dólares, o quizá más. Dadme
vuestra aprobación y yo le daré parte de mis ganancias al
señor Richards, cuya invulnerable probidad han
reconocido ustedes tan justa y cordialmente esta noche;
su parte será de diez mil dólares y le entregaré el dinero
mañana. Grandes aplausos del público. Pero la
invulnerable probidad, hizo que los Richards se
sonrojaran considerablemente; pero esto fue
interpretado como falsa modestia, y no les causó daño.]
-Si ustedes aprueban mi propuesta por una amplia
mayoría, me gustaría que fueran clon tercios de votos,
consideraré tal aprobación corno el consentimiento de
la ciudad, y eso es todo lo que pido. A las cosas raras les
ayuda siempre cualquier artificio capar efe suscitar
curiosidad y de llamar la atención. Ice modo que, si
ustedes me permiten grabar sobre cada una de estas
aparentes monedas los nombres de los dieciocho
caballeros que...
M A R K T W A I N
80
Las nueve décimas partes del público se levantaron
inmediatamente incluido el perro y la propuesta fue
aprobada entre un torbellino de aplausos y vivas.
El público se sentó y todos los Símbolos, a
excepción del doctor Clay Harkness, se pusieron de pie
protestando con vehemencia contra el ultraje propuesto,
y amenazando con les niego que no me amenacen dijo
el forastero tranquilamente. Conozco mis derechos
legales y no acostumbro a dejarme intimidar por las
fanfarronadas. /Aplausos/. El forastero se sentó.
En este momento el doctor Harkness vio una
oportunidad. Era uno de los dos hombres más ricos de
la ciudad, Pinkerton, el otro. Harkness era dueño de una
casa de moneda, mejor dicho, de un popular
medicamento patentado. Era candidato por uno de los
partidos alas elecciones y Pinkerton lo era por otro. Se
trataba de una carrera reñida y apasionada y cuyo
apasionamiento aumentaba de día en día. Ambos tenían
mucha hambre de dinero y cada uno había comprado
una gran extensión de terreno con una finalidad: se
tendería un nuevo ferrocarril y ambos querían salir
elegidos y contribuir a que se trazara el itinerario en su
beneficio. Un solo voto podía bastar para decidir el
asunto, y con él, dos o tres fortunas. La suma en juego
era grande, y Harkness, un especulador audaz. Estaba
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
81
sentado junto al forastero. Se inclinó hacia él, mientras
algunos de los demás Símbolos distraían al público con
sus protestas y súplicas, y le preguntó en un susurro:
-¿Cuánto quiere por el talego?
-Cuarenta mil dólares.
-Le doy veinte.
-No.
-Veinticinco.
-No.
-Digamos treinta.
El precio es cuarenta mil dólares, ni un penique
menos. De acuerdo. Se los daré. Iré al hotel a las diez de
la mañana. No quiero que esto se sepa; lo veré a usted
en privado. De acuerdo.
Entonces el forastero se puso de pie y dijo a todos
los presentes:
Se me está haciendo tarde. Los discursos de estos
caballeros no carecen de mérito, de interés, de gracia;
con todo, con vuestro permiso, voy a retirarme. Les
agradezco a ustedes el gran favor que me 'jl han
dispensado al acceder a mi petición. Le pido ala
presidencia que me guarde el talego hasta mañana y que
le entregue estos tres billetes de quinientos dólares al
señor Richards.
M A R K T W A I N
82
Los billetes fueron entregados a la presidencia
después de pasar por varias manos.
-A las nueve vendré en busca del talego y a las once
entregaré el resto de los diez mil dólares al señor
Richards en persona, en su casa. -¡Buenas noches!
Luego el forastero salió del salón y dejó al público
entre un gran alboroto, compuesto por una mezcla de
vítores, la canción de Mikado, la desaprobación del
perro y el coro: -¡Usted dista de ser un hombreee
malooo! ¡A- a- a- amén!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
83
IV
De regreso a su casa, los Richards debieron soportar
felicitaciones y cumplidos hasta la medianoche. Luego
se quedaron solos. Su aire era algo triste y
permanecieron silenciosos y pensativos. Finalmente
Mary suspiró y dijo:
-¿Crees que somos culpables, Edward? -¿Muy
culpables? Y sus ojos se posaron sobre el acusador
terceto de graneles billetes de banco que estaba sobre la
mesa, donde los visitantes que los felicitaron los habían
contemplado con deleite y tocado con veneración.
Edward no contestó inmediatamente; luego suspiró
y dijo vacilando:
-Nosotros , nosotros no pudimos evitarlo, Mary. !
-Eso... estaba predestinado. Todo está predestinado.
-Mary levantó los ojos y le miró con firmeza, pero el
no le devolvió la mirada. Al poco rato ella dijo:
M A R K T W A I N
84
-Creo que las felicitaciones y elogios siempre saben
bien. Pero... ahora me parece que .... Edward...
-¿Qué?
-¿Seguirás trabajando en el banco No .... no.
-¿Dimitirás?
Mañana por la mañana... por carta. Parece lo mejor.
Richards abatió la cabeza sobre sus manos y murmuró:
-Antes yo no tenía miedo de que pasaran por mis
manos ríos de dinero ajeno, pero... Estoy tan can sido,
Mary Tan cansado tenemos que acostarnos.
A las nueve de la mañana el forastero fue a buscar el
talego y se lo llevó al hotel en un cabriolé. A las diez,
Harkness sostuvo con él una conversación confidencial.
El forastero solicitó y obtuvo cinco cheques contra un
banco de la ciudad, al portador, cuatro de mil quinientos
dólares cada uno y uno de treinta y cuatro mil. Puso uno
de los primeros en su cartera, y el resto, que
representaba treinta y ocho mil quinientos dólares, fue
colocado en un sobre y le añadió una carta, que escribió
cuando Harkness se hubo marchado. A las once llamó a
la casa de los Richards. La señora Richards atisbó por
entre las persianas, se adelantó y recibió el sobre; el
forastero desapareció sin pronunciar una sola palabra.
Ella volvió sonrojada y con las piernas algo trémulas y
dijo con voz entrecortada:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
85
-¡Estoy segura de haberle reconocido! Anoche me
pareció haberlo visto en alguna parte.
-Es el hombre que trajo aquí el talegos ..
-Estoy segura.
Entonces es también el falso Stephenson y el que ha
dejado al descubierto a todos los ciudadanos
importantes de la ciudad con su falso secreto. Y bien... -
Si Vea enviado cheques en lugar de dinero, también
nosotros estamos al descubierto, después de haber
creído escapar. Yo estaba empezando a sentirme
bastante cómodo de nuevo, después de mi noche da
descanso, pero el aspecto de ese sobre me causa
vértigos. No es bastante voluminoso; ocho mil
quinientos dólares, aun en los billetes de banco más
grandes, abultan más.
-¿Qué hay de malo en los cheques, Edward? -
¡Cheques firmados por Stephenson! Me habría
resignado a aceptar los ocho mil quinientos dólares, si
venían en billetes de banco, pues habría pensado que así
está escrito, Mary. -¡Pero nunca he poseído mucho valor
y no tengo suficiente valentía para tratar de cobrar un
cheque firmado con ese nombre fatal! Eso sería una
trampa. Ese nombre trató de atraparme; nos salvamos
no sé cómo. Y, ahora, intenta otro procedimiento. -Si se
trata de cheques...
M A R K T W A I N
86
-¡Oh, Edward! -¡Qué lástima! Y Mary tomó los
cheques y se echó a llorar.
-¡Tíralos al fuego! -¡Pronto! Debemos escapar ala
tentación. Es una treta para que el mundo se burle de
nosotros junto con los demás y... -¡Dámelos, si tú no
puedes hacerlo!
Richards le arrancó los cheques a su esposa y trató
de que su presión no se debilitara hasta llegar a la estufa;
pero era un ser humano, era cajero, y se detuvo un
momento para asegurarse de la firma. Entonces, le faltó
poco para desmayarse.
-¡Abanícame, Mary! -¡Abanícame! -¡Estos cheques
valen oro!
-¡Oh, qué hermoso, Edward! -¿Por qué?
-La firma es de Harkness. -¿Qué misterio habrá
debajo?
-¿Tú crees, Edward ?
-Mira esto... -¡Mira! Mil quinientos... mil quinientos...
mil quinientos... y treinta y cuatro mil. -¡Treinta y ocho
mil quinientos dólares, Mary. El talego no vale doce
dólares y Harkness... aparentemente... ha pagado un
precio a la par.. .
-¿Y crees que todo eso va a parar a nuestras
manos... en vez de los diez mil dólares?
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
87
-Así parece. Y los cheques, además, están
extendidos al portador.
-¿Conviene eso, Edward? -¿Para qué sirve?
Es una insinuación para cobrarlos en algún banco
lejano, supongo. Quizá Harkness no quiere que se sepa
el asunto. -¿Qué es eso? -¿Una carta?
-Sí. Venía con los cheques. La letra era de
Stephenson, pero no había firma.
La carta decía: .. Soy un hombre desengañado. Su
honradez es más, fuerte que cualquier, tentación. Yo no
lo creía así, pero he sido injusto con usted en ese
sentido y le ruego que me perdone; le hablo con
sinceridad. Siento respeto por usted... y eso es también
sincero. Esta ciudad no es digna de atarle las sandalias.
Aposté conmigo a que, en su austera ciudad, habría
diecinueve hombres que se podían corromper. He
perdido. Llévese todo el .fajo; se lo merece.
Richards exhaló un profundo suspiro y dijo:
“-Esto parece escrito con fuego... Quema tanto...,
Mary Me siento acongojado de nuevo.
- Yo también. Ah, querido, ojalá...
- Pensar que él cree en mí, Mary.
- Oh, no digas eso, Edward... No puedo soportarlo.
-Si estas hermosas palabras fuesen merecidas, Mary,
y Dios sabe que las merecí en otro tiempo, creo que
M A R K T W A I N
88
daría los cuarenta mil dólares por ellas. Y guardaría este
papel, que para mí representaría más que el oro y las
joyas, y lo conservaría eternamente. Pero ahora... No
podríamos vivir en la sombra de su acusadora presencia,
Mary.
Richards arrojó el papel al fuego. Llegó un
mensajero y le entregó un sobre.
Richards sacó una carta y la leyó. Era de Burgess.
Usted me salvó en una época difícil. Yo le salvé
anoche. Fue a costa de una mentira, pero hice el
sacrificio de buena gana y con un corazón agradecido.
Nadie sabe, en esta ciudad, cuán valiente, huevo y noble
es usted. En el fondo, usted no puede respetarme,
sabiendo, como sabe, ese asunto del que se me acusa y
por el que la opinión pública me ha condenado, pero le
ruego que crea, al menos, que soy un hombre
agradecido. Eso me ayudará a sobrellevar mi carga.
[Firmado] BURGESS
-Salvado nuevamente. -¡Y en qué condiciones!
Richards tiró la carta al fuego.
-Ojalá me hubiese muerto, Mary. Ojalá no tuviese
que ver con todo esto...
-Oh... Estamos viviendo días amargos, Edward.
Días muy amargos. -¡Las puñaladas, a causa de su
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
89
misma generosidad, son tan profundas, y se suceden tan
rápidamente!
Tres días antes de las elecciones cada uno de los dos
mil electores se encontró repentinamente en posesión
de un valioso recuerdo: una de las famosas falsas
monedas de oro de veinte dólares. Sobre su anverso,
estaban grabadas las palabras:
LA INDICACIÓN QUE HICE AL
ATRIBULADO FORASTERO FUE», y en el revés
VÁYASE Y REFORMESE. [Firmado] PINKERTON.
Y de esta forma toda la escoria que había quedado
de aquella bufa broma cayó sobre una sola cabeza, con y
catastróficos efectos. Se renovó la hilaridad general y se
concentró en Pinkerton; y la elección de Harkness fue
un paseo. En los primeras veinticuatro horas que
siguieron a la recepción de los cheques, las conciencias
de los Richards se apaciguaron poco a poco, abatidas; la
anciana pareja estaba aprendiendo a reconciliarse con el
pecado cometido. Pero ahora debía aprender que el
pecado, provoca nuevos terrores auténticos, cuando hay
una posibilidad de que se descubra. Esto le, da un
aspecto nuevo y más concreto e importante. En la
iglesia el sermón dominical fue como de costumbre: se
trataba de las mismas cosas de siempre dichas m la
formo de costumbre y ellos las habían oído mil veces y
M A R K T W A I N
90
las encontraban inocuas, casi sin sentido y adecuadas
para dormir cuando se decían. Pero ahora aquello
parecía distinto: el sermón parecía estar erizado de
acusaciones y se hubiera dicho dm apuntan directa y
especialmente contra la gente que ocultaba pecados
mortales. Al salir de la iglesia, los Richards se alejaron lo
más pronto que pudieron de la multitud que les
felicitaba y se dieron prisa en volver a casa, helados, no
se sabe muy bien por qué, -¡por unos temores vagos,
sombríos, indefinidos. Y dio la casualidad de que vieran
fugazmente al señor Hurgess al doblar éste una esquina.
-¡El reverendo no prestó atención a su saludo! No los
había visto, pero ellos lo desconocían. -¿Qué podía
significar la conducta de Burgess? Podía significar...
podía significar... ;Oh! Una docena de cosas terribles. -
¿Sabría Burgess que Richards podía haber probado su
inocencia, m esa época lejana, y habría estado es
pecando silenciosamente la oportunidad de ajustar
cuentas Ya en casa, llenos de congoja, se pusieron a
imaginar que la criada quizá había escuchado en el
cuarto contiguo que Richards revelaba a su esposa la
inocencia de Burgess. Luego Richards empezó a creer
que había oído crujir un vestido en aquel cuarto y,
finalmente, tuvo la convicción de haberlo oído.
Resolvieron llamar a Sara, con un pretexto; si les había
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
91
delatado al señor Burgess, se darían cuenta por su
empacho. Le formularon varias preguntas, preguntas tan
fortuitas e incoherentes y aparente mente carentes de
sentido, que la muchacha tuvo la certeza de que los
cerebros de ambos ancianos habían sido afectados por
su repentina fortuna; el modo de mirar penetrante y
escrutador de sus se ñores la asustó, y esto remató el
asunto. Saya se sonrojó, se puso nerviosa y confusa y
para los ancianos éstas fueron claras señales de
culpabilidad, culpabilidad de una u otra especie terrible,
y llegaron a la conclusión de que, sin duda, Sara era una
espía y una traidora. Cuando volvieron a quedarse solos,
comenzaron a relacionar muchas cosas inconexas, y los
resultados de la combinación fueron terribles. Y, e
cuando las cosas hubieron asumido el más grave cariz,
Richards exhaló un repentino suspiro, y su es posa
preguntó:
-¡Oh! -¿Qué pasa? -¿Qué pasa? -¡ -¡La carta! -¡La
carta de Burgess! Su lenguaje, ahora me doy cuenta, era
sarcástico.
Y citó una frase: , .. En el fondo, usted no puede
respetarme, rabien ;,l' do, como sabe, ese ayunto, del
que se me acusa. Y Richards añadió:
-¡Oh, todo está muy claro! -¡Dios mío! -¡Burgess
sabe que yo sé! Ya ves la ingeniosidad de la frase.
M A R K T W A I N
92
Era una trampa... y yo caí en ella como un tonto. Y
además, Mary...
-Ah... -¡Es espantoso! -¡Sé que vas a decir...! Burgess
no nos ha devuelto el sobre con la famosa frase.
-No la conserva para destruirnos. Mary, ya ha
revelado nuestro secreto a algunos. Lo sé... Lo sé muy
bien. -¡Lo he visto en una docena de rostros ala salida de
la iglesia! -¡Ah! ¡Burgess no quiso contestar a nuestro
saludo! -¡Él sabía qué había estado haciendo!
De noche llamaron al médico. Por la mañana se
difundió la noticia de que la anciana pareja estaba
enferma de cierta gravedad, postrada en cama debido ala
agotadora excitación provocada por su golpe de suerte y
por las repetidas felicitaciones, en opinión del médico.
La ciudad estaba sinceramente acongojada, porque
ahora la anciana pareja era casi lo único de lo que podía
enorgullecerse.
A los dos días las noticias fueron peores aún. La`
pareja deliraba y hacía cosas extrañas. Las enfermeras
testimoniaron que Richards había exhibido cheques, por
valor de -¿ocho mil quinientos dólares?
No..., por una suma sorprendente... -¡treinta y ocho
mil quinientos dólares! -¿Cuál podría ser la explicación
de aquella suerte gigantesca?
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
93
Al día siguiente las enfermeras ofrecieron noticias
más extravagantes. Habían decidido esconder los
cheques por temor a que sufrieran algún daño, pero,
cuando los buscaron, habían desaparecido de debajo de
la almohada de Richards. El anciano dijo:
-Dejen en paz la almohada.
-¿Qué quieren?
-Creímos preferible que los cheques...
-Ustedes nunca volverán a verlos... Han sido
destruidos. Provenían de Satanás. Vi sobre ellos el sello
del infierno y comprendí que me habían sido enviados
para entregarme al pecado.
Luego Richards se puso a parlotear diciendo cosas
extrañas y terribles que no podían comprenderse
claramente y que el médico ordenó a las enfermeras no
divulgaran.
Richards había dicho la verdad: los cheques no
volvieron a aparecer.
Una de las enfermeras debió de hablar soñando,
porque a los dos días la ciudad conocía las palabras
prohibidas; y éstas eran de un carácter sorprendente.
Parecían indicar que también Richards había sido
uno de los pretendientes al talego y que Burgess había
ocultado el hecho, pero, más tarde, con maldad, le había
traicionado.
M A R K T W A I N
94
Burgess fue acusado por esto y lo negó con mucha
decisión. Y dijo que no era bueno dar peso a los delirios
de un viejo enfermo, que no estaba en sus cabales. A
pesar de todo, la sospecha se notaba en el ambiente y
corrían muchas habladurías.
Después de un par de días se informó de que las
delirantes expresiones de la señora Richards se estafan
convirtiendo en copias exactas de las palabras de su
marido. La sospecha se acentuó, convirtiéndose en
convicción, y el orgullo de la ciudad ante la honradez de
su único ciudadano importante no desacreditado
comenzó a empañarse y a menguar hasta extinguirse.
Pasaron seis días y hubo nuevas noticias. La anciano
pareja estaba moribunda. El espíritu de Richards se
despejó en sus últimos momentos y envió a buscar a
Burgess. Éste dijo:
-Que nos dejen solos. Richards quiere decirme algo
en privado.
-¡No! dijo Richards. Quiero testigos. Quiero que
todos escuchen mi confesión, para poder morir ''como
un hombre y no como un perro. Yo era honrado,
artificialmente como los demás, y como los demás he
caído nada más que se presentó la tentación. Firmé una
declaración mentirosa y reclamé ese miserable talego. El
señor Burgess recordó que yo le hahía hecho un favor, y
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
95
por gratitud (e ignorancia) suprimió mi sobre y me
salvó. Ya recordaréis aquel asunto en el que se le acusó a
Burgess hace años.
Mi testimonio, y sólo mi testimonio, pudo haberlo
liberado de culpa y cargo; y fui un cobarde y permití que
quedase deshonrado.
-No... no, señor Richards... Usted...
-Mi criada le contó mi secreto...
- Nadie me denunció nada Y, entonces, Burgess
hizo algo natural y justificable; arrepentido de la cortesía
que bahía tenido conmigo, con la que me bahía salvado,
me dejó al descubrir. Yo... como merecía...
-¿Jamás! Yo juré...
-Le perdono de corazón.
Las apasionadas protestas de Burgess chocaron ron
oídos sordos; el moribundo pasó a mejor vida sin saber
que, una vez más, había sido injusto con Burgess. Su
vieja esposa murió por la noche.
El último de los sagrados diecinueve había sido
víctima del diabólico talego. La ciudad quedaba
despojada del último jirón de su antigua gloria. Su duelo
no fue llamativo, pero sí profundo.
Por un decreto de ley, accediendo a un ruego, se le
permitid a Hadleyburg que cambiara su nombre por el
do... no se preocupen, no diré cuál es... y que cambiara
M A R K T W A I N
96
dos palabras del lema que durante muchas generaciones
adornara el sello oficial de la ciudad.
Ahora ha vuelto a ser una ciudad honrada y tendrá
que madrugar el que quiera sorprenderla mientras
duerme indefensa.
C O R R O M P I Ó
H A D L E Y B U R G
M A R K T W A I N
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
3
I
Sucedió hace muchos años. Hadleyburg era la
ciudad más honrada y austera de toda la región. Había
conservado una reputación intachable por espacio de
tres generaciones y estaba más orgullosa de esto que de
cualquier otro bien. Estaba tan orgullosa y se sentía tan
ansiosa de perpetuarse, que empezó a enseñar los
principios de la honradez a los niños desde la cuna, e
hizo de esta enseñanza la base de su cultura durante
todos los años de su formación. Como si esto no fuera
suficiente, en los años que duraba su formación, se
apartaban las tentaciones del camino de la gente joven,
para consolidar su honradez y robustecerla y que de esta
forma se convirtiera en parte integrante de sus mismos
huesos. Las ciudades vecinas, celosas de este honrado
primado, simulaban burlarse del orgullo de Hadleyburg
diciendo que se trataba de vanidad, pero se veían
M A R K T W A I N
4
obligadas a reconocer que Hadleyburg era realmente
una ciudad incorruptible y, si se las apremiaba,
reconocían también que el hecho de que un joven
procediera de Hadleyburg era una recomendación
suficiente cuando se iba de su ciudad natal en busca de
un trabajo de responsabilidad.
Pero, al fin, con el correr del tiempo, Hadleyburg
tuvo la mala suerte de ofender a un forastero de paso,
quizá sin darse cuenta, de seguro sin ninguna intención,
ya que Hadleyburg, totalmente autosuficiente, no se
preocupaba de los forasteros ni de sus opiniones. Sin
embargo, le habría convenido hacer una excepción, al
menos en ese caso, ya que se trataba de un hombre cruel
y vengativo. Durante un año, en todas sus correrías, no
consiguió que se le fuera de la cabeza la ofensa recibida
y dedicó todos sus ratos de ocio a buscar una
satisfacción que le compensara.
Urdió muchos planes; todos le parecieron buenos,
pero ninguno lo suficiente devastador: el más modesto
afectaba a muchísimos individuos pero aquel y hombre
buscaba uno que castigase a toda la ciudad, sin que se
escapara nadie.
Por fin tuvo una idea afortunada, y su cerebro se
iluminó con una alegría perversa. Inmediatamente
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
5
comenzó a maquinar un plan, diciéndose: ..Esto es lo
que debo hacer: corromper a la ciudad».
A los seis meses fue a Hadleyburg y llegó en un
carricoche a la casa del viejo cajero del banco, alrededor
de las diez de la noche. Sacó del carricoche un talego, se
lo echó al hombro y, después de haber atravesado
tambaleándose el patio de la casita, llamó ala puerta.
Una voz de mujer le dijo que entrara y el forastero entró
y dejó su talego detrás de la estufa del salón, diciendo
con cortesía a la anciana señora que leía El Heraldo del
misionero ala luz de la lámpara:
-Le ruego que no se levante, señora. No la
molestare. Eso es... Ahora el talego está bien guardado.
Difícilmente se sospecharía que está aquí. -¿Puedo ver a
su marido un momento?
-No, el cajero se ha ido a Brixton y posiblemente no
regresará hasta mañana..
-Es igual, señora, no importa. Sólo deseaba que su
marido me guardara este talego, para que se lo entregue
a su legítimo dueño cuando lo encuentre. Soy forastero;
su marido no me conoce; esta noche estoy simplemente
de paso en esta ciudad para arreglar un asunto que tengo
en la cabeza desde hace tiempo. Ya he realizado mi
trabajo y me voy satisfecho y algo orgulloso; usted
M A R K T W A I N
6
nunca volverá a verme. Un papel atado al talego lo
explica todo. Buenas noches, señora.
La anciana señora, asustada por el corpulento y
misterioso forastero, se alegró mucho al ver que se
marchaba. Pero, roída por la curiosidad, se fue sin
perder tiempo al talego y echó mano al papel.
Empezaba con las siguientes palabras:
PARA SER PUBLICADO: a no ser que se encuentre al
hombre adecuado con una investigación privada. Cualquiera de
esos métodos servirá. Este talego contiene monedas de oro que
pesan en total ciento sesenta libras y cuatro onzas...
-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no está cerrada
con llave!
La señora Richards voló temblando hacia la puerta y
la cerró con llave; luego bajó las cortinas de la ventana y
se detuvo asustada, inquieta y preguntándose si podía
hacer alguna otra cosa para que estuvieran más seguros
ella y el dinero. Escuchó un poco para ver si rondaban
ladrones; luego se rindió ala curiosidad y volvió a la
lámpara para acabar de leer el papel:
Soy un forastero y pronto volveré a mi país para
quedarme allí definitivamente. Estoy agradecido a los
Estados Unidos por lo que he recibido de sus manos
durante mi larga permanencia bajo su bandera; y,
particularmente, le estoy agradecido a uno de sus
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
7
ciudadanos un ciudadano de Hadleyburg por un gran
favor que me hizo hace un par de años. En realidad, por
dos grandes, favores. Me explicaré. Yo era ten jugador
empedernido. Digo que era. Un jugador arruinado. Una
noche llegué a esta cuidad hambriento y sin un penique.
Pedí ayuda en la oscuridad; me avergonzaba mendigar a
la luz del día. Pedí ayuda al hombre adecuado: aquel
hombre me dio veinte dólares, mejor dicho, la vida, así
lo entendí yo. También me dio la fortuna: porque
merced a ese dinero me volví rico en la mesa de juego.
Y, finalmente, una observación que me hizo no me }ha
abandonado desde entonces y, en definitiva, me ha
dominado; y, al dominarme, ha salvado loque quedaba
de mi moral: no volverte a jugar. Ahora bien... No tengo
la menor idea de quién era ese hombre, pero quiero
encontrarlo y darle este dinero para que lo tire, se lo
gaste o se lo guarde, como prefiera. Ésta es,
simplemente, mi manera de demostrarle mi gratitud. -Si
pudiese quedarme, lo buscaría yo mismo; pero no
importa, aparecerá. Ésta es una ciudad honrada, una
ciudad incorruptible, y sé que mi confianza encontrará
una respuesta. Ese hombre puede ser identificado por la
observación que me hizo; estoy seguro de que él la
recordará. f Y, ahora, mi plan es éste. si usted prefiere
realizar la investigación deforma privada, hágalo.
M A R K T W A I N
8
Cuente el contenido de este papel a cuantos tengan
apariencia de ser el hombre buscado. -Si contesta: no
soy el hombre: la observación que hice fue así y asía, use
la discreción, o sea, abra el talego y encontrará un sobre
lacrado que contiene el texto de la frase. -Si la
observación mencionada por el candidato coincide con
ésta, déle el dinero y no le boga más preguntas, porque
se trata sin duda del .hombre buscado.
Pero, si prefiere una investigación pública, publique
el contenido de este papel en el periódico local,
añadiendo las siguientes instrucciones: En el plazo de
treinta días el candidato deberá comparecer en el
ayuntamiento a las ocho de la noche (el viernes, entregar
su, frase, en sobre cerrado, al reverendo Burgess (si éste
tiene la bondad de intervenir); entonces el reverendo
Burgess romperá el sobre lacrado que hay en el talego,
lo abrirá y comprobará si la frase es correcta. -Si lo es,
deberá entregársele el dinero, con mi sincera gratitud, u
mi benefactor, así identificado.
La senora Richards se echó a reír con un dulce
temblor de excitación y pronto se quedó embelesarla en
sus pensamientos, pensamientos de este tipo: «-¡Qué
extraño es todo!... -¡Y qué fortuna para ese hombre
bueno que dejó a la deriva su pan sobre las aguas!... -¡-Si
hubiese sido mi marido el que lo hico! -¡Somos tan
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
9
pobres!... -¡Viejos y pobres ... !»Luego, con un suspiro,
pensó:
«Pero no ha sido mi Edward, él no ha dado veinte
dólares a un desconocido. Es una lástima, por otra
parte. Ahora lo entiendo .....
Y, estremeciéndose, concluyó sus reflexiones: ..Pero
es el dinero del jugador.. -¡Las ganancias del pecado! No
podríamos cogerlo. No podríamos tocarlo. No me gusta
estar cerca de él; parece que me mancha. La señora
Richards se sentó en un sillón más alejarlo...
Ojalá viniese Edward y se lo llevara al banco. En
cualquier momento podría venir un ladrón. Es horrible
estar aquí a solas con el dinero.»A las once llegó el señor
Richards y, mientras su esposa le decía: «-¡Cuánto me
alegro de que hayas ve i nido! , él manifestaba: Estoy
cansado, cansadísimo. Es terrible ser pobre y tener que
hacer estos viajes tan pesados a mi edad. Siempre en el
molino, en el molino, en el molino .... por cuatro
centavos..., esclavo de otro hombre, que está sentado
tranquila _mente en su casa, en pantuflas, rico y
cómodo..
-Lo siento mucho, Edward... Lo sabes muy bien.
Pero consuélate. Tenemos nuestro sueldo, nuestra
buena reputación.
M A R K T W A I N
10
-Sí, Mary. Y eso es lo fundamental. No hagas ',caso
de mis palabras: sólo ha sido un momento de irritación,
y no significa nada. Dame un beso...
-Eso es. Se me ha pasado ya y no me quejo.
-¿Qué es eso?
-¿Qué hay en ese talego?
Entonces su esposa le contó el secreto. Esto aturdió
a Richards durante un momento. Luego dijo:
-¿Eso pesa ciento sesenta libras? Pero Mary... -
¡Entonces contiene cuarenta mil dólares! -¡Imagínate! -
¡Una fortuna! No hay diez hombres en esta ciudad que
tengan tanto. Dame el papel.
Lo examinó superficialmente y dijo:
-¡Qué aventura! En realidad parece una novela: una
de las cosas imposibles que se leen en los libros y nunca
suceden en la vicia real.
Ahora se sentía excitado, lleno de animación, hasta
alegre. Le dio a su vieja esposa una palmadita en la
mejilla y dijo jovialmente:
Somos ricos, Mary... Bastara con que enterremos el
dinero y quememos los papeles. -Si algún día viene el
jugador para enterarse, nos limitaremos a mirarlo con
frialdad y le diremos: «-¿Qué tontería nos está diciendo?
Nunca hemos oído hablar de usted ni de su talego de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
11
oro... Y entonces el hombre se nos quedará mirando
con aire estúpido y...
-Y, mientras sigues diciendo estupideces, el dinero
sigue aquí y se acerca la hora de los ladrones.
-Es verdad. Bueno... -¿qué se puede hacer? -¿Hacer
una investigación privada? No, no, estropearía el
aspecto novelesco de la historia. El comunicado público
es mucho mejor. -¡Imagínate el ruido que hará! Y
tendrán celos las otras ciudades: pues ningún forastero
le confiaría semejante encargo a una ciudad que no
fuese Hadleyburg, y ellos lo saben. -¡Qué propaganda
para Hadleyburg! -¡Es mejor que vaya inmediatamente al
periódico o llegaré tarde!
-Para, para... -¡No me dejes sola aquí con esto,
Edward!
Pera el señor Richards se había marchado. Aunque
por poca tiempo. Cerca de su casa se encontró con el
editor propietario del periódico, le dio el documento y le
dijo:
-Aquí tiene algo bueno, Cox... Publíquelo.
-Quizá sea demasiado tarde, señor Richards, pero lo
intentare.
De regreso a su casa, el cajero y su esposa se
sentaron paro volver a discutir sobre el seductor
misterio: no tenían ganas de dormir. El primer
M A R K T W A I N
12
interrogante era: «-¿Quién sería el ciudadano que le
había dado los veinte dólares al forastero?», La respuesta
parecía sencilla; ambos contestaron al unísono:
-Barclay Goodson.
-Sí elijo Richards. Puede haber sido Barclay, tenía
ese talante. No hay otro hombre parecido en la ciudad.
-Todos admitirán eso, Edward. Lo admitirán, en
privado al menos. Desde hoce seis meses la ciudad ha
vuelto a ser la de siempre: honrada, mezquina, austera y
tacaña.
Así la llamó siempre Barclay hasta el día de su
muerte; y lo dijo en público también.
-Sí; y lo aborrecieron por eso.
-Oh... Desde luego. Pero no le importó. Creo que
fue el hombre más odiado de la ciudad, si exceptuamos
al reverendo Burgess.
Bueno, Burgess se lo merece. Aquí no tiene nada
que hacer. Esta ciudad, por pequeña que sea, piensa.
Edward -¿no te parece extraño que el desconocido haya
designado a Burgess para entregar el dinero?
-Sí. Extraño Es decir , es decir, -¿Es decir qué? -¿Lo
habrías elegido tú?
-Mary, quizá el forastero conozca a Burgess mejor
que nosotros.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
13
-¡Este asunto le hace un buen servicios! El marido
se quedó perplejo buscando una réplica; la esposa lo
miró fijamente, esperando. Por fin, Richards dijo, con la
vacilación de quien hace una declaración que va a
suscitar dudas:
-Mary, Burgess no es un hombre malo.
-Su esposa se sintió sorprendida.
-¡Tonterías! exclamó.
Burgess no es un hombre malo. Lo sé. Toda su
impopularidad viene de un solo hecho... que causó
mucho alboroto.
-¡Un solo hecho! -¡Como si ese hecho no fuese
suficiente!
Suficiente, suficiente. Sólo que no era culpa suya.
-¡Qué ocurrencia! -¿Que no fue culpa suya? -¿Cómo
lo sabes? -Mary, te doy mi palabra... es inocente.
-No puedo creerlo, no te creo. -¿Cómo lo sabes?
-Es una confesión. Me avergüenza hacerla, pero la
liaré. Soy el único hombre que conocía su inocencia.
Pude haberle salvado y... y... y... bueno, ya sabes que
excitada estaba la ciudad. No tuve la valentía de hacerlo.
Todos se habrían vuelto contra mí. Me sentí
despreciable, tan despreciable... Pero no me atreví. No
tuve la valentía necesaria para hacerlo.
M A R K T W A I N
14
Mary parecía turbada y calló durante un rato. Luego
dijo, tartamudeando:
-Yo..., yo no creo que te hubiese convenido decir
que... que... No se debe... desafiar a la opinión pública...
Hay que estar muy atentos... muy...
El camino era difícil y la señora Richards se atrancó,
pero al poco rato reanudo el recorrido.
-Fue una lástima, pero... No podíamos permitirnos
eso, Edward... Es verdad que no podíamos. -¡Oh, yo no
te habría dejado hacerlo de ninguna manera!
-habríamos perdido la buena opinión de tanta gente,
Mary... Y además... y además...
-Lo que me preocupa ahora es saber qué piensa él
de nosotros, Edward.
-¿Él? Él no sospecha ni siquiera que yo habría
podido salvarlo.
-¡Ah! exclamó la esposa con tono de alivio. -¡Cuánto
me alegra! Mientras no sepa que pudiste salvarlo, él...
él... Bueno, eso está mucho mejor. Debí imaginar que
Burgess no sabía nada, porque siempre se muestra muy
cordial con nosotros por el apoyo que le dimos. La
gente me lo ha reprochado más de una vez. Los Wilson,
los Wilcox y los Harkness sienten un mezquino placer al
decir: Vuestro amigo Burgess, porque salen que eso me
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
15
irrita. Preferiría que Burgess no insistiese en su simpatía
por nosotros. No sé por qué insiste.
-Puedo explicártelo. Se trata de otra confesión.
Cuando el asunto aún estaba fresco y la ciudad quería
liberarse de él, la conciencia me afligía tanto que no
pude soportarlo y fui a verlo a escondidas y le conté
todo. Por este motivo él se marchó de la ciudad hasta
que pudo volver sin correr peligro.
-¡Edward! -Si la gente supiera...
-¡No digas eso! Aún me asusta pensarlo. Me
arrepentí apenas lo hice; y no te he dicho nada por
miedo de que alguien me pudiera traicionar. Esa noche
no pude dormir de lo preocupado que estaba. Pero a los
pocos días me di cuenta de que nadie sospechaba de mí,
y entonces me alegré de haberlo hecho. Y cada día estoy
más contento, Mary... cada día más contento.
-También yo ahora, porque habría sido espantoso
que le hicieran eso a Burgess. -Sí. Me alegro. Porque se
lo debías. Pero... -¿y si se descubriera algún día, Edward?
-No se descubrir.
-¿Por qué?
-Porque todos creen que fue Goodson.
-¡Naturalmente!
En efecto. Y desde luego a Goodson no le
importaba. Convencieron al pobre viejo Sawlsberry para
M A R K T W A I N
16
que le echara la culpa, y fue con aire fanfarrón y lo hizo.
Goodson lo miró de arriba abajo, como ;si buscara en él
el lado más despreciable, y le dijo:
-¿De modo que es usted el Comité de
Investigación?... -¿no?» Sawlsberry dijo que él era eso,
poco más o menos. Hum. -Necesitan detalles o supone
usted que bastará con una respuesta de carácter
genético. «-Si necesitan detalles, volveré, señor
Goodson; choro basta que me dé una respuesta genérica
«Perfectamente. Entonces dígales que se vayan al
infierno. Creo que eso es bastante genérico. Y le daré un
consejo, Sawlsberry; cuando venga en busca de detalles,
traiga una cesta para echar lo que quede de usted.». Eso
era muy típico de Goodson. Tiene todas sus
características. Sólo tenía un motivo de vanidad: creía
poder dar un consejo mejor que cualquiera otra persona.
Eso liquidó el asunto y nos salvó, Mary. Ya no se ha
vuelto a tocar el tema.
Bendito sea... No dudo de eso.
Luego los Richards volvieron a abordar el misterio
del talego con acentuado interés. Pronto la conversación
comenzó a sufrir interrupciones, intervalos causados
por abstraídos pensamientos. Los intervalos se
volvieron cada vez más frecuentes. Por fin Richards se
perdió totalmente en sus meditaciones. Se quedó
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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sentado, contemplando el piso con aire vago y, poco a
poco, empezó a subrayar sus cavilaciones con pequeños
movimientos nerviosos de las manos, que parecían
revelar irritación. Mientras tanto, su esposa había vuelto
a sumirse también en caviloso silencio y sus
movimientos estaban empezando a revelar un turbado
desconsuelo. Finalmente Richards se puso de pie y
empezó a pasearse sin sentido por el aposento,
pasándose los dedos por entre el cabello como un
símbolo que acaba de sufrir una pesadilla. Entonces
pareció que había tomado una decisión; y, sin decir una
palabra, se puso el sombrero y salió rápidamente de
casa. Su esposa se quedó sentada, cavilando, el rostro
contraído, y no pareció ad venir que estaba sola. De vez
en cuando murmuraba: «No nos empujes a la tent..,
pero... pero... -¡somos tan pobres!... No nos empujes a...
-¡Oh! -¿A quién le causaría daño eso? Y nadie lo sabría
jamás... No nos empujes Su voz se apagó en murmullos.
A1 poco rato levantó los ojos y murmuró con aire a
medias asustado y a medias contento:
-¡Se ha ido! Pero querido... Quizá es demasiado
tarde demasiado tarde Quizá no Quizá hay tiempo aún..
-Se levantó y se quedó pensando... enlazando y
desenlazando las manos. Un leve temblor extremeció su
cuerpo, y dijo con la garganta reseca:
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-Que Dios me perdone... Es horrible pensar en estas
cosas, pero... -¡Dios mío! -¡Qué raros somos! -¡Qué
raros somos!
Atenuó la luz, se deslizó furtivamente hacia el talego
y se arrodilló junto a él y tanteó sus acanalados costados
con las manos y los acarició afectuosamente; y en sus
viejos ojos brilló una luz de avaricia. Tuvo instantes en
los que no recordaba nada y emergió de ellos para
murmurar: -¡-Si, al menos, hubiéramos esperado! -¡-Si
hubiéramos esperado un poco, sin tanta prisa!»Mientras
tanto Cox bahía vuelto a su casa y contado a su esposa
el extraño suceso; ambos lo habían discutido con
vehemencia y estaban de acuerdo en que el difunto
Goodson era el único hombre de la ciudad capaz. de
ayudar a un forastero en apuros con la bonita cantidad
de veinte dólares. Luego hubo una pausa y los dos se
quedaron pensativos y sumidos en silencio. Y, a
intervalos, se mostraban nerviosos e inquietos.
Finalmente la esposa dijo, como para sí:
-Nadie conoce este secreto fuera de los Richards... y
de nosotros... Nadie.
El marido salió de su ensimismamiento con leve
sobresalto y contempló con aire meditativo a su mujer,
cuyo rastro se había vuelto muy pálido. Luego se
levantó titubeando y miró furtivamente su sombrero y
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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después a su esposa .... una suerte de muda interrogante.
La señora Cox tragó saliva un par de veces, la mano
sobre la garganta y, en vez de hablar, hizo un gesto de
asentimiento. Un momento después, se quedó sola y
murmurando para sí.
Ahora Richards y Cox recorrían presurosamente las
calles desiertas, desde direcciones opuestas. Se
encontraron, jadeantes, al pie de la escalera de la
imprenta: allí, bajo el resplandor de la luz artificial, se
leyeron mutuamente sus rostros. Cox murmuró:
Nadie sabe esto fuera de nosotros?
La susurrada respuesta fue:
-¡Ni un alma..., palabra! -¡Ni un alma!
-Si no es demasiado tarde para...
Ambos empezaron a subir por la escalera; en ese
momento les alcanzó un chico, y Cox le preguntó:
-¿Eres tú, Johnny?
-Sí, señor.
-No hace falto que envíes el correo de la mañana...
ni ningún correo. Espera mis órdenes.
El correo ha sido despachado ya, señor.
-¿Despachado?
En esta palabra se percibía una indeleble decepción.
-Sí, señor. El horario para Brixton y las otras
ciudades ha cambiado hoy, señor..., y he tenido que
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enviar el correo veinte minutos antes de lo habitual.
Tuve que darme mucha prisa; si hubiera tardado dos
minutos...
Los dos hombres se volvieron y se alejaron
lentamente, sin esperar el resto. Ninguno habló durante
diez minutos; luego Cox dijo con tono irritado:
-No comprendo por qué se apresuro usted tanto,
Richards.
La respuesta fue bastante humilde:
-Me doy cuenta ahora, pero no sé por qué no me la
di hasta que fue demasiado tarde. La próxima vez,
-¡Al diablo con la próxima vez! No volverá a
presentarse en mil años.
Los amigos se separaron sin darse las buenas noches
y se dirigieron a sus casas con arrastrado andar de
hombres mortalmente heridos. Al llegar a sus hogares,
sus esposas se levantaron de un salto con un ansioso: ¿Y
qué?» Luego leyeron la respuesta en los ojos de sus
maridos y se desplomaron sobre sus sillones, sin esperar
a que se lo dijeran. En ambas casos siguió una discusión
acalorada, algo nuevo; en otras ocasiones se había
discutido, pero sin acaloramiento, sin malas palabras.
Esa noche las discusiones parecían plagios la una de la
otra. La señora Richards dijo:
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-Si hubieses esperado un poco, Edward...; si lo
hubieses pensado. Pero no... Tuviste que ir corriendo al
periódico y divulgarlo por todas partes.
El papel decía que debía publicarse.
Eso no significa nada. También decía que podía
hacerse una investigación privada, si lo preferías. -¿Es
verdad o no?
-Sí, es verdad. Pero, cuando pensé en el revuelo que
se produciría y en el honor que significaba pura
Hadleyburg que un forastero depositase tanta confianza
en ella...
-Oh, sí, sé todo eso, pero, si lo hubieras pensado un
poco, te habrías dado cuenta de que no podías
encontrar al hombre, porque está en la tumba y no dejó
ni parientes, ni hijos ni perros; y, visto que a fin de
cuentas el dinero iría a parar a manos de alguien que
tenía muchas necesidades y que no perjudicaría a nadie,
y...
La señora Richards se echó a llorar. Su marido,
buscando algo que pudiera consolarla, le dijo:
-Después de todo, Mary, quizá sea mejor así. -¡Vete
a saber! Quizá todo estaba predestinado...
-¡Predestinado! Oh... Todo está predestinado
cuando una persona se da cuenta de que ha sido
estúpida. -Sí, estaba también predestinado que el dinero
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viniera a nuestras manos de esta forma especial y tú
decidieras entrometerte en los planes de la Providencia...
,Quién te dio derecho a hacerlo? Algo malvado, eso es
todo... Fue, simplemente, un engreimiento blasfemo que
no le cuadraba ya a un modesto y humilde profesor de...
-Pero, Mary... Tú sabes qué educación nos han
dado, como a todos los demás; ha llegado a ser en
nosotros una segunda naturaleza el no pararnos ni un
momento a pensar cuando hay que hacer algo
honrado...
-Oh, ya !o se, ya lo sé... Ha sido un sempiterno
adiestramiento, adiestramiento, más adiestramiento en
materia de honradez..., de honradez escudada, desde la
propia cuna, contra las tentaciones posibles y, por lo
tanto, honradez artificial y débil como el agua al llegar la
tentación, según hemos visto esta noche. Dios sabe que
nunca tuve sombras de una viuda sobre mi petrificada e
indestructible honradez hasta ahora; y ahora, bajo el
impulso de la primera grande y auténtica tentación,
Edward, yo..., yo, Edward, creo que la honradez de esta
ciudad está tan podrida como la mía, tan podrida como
la tuya. Se trata de una ciudad mezquina, cruel, avara, sin
más virtud que esta honradez tan célebre y de que tanto
se enorgullece. Por eso, Dios me ayude, creo que, si
llega un día en que la honradez se ve sometida a una
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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gran tentación, su fama se desplomará como un castillo
de naipes. Ahora que me confieso me siento mejor: me
he engañado y lo he hecho siempre sin darme cuenta.
Que ningún hombre vuelva a llamarme honrada; no
quiero serlo. Yo... Bueno, Mary..., yo pienso poco más o
menos como tía. -¡Además, me parece tan raro, tan
absurdo! Yo nunca lo habría creído... Nunca.
Siguió un largo silencio; ambos estaban sumidos -
¡en sus pensamientos. Finalmente la esposa levantóla
vista y dijo:
-Sé en qué estás pensando, Edward.
Richards tenía un aire turbado de hombre atrapado.
-Me avergüenza confesarlo, Mary, pero ¿qué más
da, Edward. Yo estaba pensando en lo mismo.
-Estoy seguro. Dime.
Estabas pensando en qué bueno sería si alguien
pudiese adivinar cuál, fue la indicación que le hizo
Goodson al desconocido.
-Pues es verdad. Me siento culpable y avergonzado.
-¿Y tú?
-Se me ha pasado ya. Preparémonos un jergón aquí;
tenemos que montar la guardia hasta que se abra por la
mañana el banco pira poder entregar el talego... -¡Oh,
querido, querido! -Si no hubiésemos cometido ese error!
Prepararon el jergón y Mary dijo:
M A R K T W A I N
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-¿Cuál podrá ser el «sésamo, ábrete..? Me pregunto
cuál podrá ser la indicación... Pero, ahora, vamos
acostarnos.
-¿Y a dormir?
-No. A pensar.
-Sí. A pensar.
A estas alturas los Cox habían terminado ya su
discusión y se habían reconciliado y se estaban
dedicando a... a pensar, a pensar y a agitarse y a
desasosegarse y a cavilar inquietos sobre la indicación
que podía haberle hecho Goodson al necesitado
forastero, esa indicación de oro, la indicación que valía
cuarenta mil dólares efectivos.
La razón de que la oficina telegráfica del pueblo
permaneciese abierta más tarde que de costumbre era
que cl encargado de la imprenta en que se hacía el
periódico de Cox era el representante local de la
"Associated Press". Podría decirse que era su
corresponsal honorario, ya que no lograba ni cuatro
veces al año enviar treinta palabras aceptables. Pero esta
vez las cosas fueron distintas. Su despacho
comunicando el coso obtuvo una respuesta inmediata:
«MANDE TODO... CON TODO DETALLE... MIL
DOSCIENTAS PALABRAS»
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
25
-¡Una orden colosal! El encargado le dio
cumplimiento y fue el hombre mas orgulloso del
Estado. A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el
nombre de Hadleyhurg, la incorruptible, estaba en
labios de toda la gente de los Estados Unidos, desde
Montreal hasta el Golfo de México, desde los
ventisqueros de Alaska hasta los bosquecillos de
naranjos de Florida: millones y millones de personas
discutían el caso del forastero y su talego de oro y se
preguntaban si aparecería el hombre buscado y
confiaban en conocer pronto..., inmediatamente, nuevas
noticias sobre el particular.
M A R K T W A I N
26
II
La ciudad de Hadleyburg se despertó célebre,
asombrada, feliz, orgullosa. Indescriptiblemente
orgullosa. Sus diecinueve ciudadanos más importantes,
acompañados de sus esposas, empezaron a estrechar
manos, sonrientes, radiantes, felicitándose mutuamente
y diciendo que este asunto añadía una nueva palabra al
diccionario Hadleyburg sinónimo de incorruptible que
estaba destinada a vivir en los diccionarios eternamente.
Y los ciudadanos más humildes, los más modestos y sus
esposas caminaban por la ciudad y se comportaban de
manera muy parecida. Todos corrían al banco a ver el
talego de oro, y, antes del mediodía, desde Brixton y las
ciudades vecinas, comenzó allegar una multitud triste y
envidiosa. Y esa tarde y al día siguiente comenzaron a
llegar de todas partes reporteros para comprobar la
existencia del talego y su historia y reescribir el asunto.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
27
E hicieron arbitrarias descripciones del talego y de la
casa de Richards y del banco y de la iglesia presbiteriana
y de la iglesia baptista y de la plaza pública y del
ayuntamiento, donde se realizaría la prueba y se
entregaría el dinero, e hicieron detestables retratos de
los Richards y del banquero Pinkerton y de Cox y del
administrador y del reverendo Burgess y del cartero..., y
hasta de Jack Halliday, el vagabundo, el simpático
holgazán, cazador y pescador furtivo, amigo de los
niños y de los perros extraviados. El pequeño
Pinkerton, zalamero y de estúpida sonrisa, mostraba el
talego a los recién llegados y se frotaba complacido las
suaves palmas de las manos y se explayaba sobre la
hermosa y antigua reputación de honradez de la ciudad
y sobre la maravillosa confirmación de la misma, y
manifestaba su creencia de que el ejemplo se difundiría
ahora por toda la geografía del mundo norteamericano y
habría hecho época en la historia de la regeneración
moral de la humanidad. Y así sucesivamente.
A1 cabo de una semana todo había vuelto a sus
aguas. La salvaje embriaguez de orgullo y de alegría se
había calmado y se había ido convirtiendo en una alegría
tranquila, dulce, complaciente, silenciosa, una especie de
honda, innominada e inenarrable satisfacción. En todos
los rostros estaba impresa una apacible y santa felicidad.
M A R K T W A I N
28
Luego se produjo una transformación. Fue ,una
transformación gradual, tan gradual que apenas se
percibió al principio, casi nadie se dio cuenta, salvo Jack
Halliday, que se daba cuento de todo y siempre se reía
de todo, fuese lo que fuese. Jack empezó por hacer
observaciones sarcásticas, diciendo que el aire de la
gente no era tan feliz como un par de días antes; luego
afirmó que el nuevo talante se iba convirtiendo en
positiva tristeza; después que se volvía enfermizo y,
finalmente, que todos estaban tan cavilosos, pensativos
y distraídos, que habría podido robarles hasta el último
centavo de los bolsillos sin turbar sus sueños.
Llegas a este punto poco más o menos los jefes de
familia de las diecinueve casas más impar.
tintes, a la hora de ir a la cama generalmente con un
suspiro dejaban escapar esta reflexión:
-¡Ah! -¿Cuál habrá sido la indicación que hizo
Goodson?
E inmediatamente con un escalofrío llegaban estas
palabras de la esposa del cabeza de familia:
-¡Oh, no digas eso! -¿Qué cosas horribles estás
rumiando? ¡Quítatelas de la cabeza, por amor de Dios!
Pero aquellos hombres volvían a formular la
pregunta la noche siguiente... y obtenían la misma
respuesta, aunque más débil.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
29
Y, al llegar la tercera noche, de nuevo se repetía la
pregunta, con angustia y aire distraído. Esta vez y la
noche siguiente las mujeres hacían un nervioso y débil
movimiento de protesta y trataban de decir algo. Pero
no lo decían.
Y a la noche siguiente reencontraban su voz y
respondían con anhelo:
-¡Ah, si pudiéramos adivinarla!
Los comentarios de Halliday se volvían cada día más
despectivos y desagradables. Se paseaba sin cesar,
riéndose de la ciudad ya como algo individual, ya en su
conjunto. Pero aquella risa era la única que quedaba en
Hadleyburg, y caía en medio de un espacio vacío y
desierto. No se veían nada más que caras largas.
Halliday llevaba por todas partes una cigarrera montada
sobre un trípode, simulando que se trataba de una
cámara fotográfica y detenía a los paseantes y les
enfocaba y decía:
-¡Atención! Muestren una cara agradable, por favor.
Pero ni siquiera esta broma podía sorprender a los
melancólicos rostros y suavizarlos.
Así transcurrieron tres semanas, ya sólo faltaba una.
Era la noche del sábado, después de la cena.
En vez del habitual ajetreo y agitación y bullicio y la
alegría y la gente de compras propios de los sábados por
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la noche, las calles estaban desiertas y desoladas.
Richards y su vieja esposa estaban sentados en su salón,
enfrascados en lúgubres pensamientos Ésta era la
costumbre de todas los noches. La vieja costumbre de
leer, tejer o charlar apaciblemente o recibir o hacer
visitas a los vecinos batía desaparecido, olvidada desde
hacía muchísimo tiempo .... hacía dos o tres serranas.
Ahora nadie conversaba, nadie leía, nadie hacía visitas.
Todos se quedaban sentados en sus casas, suspirando,
inquietos, silenciosos, intentando averiguar esa Famosa
frase.
El cartero dejó una carta. Richards miró con
indiferencia la letra del cobre v el sello, ambos
desconocidos, y tiró la carta .sobre la mesa y reanudó
sus conjeturas y sus irremediables y tristes congojas en
el punto donde las dejara. Dos o tres horas después su
esposa se levantó con aire cansado y se disponía .1
marcharse a la cama sin darle las buenas noches cosa
normal ahora, pero se detuvo cerca de la carta y la miró
durante unos instantes con apagado interés; luego la
abrió y comenzó a recorrerla rápidamente con los ojos.
Richards, que esta sentado con la silla echada hacia atrás
contra la pared y el mentón entre las rodillas, ovó caer
algo. Era su esposa. Se abalanzó sobre ella pura
levantarla, pero la señora Richards exclamó:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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-¡Déjame en paz! Me siento demasiado feliz. Lee la
carta... ¡Léela!
La leyó. La devoró con los ojos, mientras su cerebro
trepidaba. La carta provenía do un Estado lejano y
decía:
Usted no me conoce, pero es lo mismo; necesito decirlo albo.
Acabo de volver de Méjico y me he enterado de ese episodio. Desde
luego usted no sabe quién hizo esa indicación, pero yo soy la única
persona viva que lo sabe. Fue Goodson. Le conocí muy bien hace
muchos años. Pasé por la ciudad de Hadleyburg esa misma noche
y fui su huésped hasta la llegada del tren de medianoche. Le oí
hacerle esa indicación al forastero en la oscuridad, en Hale Alley.
El y yo conversamos sobre el asunto durante el trayecto a su casa y
luego fumando un puro. Goodson mencionó u machos de ustedes,
en el transcurso de la conversación, refiriéndose a la mayoría en
forma muy poco lisonjera, pero habló de dos o tres favorablemente,
entre ellos de usted. Digo favorablemente y nada más. Recuerdo
haberle oído decir que no le gustaba en realidad ninguno de sus
convecinos, ni uno solo, pero que usted creo que dijo usted, estoy
casi seguro le había hecho un gran favor en cierta ocasión,
posiblemente sin saber su verdadero valor y me dijo que, si hubiese
tenido un patrimonio, se lo habría dejado a usted al morir y una
maldición a cada tino de sus conciudadanos. Pues bien: si fue
usted quien le hizo ese favor; es usted su legítimo heredero y fierre
derecho al talego de oro. Sé que puedo confiar en su honor y en su
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honradez, porque en un ciudadano de Hadleyburg tales virtudes
constituyen un patrimonio que no falta. Por esto, le revelaré esa
frase, coca el convencimiento de que, si no fuera usted la persona
buscada, usted la buscará y la encontrará y cuidará de que la
deuda de gratitud del pobre Goodson por el favor mencionado sea
pagada.
La frase es la siguiente: «USTED DISTA MUCHO
DE SER UN HOMBRE MALO: VÁYASE Y
REFÓRMESE»
HOWARD L. STEPHENSON
-¡Oh, Edward! -El dinero m nuestro y me siento tan
contenta, tan contenta!... -¡Bésame, querido!
-¡Hace tanto tiempo que no nos ciamos un beso!... Y
necesitamos tanto el dinero... y ahora estás libre de
Pinkerton y de su banco; ya no somos esclavos de
nadie... Me parece que sería capaz de volar de alegría.
La pareja pasó media hora feliz sobre el canapé,
acariciándose: habían vuelto los días de antaño, los días
que empezaron con su noviazgo y que duraron sin
interrupción hasta que el forastero trajera su mortífero
oro. Al poco rato la esposa dijo:
-¡Oh, Edward!... -¡Qué suerte tuvimos de que le
hicieras aquel gran favor al pobre Goodson! Goodson
nunca me gustó, pero ahora siento afecto por él. Y fue
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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muy hermoso el que nunca mencionaras el asunto ni te
jactaras de haber hecho tal favor.
Luego, en tono de reproche, la señora Richards
agregó:
-Pero debiste habérmelo dicho, Edward... Debiste
habérselo dicho a tu esposa.
-Bueno... Yo... Como comprenderás, Mary...
-Ahora déjate de tartamudear y cuéntame eso,
Edward. Siempre te quise y ahora estoy orgullosa de ti.
Todos creen que sólo hubo un alma generosa en esta
ciudad, y ahora resulta que tía... -¿Por qué no me lo
cuentas, Edward?
-Este... Pero... -¡No puedo, Mary!
-¿No puedes? -¿Por qué no puedes?
-Te diré... Él... él... Bueno... El caso es que me
obligó a prometer que no lo contaría.
La mujer de Richards lo miró de arriba abajo y dijo
con mucha lentitud:
-Te... lo hizo... prometer? -¿Por qué me dices eso,
Edward?
-Crees que yo sería capaz de mentirte, Mary?
Turbada, se quedó en silencio durante un rato, luego
puso su mano en la de su marido y dijo:
-No... No. En tu vida has dicho una mentira, pero
ahora que los cimientos de las cosas parecen estar
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desmoronándose bajo nuestros pies, nosotros...
nosotros...
Por un momento la señora Richards se quedó sin
voz y luego dijo desfalleciendo:
-No nos dejes caer en la tentación... Creo que has
hecho realmente esa promesa, Edward. Así sea.
Dejemos el asunto. Ahora... todo eso ha pasado,
volvamos a ser felices; no es hora de nubes.
A Edward le costó un gran esfuerzo complacerla,
porque su espíritu no hacía sino vagar, tratando de
recordar qué favor le había hecho a Goodson.
La pareja pasó despierta la mayor parte de la noche.
Edward preocupado, pero no muy feliz. Mary haciendo
proyectos sobre qué haría con el dinero. Edward trataba
de recordar aquel favor.
Su conciencia se sentía atormentada por una pizca
de amargura, pensando en la mentira que le había dicho
a su mujer... si se trataba de una mentira. Y si se trataba
de una mentira, -¿qué? -¿Era una cosa tan grave?
Después de todo, -¿no nos comportamos quizá de
forma mentirosa? Y entonces, -¿por qué no mentir?
Mirad a Mary, por ejemplo; mientras él se apresuraba a
hacer su acto de honradez, -¿qué estaba haciendo Mary?
-¡Lamentarse de que los papeles no hubiesen sido
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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destruidos y de no haberse quedado con el dinero! -¿Es
acaso mejor robar que mentir?
Este punto perdió ahora su aguijón; la mentira pasó
a un segundo plano, dejando tras sí el consuelo. Pero
existía aún otro problema: -¿Había hecho él
efectivamente ese favor? Estaba el testimonio del
mismo Goodson, como se podía leer en la carta de
Stephenson. No podía haber mejor testimonio: era hasta
la prueba de que había hecho el favor. Desde luego. De
modo que el punto quedaba resuelto. No, no del todo.
Recordó con sobresalto que aquel desconocido señor
Stephenson tenía alguna duda sobre si la persona que
había hecho el favor era Richards o algún otro... y... -
¡Dios mío! -¡Había dejado en sus manos una cuestión de
honor! Él mismo tenía que decidir adónde debía ir a
parar el dinero, y el señor Stephenson no dudaba de
que, si él no era el hombre tascado, iría honestamente
en busca del mismo. -¡Oh!, era terrible poner a un
hombre en semejante situación. -¡Ah! -¿ Por qué habría
expresado Stephenson aquella duda? -¿Por qué había
querido aquella intromisión ?
La meditación prosiguió. -¿Cómo se explicaba que
Stephenson recordara el nombre de Richards como
aquél que había hecho el favor y no algún otro nombre?
Esto tenía buen aspecto. -Sí, muy buen aspecto. En
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realidad, su aspecto era cada vez mejor..., hasta que se
convirtió en una verdadera prueba. Y entonces Richards
la expulsó inmediatamente de su espíritu, porque su
instinto personal le decía que, cuando quedaba
establecida una prueba, era preferible dejarla así.
Ahora se sentía razonablemente cómodo, pero
quedaba aún otro detalle, que se le imponía. Desde
luego él había hecho aquel favor, esto ya estaba
admitido, pero -¿en qué consistía el favor? Era
indispensable recordarlo; no se iría a dormir mientras no
lo recordara. Y así se puso a pensar. Y pensó, pena:;,
pensó uno docena de cosas favores posibles, -hasta
probables-, pero ninguno le parecía adecuado, ninguno
de ellos parecía lo bastante grande, ninguno de ellos
parecía valer aquel dinero, la fortuna que Goodson
quería dejarle en su testamento. Y, además, el no
recordaba haberlo hecho. Y bien... Y Bien.. ¿Qué clase
de favor podía ser para tornar tan exageradamente
agradecido a un hombre' -¡.Ah! -¡Debía ser la salvación
de su alma! Sin duda, se trataba de eso. ví. Ahora
recordaba cómo había emprendido antaño la tarea de
convertir a Goodson y cómo había trabajado en eso
durante no menta de...; iba a decir tres meses, pero
después de un examen másdetenido disminuyó cl
término a un mes, luego a uno semana, después a un
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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día, finalmente a nada. -Sí, ahora recordaba y con poco
grata nitidez que Goodson !e había dicho que se fuera al
diablo y que se ocupara de sus asuntos. -¡Él no tenía
ganas de seguir a Hadleyburg en el paraíso!
Por eso aquella solución estaba equivocado: él no
había salvado el alma de Goodson. Richards se sintió
desalentado. Al poco tiempo se le ocurrió otra idea.
;habría salvado los bienes de Goodson ? No, eso aro:
Goodson carecía de bienes. -¿Su vicia? ;Eso era!
Naturalmente. Debía de habérsele ocurrido untes. Esta
ves, con seguridad, estaba sobre la verdadero pista. E1
molino de su imaginación empozo a funcionar
empecinadamente al cubo de un instante.
Después, durante dos fatigosas horas, se dedicó' a
salvarle la vicia a Goodson. La salvaba en todo tipo de
formas difíciles y peligrosas. En todos los casos la
salvaba satisfactoriamente hasta cierto punto. Luego,
cuando estaba empezando a convencerse de que aquello
había sucedido realmente así, aparecía un molesto
detalle que hacía todo inverosímil. Como cuando lo
salvaba de morir ahogado, por ejemplo. En ese caso
Richards arrastraba a Goodson hasta la orilla en estado
de inconsciencia, mientras una multitud miraba y
aplaudía, pero, cuando ya lo había pensado todo y
estaba empezando a recordarlo, aparecía un conjunto de
M A R K T W A I N
38
detalles insalvables: toda la ciudad tendría conocimiento
del hecho, también lo tendría que saber Mary y él
mismo debía recordarlo muy bien, en lugar de ser un
insignificante favor que le había hecho "posiblemente
sin saber su verdadero valor". Y, en este punto,
Richards recordó que, además, él no sabía nadar.
Ah... había un punto que se le había pasado por alto
desde el principio: debía haber un favor que le había
hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor".
Esto habría limitado las investigaciones. Y así,
precisamente con esto, poco a poco, encontró el hilo del
asunto. Goodson, muchos años antes, había estado a
punto de casarse con una dulce y linda muchacha
llamada Nancy Hewitt, pero sin saber muy bien por qué
el noviazgo se había roto. La muchacha murió;
Goodson siguió siendo soltero y poco a poco se
convirtió en un hombre amargado, que despreciaba
abiertamente al género humano. Poco después de morir
Nancy, la ciudad descubrió o creyó descubrir que
aquélla había tenido algo de sangre negra en las venas.
Richards trabajó durante no poco tiempo con estos
detalles y por fin, le pareció recordar cosas relativas a
aquella historia, que se le habían perdido en la memoria.
Le pareció recordar vagamente que era él quien había
descubierto lo de la sangre negra, que era él quien se lo
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
39
había dicho a la ciudad, que la ciudad le había
comunicado a Goodson la fuente del hallazgo, que él
había salvado así a Goodson de casarse con una
muchacha de color, que él le había hecho aquel gran
favor "sin saber su verdadero valor", pero que Goodson
sabía su valor y que se bahía salvado a duras penas del
peligro y por eso se había ido a la tumba agradecido a su
benefactor y lamentando no poder dejarle un
patrimonio. Todo resultaba ahora claro y simple, y
cuanto más lo meditaba Richards, más claro y seguro se
sentía. Finalmente, cuando se acurrucó para dormir
satisfecho y feliz, recordó todo aquello como si hubiese
ocurrido el día anterior. En realidad recordaba
vagamente que Goodson le había expresado su gratitud
en cierta ocasión. Mientras tanto Mary había invertí, do
seis mil dólares en una casa nueva para sí y un par de
pantuflas para su pastor, y luego se había quedado
apaciblemente dormida.
El mismo sábado por la noche el cartero había
entregado una carta a cada uno de los demás ciudadanos
importantes de Hadleyburg: diecinueve cartas en total.
Los sobres eran todos distintos, y la caligrafía de la
dirección era también distinta, pero las carros
contenidas eran idénticas en todos sus detalles, menos
en uno. Eran copias exactas de la carta recibida por
M A R K T W A I N
40
Richards hasta la letra, y todas iban firmadas por
Stephenson, pero, en lugar del nombre Richards,
figuraba el del respectivo destinatario.
Durante el transcurso de la noche los otros
dieciocho ciudadanos importantes hicieron lo que hacía
a la misma hora su conciudadano Richards: aplicaron
sus energías a recordar el notable favor que le hicieran
inconscientemente a Barclay Goodson. En ninguno de
los casos resultaba fácil la tarea; con todo, tuvieron
éxito. Y mientras estaban entregados a aquel trabajo,
que era difícil, sus esposas consagraban la noche a gastar
el dinero, cosa mucho más fácil. Durante aquella sola
noche las diecinueve esposas gastaron un promedio de
siete mil dólares coda una de los cuarenta mil
contenidos en el talego: ciento treinta y tres mil dólares
en total.
Al día siguiente Jack Halliday se llevó una sorpresa.
Advirtió que los rostros de los diecinueve ciudadanos
más importantes de Hadleyburg y los de sus esposas
mostraban nuevamente aquella expresión de apacible y
santa felicidad. Esto le resultó incomprensible y, por lo
demás, no logró inventar observación alguna al respecto
que pudiese cambiarla o turbarla.
Y por eso le llegó el turno de mostrarse insatisfecho
de la vida. Sus conjeturas sobre los motivos de la
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
41
felicidad fracasaron en todos los casos. Al encontrarse
con la señora Wilcox y advertir el placido éxtasis de su
rostro, Jack Halliday se dijo: «Su gata ha tenido gatitos»,
y fue a preguntárselo a la cocinera de aquélla; no era
verdad. La cocinera bahía notado el aspecto de felicidad,
pero ignoraba la causa. Al advertir la reiteración del
éxtasis en el rostro de Billson "tabla rasa" (su apodo),
tuvo la convicción de que algún vecino de Billson se
había roto una pierna, pero la averiguación le demostró
que no había ocurrido esto. El reprimido éxtasis del
rostro de Gregory Yates sólo podía significar que se le
había muerto la suegra, pero, tampoco esto era verdad.
Y Pinkerton... Pinkerton... ha cogido en el aire diez
centavos que estaba a punto de perder. Y así
sucesivamente. En algunos casos las suposiciones
quedaban en situación de dudosas; en otros, resultaban
equivocadas. Por fin Halliday se dijo: Sea como fuere, es
evidente que diecinueve familias de Hadleyburg están
provisionalmente en el paraíso. No sé cómo ha
ocurrido, sólo sé que la Providencia está hoy de
vacaciones».
Un arquitecto y constructor del Estado contiguo se
había aventurado a instalar una pequeña empresa en
aquella localidad poco prometedora y su placa estaba
colgada ya desde hacía una semana, pero no se había
M A R K T W A I N
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hecho vivo ni un cliente: el arquitecto estala desanimado
y lamentaba haber venido. Pero su humor cambió
súbitamente. Una tras otra le visitaron las esposas de los
ciudadanos importantes y le dijeron:
-Venga a mi casa el lunes, pero no hable del asunto
por ahora. Tenemos la intención de construir.
El arquitecto recibió ese día once invitaciones. Por
la noche le escribió a su hija ordenándole que rompiese
su noviazgo con el estudiante. Le dijo que se` podría
casar con un mejor partido.
Pinkerton, el banquero; y otros dos o tres hombres
acomodados pensaban construir casas de campo..., pero
esperaban. Los hombres de esa clase no cuentan sus
pollos antes de que estén incubados.
Los Wilson planearon una grandiosa novedad: un
baile de mascaras. No hicieron promesas concretas, sino
que les dijeron confidencialmente a sus amistades que se
lo estaban pensando y que seguramente lo harían, ..y, si
lo hacemos, usted cero invitado, desde luego». La gente
se mostraba sorprendida y se decía: Esos pobres Wilson
están locos. No pueden permitírselo, Algunas de las
diecinueve esposas les dijeron en privado a sus maridos:
«La idea es buena; esperaremos a que hayan dado ese
baile de pacotilla y luego nosotros daremos otro que
causará vértigo...
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
43
Los días pasaron y la cuenta de los futuros
derroches cada vez más, con creciente desenfreno, con
aturdimiento y temeridad cada vez mayores. Parecía que
los diecinueve ciudadanos importantes de Hadleyburg
no sólo gastarían sus cuarenta mil dólares antes de
cobrarlos, sino que estarían completamente endeudados
cuando fueran a cobrarlos. En algunos casos la gente
ligera de cascos no se conformaba con los proyectos de
gastos, sino que realmente gastaba... a crédito.
Compraba tierras, granjas, títulos, buena ropa, caballos y
otras cosas; pagaba al contado la señal... y se
comprometía a pagar el resto a los diez días. Luego vino
la segunda fase, y Halliday advirtió que una horrible
ansiedad comentaba a hacer su aparición en muchos
rostros. Volvió a sentirse intrigado y no supo cómo
interpretar aquello. «Los gatitos de Wilcox no han
muerto, porque no han nacido; nadie se ha roto una
pierna; no ha tenido lugar una reducción en el número
de suegras, no ha sucedido nada... El misterio es
impenetrable, había, además de Halliday, otro hombre
intrigado: el reverendo Burgess. Desde hacía días,
adondequiera que iba, la gente parecía seguirlo o
acecharlo; y, si se encontraba alguna vez en un sitio
retirado, podía tener la seguridad de que aparecería uno
de los diecinueve vecinos importantes y le pondría a
M A R K T W A I N
44
hurtadillas en la mano un sobre y le murmuraría: ,Para
abrir el viernes por la noche en el ayuntamiento», y
desaparecía luego con aire culpable. Esperaba aunque
con muchas dudas, pues Goodson estaba muerto que
alguien diese un paso adelante pidiendo el talego lleno
de dinero, pero nunca se le había ocurrido que hubiese
toda una multitud de pretendientes. Cuando por fin
llegó el gran viernes, comprobó que tenía diecinueve
sobres.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
45
III
El ayuntamiento nunca había presentado un aspecto
tan impresionante. En el fondo del estrado se veía un
llamativo grupo de banderas. Ice trecho en trecho, a lo
largo de las paredes, había guirnaldas de banderas; el
frente de las galerías estaba revestido de banderas y las
columnas que las sostenían estaban envueltas en
banderas. Todo aquello tenía como objeto impresionar
a los forasteros, porque acudirían muchos, sobre todo
en representación de la prensa. El salón estaba lleno.
Los cuatrocientos doce asientos fijos, ocupados, como
también las sesenta y ocho sillas suplementarias
colocadas en los pasillos. Los peldaños del estrado
estaban ocupados. A algunos forasteros distinguidos les
habían dado asiento en el estrado. Junto a la herradura
de mesas que cercaban el frente y los costados del
estrado, se hallaba sentado un nutrido grupo de
M A R K T W A I N
46
corresponsales especiales llegados de todas partes. Era
el salón mejor adornado que jamás hubiera visto la
ciudad. Había algunos tocados tirando a lujosos y, en
algunos casos, las damas que los lucían parecían no estar
familiarizadas con aquel tipo de vestidos. Al menos, así
lo creía la, ciudad, pero la idea quizá se debiera a que la
ciudad sabía que aquellas damas nunca se habían metido
en aquellos vestidos.
El talego de oro estaba sobre una mesita en el
primer plano del estrado, donde todos los presentes
podían verlo. La mayor parte de éstos lo contemplaban
con apasionado interés, con tal interés, que se le boca
agua: con un interés ansioso y patético.
Una minoría de diez o nueve parejas lo contemplaba
con ternura, amorosamente, con ojos de dueños, y la
mitad masculina de esa minoría ensayaba los
conmovedores discursitos de gratitud que poco después,
de pie, pronunciarían en respuesta a los aplausos y
felicitaciones del público. De vez en cuando uno de
ellos extraía del bolsillo del chaleco un trocito de papel y
le echaba un vistazo a hurtadillas para refrescar la
memoria.
Naturalmente se oía un murmullo de conversación;
como sucede siempre en estas ocasiones. Finalmente,
cuando el reverendo Burgess se puso en pie y apoyó la
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
47
mano en el talego, se habría podido oír el roer de sus
microbios, tal era el silencio reinante. Burgess narró la
curiosa historia del talego, luego prosiguió hablando con
calurosas palabras de la antigua y bien ganada
reputación de Hadleyburg por su intachable honradez y
por el legítimo orgullo que los habitantes sentían por
esta reputación. Dijo que dicha fama era un tesoro de
inestimable valor, que, merced a la Providencia, ese
valor se había acrecentado ahora considerablemente, ya
que el nuevo suceso había difundido su fama por todas
partes y atraído así los ojos del mundo americano sobre
la ciudad y convertido el nombre de Hadleyburg, para
siempre así lo esperaba y creía en sinónimo de
incorruptibilidad comercial [Aplausos].
-¿Y quién ha de ser el guardián de este noble tesoro?
-¿Toda la comunidad? -¡No! La responsabilidad es
individual, no colectiva. A partir de hoy cada uno de
ustedes, en su propia persona, es su guardián especial, y
es individualmente responsable de que ese tesoro no
sufra menoscabo alguno. -¿Aceptarán ustedes, acepta
cada uno de ustedes, esa gran misión? [Tumultuso
asentimiento]. Entonces, bien. Transmítanla a sus hijos
y a los hijos de sus hijos. Hoy la honradez de ustedes
está por encima de todo reproche: cuiden de que siga
estándolo. Hoy no hay en esta comunidad una sola
M A R K T W A I N
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persona que pueda ser empujada a tocar un penique
ajeno: cuiden de mantenerse siempre en ese estado de
gracia. [«-¡Cuidaremos de ello, ¡Cuidaremos de ello!»]
Ésta no es la ocasión indicada paro establecer
comparaciones entre nosotros y las demás ciudades,
algunas poco amables con nosotros. Islas tienen sus
costumbres y nosotros, las nuestras. Démonos por
satisfechos. [Aplausos] He terminado. Tajo mi mano,
amigos míos, reposa el elocuente reconocimiento de lo
que significamos, hecho por un Forastero: merced a su
intervención, el mundo sabrá siempre lo que somos. No
sabemos quién os, pero en nombre de ustedes le
expreso nuestra gratitud y les pido que expresen, con
una aclamación, su acuerdo.
La concurrencia se levantó como un solo hombree
hico retumbar los muros con los aplausos de su gratitud
durante un largo minuto. Luego se sentó, y el señor
Burgess sacó un sobre del bolsillo. La concurrencia
contuvo el aliento mientras Burgess rasgaba el sobe y
extraía de él una hojita de papel. Leyó su contenido con
tono lento y solemne, mientras el auditorio escuchaba
con extática atención aquel documento mágico. Corla
una de sus palabras valía un lingote de oro:
«La indicación que le hice a aquel atribulado forastero fue: Usted
dista mucho de ser un hombre malo; váyase y refórmese.»
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
49
Luego continuó:
-Dentro de un momento sabremos si la indicación
aquí citada corresponde a la escondida en el talego, y, si
resulta ser así y así será, indudablemente, este talego de
oro le corresponderá a un ', .
conciudadano que será desde ahora para esta nación
el símbolo de la virtud que ha dado fama a nuestra
ciudad en el país. -¡El señor Billson!
Los presentes se habían preparado para
desencadenar la debida tempestad de aplausos, pero, en
el lugar de hacerlo, se sintieron afectados de una especie
de parálisis. Luego, durante unos instantes, reinó un
profundo silencio seguido de una ola de murmullos que
recorrió el salón. Todos ellos eran de este tenor: -
¡Billson! -¡Venga, vamos, esto es demasiado extraño! -
¡Billson dando veinte dólares a un forastero... o a
cualquier otro. -¡A otro con ese cuento!» En este
momento los presentes contuvieron repentinamente el
aliento en un nuevo acceso de sor y presa al descubrir
que, mientras en un extremo del y salón el diácono
Billson se había puesto en pie con la cabeza abatida en
gesto de mansedumbre, el abogado Wilson estaba
haciendo otro tanto en el otro extremo. Durante unos
momentos reinó un silencio de asombro.
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Todos estaban intrigados y diecinueve parejas se
sentían sorprendidas e indignadas.
Billson y Wilson se volvieron y se miraron
fijamente. Billson preguntó con tono seco:
-¿Por qué se levanta usted, señor Wilson? Porque
tengo derecho a hacerlo. -¿Sería tan amable de explicarle
al público por qué se ha levantado?
-Con sumo placer. Porque fui yo quien escribí ese
papel.
-¡Impúdica falsedad! Lo escribí yo.
Esta vez Burgess se quedó petrificado. Estaba de pie
mirando alternativamente a uno y otro, que reclamaban
con los ojos en blanco, y al parecer no sabía qué hacer.
Los presentes estaban estupefactos. Por fin, el abogado
Wilson habló y dijo:
-Le pido a la presidencia que lea la firma que lleva
ese papel.
Esto hizo reaccionar ala presidencia, que leyó el
nombre: John Wharton Billson.»-¡Exacto! gritó Billson.
-¿Qué tiene que decir ahora? -¿Y qué tipo de excusas
nos ofrecerá a mí y a este agraviado público por la
impostura que ha tratado de representar aquí?
No les debo excusa alguna, señor. Y en cuanto a lo
demás, le acuso públicamente de haberla robado mi
papel al señor Burgess y de haberlo sustituido con una
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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copia firmada con su propio nombre. Es imposible que
usted haya llegado a conocer, de alguna otra forma, la
frase en la que se basaba la prueba. Sólo yo, entre todos
los seres de este mundo, poseía el secreto de la frase.
Las cosas prometían tomar un cariz turbio, si esto
proseguía así: todos advirtieron con aflicción que los
taquígrafos estaban garabateando con loco frenesí, y
muchos gritaron:
-¡La palabra al presidente! -¡Presidente! -¡Orden! -
¡Orden!
Burgess golpeó repetidamente la mesa con su maza,
y dijo:
No olvidemos la debida corrección. Evidentemente
ha habido un error, pero eso es todo. -Si el señor
Wilson me ha dado un sobre, y ahora recuerdo que me
lo dio, aún está en mi poder.
El reverendo Burgess sacó un sobre del bolsillo, lo
abrió, lo miró fugazmente, reveló sorpresa c inquietud y
permaneció en silencio durante unos instantes. Luego
pitó la mano de un modo vago y mecánico e hizo un par
de esfuerzos por decir algo, pero renunció a hacerlo,
con aire desalentado. Varias voces gritaron:
-¡Léalo! -¡Léalo! -¿Qué dice?
De modo que el reverendo empezó, con aire
aturdido y sonámbulo:
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«La indicación que le hice a aquel atribulado, forastero, dice:
Usted dista de ser un hombro tríalo.
[La concurrencia lo miró, maravillada] Váyase y
refórmese. (Murmullos: -¡Asombroso! -¿Qué quiere decir
esto?»)
Este papel manifestó el presidente está firmado por
Thurlow G. Wilson.
-¡Exacto! exclamó Wilson. -¡Supongo que eso lo
aclara todo! Yo sabía perfectamente que mi papel había
sido robado.
-¡Rolado! replicó Billson. Le advierto que ni usted ni
ningún hombre de su catadura puede arriesgarse a...
PRESIDENTE: -¡Orden, caballeros! -¡Orden! Les
ruego que se sienten.
Los dos autores de los escritos obedecieron,
meneando la cabeza y gruñendo irritados. El público
estaba profundamente intrigado; no sabía cómo
explicarse aquel curioso suceso. Al poco rato se puso de
pie Thompson. Thompson era el sombrerero. Le habría
gustado ser uno de los diecinueve ciudadanos
importantes, pero tal destino no era para él. Sus
existencias de sombreros no bastaban para asegurarle
semejante posición. Y dijo:
-Señor presidente, permítaseme, una sugerencia...
;No podrían estar en lo cierto ambos caballeros? Le
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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sugiero esto... -¿No podrían ambos haberle dicho
casualmente las mismísimas palabras al forastero?
Me parece que el curtidor se puso de pie y le
interrumpió. El curtidor era un hombre amargado; se
creía con méritos para figurar entre los diecinueve
importantes, pero no podía conseguir que se lo
reconocieran, lo que le hacía algo desagradable en sus
modales y en su manera de hablar. Dijo:
-¡Vamos, no se trata de eso! Eso puede ocurrir dos
veces en cien años, pero no lo otro. -¡Ninguno de los
clon clip los veinte dólares!
Un estallido de aplausos.
Billson: -¡Yo los di!
Wilson: -¡Yo los di!
Luego se acusaron mutuamente de robo.
PRESIDENTE: -¡Orden! Les ruego que se sienten.
Ninguno de los sobres ha estado fuera de mis bolsillos
ni un momento. UNA voz: Entonces... -¡Eso lo
soluciona todo!
CURTIDOR: Señor presidente, hay algo muy
evidente: uno de esos hombres ha estado fisgando bajo
la cama del otro y robando secretos de familia. -Si la
insinuación es poco democrática, haré notar que ambos
son capaces de ello. [PRESIDENTE: -¡Orden! -
¡Orden!»] Retiro la insinuación, señor, y me limitaré a
M A R K T W A I N
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sugerir que, si uno de ellos ha oído por casualidad al
otro mientras revelaba a su mujer la famosa frase,
podemos descubrirlo ahora.
UNA VOZ: -¿Cómo?
CURTIDOR: Fácilmente. Ninguno de los dos ha
citado la frase con palabras exactamente iguales. Ustedes
lo habrían notado, si no hubiera mediado un
inconsiderable espacio de tiempo y una excitante pelea
entre ambas lecturas.
UNA VOZ: Diga la diferencia.
CURTIDOR: La palabra mucho está en la carta de
Billson y no figura en la otra.
MUCHAS VOCES: Así es -¡Tiene razón!
CURTIDOR: Y por lo tanto, si la presidencia con
,'siente examinar la indicación encerrada en el talego,
sabremos cuál de estos dos impostores
(PRESIDENTE: «-¡Orden! -¡Orden!»]..., cuál de estos
dos aventureros... [PRESIDENTE: -¡Orden! -
¡Orden!]..., cuál de estos dos caballeros... Risas y
aplausos] tiene derecho a ostentar el título de primer
fanfarrón deshonesto jamás criado en esta ciudad..., ;a la
cual ha deshonrado y que será desde ahora para él un
lugar asfixiante! [Fuertes aplausos.]
MUCHAS VOCES: -¡Ábralo! -¡Abra el talego!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
55
El reverencio Burgess pegó un corte en el talego,
metió la mano dentro y sacó un sobre. En él se hallaban
dos papeles doblados. El reverendo dijo:
-Uno de estos papeles contiene la frase: «No deberá
ser examinada, hasta que no se hayan leído todas las
comunicaciones escritas dirigidas a la presidencia, si las
hubiere». Sobre el otro papel está escrito: Prueba. Un
momento. Dice así: «Yo no exijo que la primera mitad
de la indicación de mi benefactor sea repetida con toda
exactitud, porque no era muy notable y puede haber
sido olvidada, pero sus quince palabras finales sí que
son notables y las creo fáciles de recordar, y, a no ser
que éstas sean reproducidas con exactitud, el que
reclame será considerado un impostor. Mi benefactor
empezó diciendo que él rara vez daba un consejo, pero
añadió que, cuando lo daba, el consejo llevaba siempre
el sello de mucha calidad. Luego dijo esto... que El
hombre que corrompió Hadleyburg nunca se me ha
borrado de mi memoria: ..Usted no es malo .....
CINCUENTA VOCES: Eso aclara todo. -¡El
dinero es de ¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Que hable! -
¡Que hable!
Todos se levantaron de un salto y se agolparon
alrededor de Wilson, estrujándole la mano y
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felicitándolo con fervor, mientras el presidente
descargaba golpes con su maza y gritaba:
-¡Silencio, caballeros! -¡Silencio! -¡Silencio!
Permítanme que termine de leer, por favor.
Al restablecerse el silencio, se reanudó la lectura,
oyéndose lo siguiente:
«Váyase y refórmese, o, recuerde mis palabras, un día, por
sus pecados, morirá e irá al infierno o a Hadleyburg...
PROCURE ACABAR EN EL INFIERNO»
Hubo un silencio espantoso. Primero, sobre los
rostros de los ciudadanos comenzó a cernirse una nube
de enojo; tras una pausa, la nube empezó a disiparse y
una expresión divertida trató de ocupar su sitio y lo
intentó con tal esfuerzo, que sólo pudo evitarse con
grande y penosa dificultad. Los reporteros, los nativos
de Brixton y demás forasteros abatieron sus cabezas y
protegieron sus rostros con las manos y lograron
contenerse con mucho esfuerzo y heroica cortesía. En
ese inoportuno momento estalló en medio del silencio
el bramido de una voz solitaria, la de Jack Halliday:
-¡Esto sí que es un buen consejo!
Entonces los presentes, incluso los forasteros,
cedieron. Hasta la gravedad del señor Burgess se
desmoronó en el acto y el público se consideró
oficialmente libre de toda contención y usó su privilegio
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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al máximo. Fue una buena y prolongada tanda de
riquezas y de risas tempestuosamente sinceras, pero que
por fin cesó, durando lo bastante para que el señor
Burgess intentara reanudar su discurso y para que la
agente se secara parcialmente los ojos. Luego Burgess
patio proferir estas graves palabras: Es inútil que
tratemos de disimular el hecho.
Nos encontramos frente a un asunto muy
importante. Está en juego el honor de nuestra ciudad,
amenaza su buen nombre. La diferencia de una sola
palabra entre los textos presentados por el señor
Wilsony por el señor Billson era, en sí misma, una
cuestión muy seria, ya que demostraba que uno de estos
dos señores era culpable de robo Los dos hombres
aludidos estaban sentados con la cabeza gacha, pasivos,
aplastados; pero, al oír estas palabras, se movieron
como electrizados e hicieron ademán de levantarse -
¡Siéntense! dijo el presidente bruscamente; 1 ambos
obedecieron. Eso, como acabo de decir, era una cosa
seria. Y lo era..., pero sólo para uno de y ellos. Con
todo, el asunto ha tomado un cariz más grave, porque
ahora el honor de ambos está en peligro. -¿Debo ir más
allá aún y decir que se trata de un peligro que no se
puede desenredar? Ambos han omitido las palabras
decisivas.
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El reverendo hizo una pausa. Dejó que durante
unos instantes el silencio que impregnaba todo se
espesara y aumentase sus solemnes efectos y añadió:
-Aparentemente esto sólo puede haber ocurrido de
una manera. Yo les pregunto a estos caballeros: -¿Ha
habido cohesión , acuerdo? 'Un suave murmullo se
insinuó entre el público; su significado era: «Los ha
acorralado...
Billson no estaba acostumbrado a estas situaciones,
se quedó sentado, con la cabeza gacha. Pero Wilson era
abogado. Se puso de pie con esfuerzo, pálido y afligido,
y dijo:
-Solicito la indulgencia del público mientras explico
este penoso asunto. Lamento decir lo que voy a decir,
!tiesto que ofenderé de forma irreparable al señor
Billson, a quien he estimado y respetado siempre hasta
ahora, y en cuya invulnerabilidad a la tentación creí
siempre a pie juntillas como todos ustedes. Pero debo
hablar en defensa de mi propio honor. y con franqueza.
Confieso avergonzado y les suplico me perdonen que le
dije al forastero arruinado todas las palabras contenidas
en la frase, incluidas las últimas ofensivas. [Suspiro entre
el público. Cuando los periódicos hablaron de esto, las
recordé y resolví reclamar el talego de dinero, ya que me
sentía con derecho al mismo desde todos los puntos de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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vista. Ahora les pido a ustedes que tengan en cuenta este
punto y lo mediten bien: que la gratitud del forastero
para mí esa noche no tenía límites, que él mismo
manifiesto no encontrar palabras adecuadas para
exhumarla y que, si podía hacerlo, me devolvería algún
día el favor centuplicado. Y bien... Ahora les pregunto:
¿Podía esperar..., podía creer..., podía siguiera imaginar
remotamente que, dados tales sentimientos, ese hombre
cometería un acto tan desagradecido como añadir a su
prueba las quince palabras completamente: innecesarias,
tendiéndome una trampa, haciéndome aparecer como
difamador de mi propia ciudad ante mis propios
convecinos reunidos en un salan público? Era absurdo,
era imposible. Su prueba contendría solamente la
bondadosa cláusula inicial de mi observación. Yo no
dudaba lo más mínimo. Ustedes habrían pensado lo
mismo en mi lugar No habrían esperado tan vil traición
de un lumbre a quien protegieran y a quien no
agraviaran en modo alguno. Y por eso, con perfecta
confianza, con perfecta buena fe, escribí sobre un trozo
de papel las palabras iniciales, terminando con un
Váyase y refórmese, y las firmé. Cuando me disponía a
poner la carta en un sobre, me llamaron para que fuera a
un despacho de mi oficina y, sin pensarlo, dejé la carta
abierta sobre mi escritorio. Wilson se detuvo, volvió
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lentamente la cabeza hacia Billson, esperó un momento
y añadió:
-Les pido que tomen nota de esto: cuando volví,
poco después, el señor Billson salía por la puerta
principal de mi oficina. [Suspiros.]Inmediatamente
Wilson se puso de pie y gritó: -¡Es mentira! -¡Es una
mentira infame!
PRESIDENTE: -¡Siéntese, señor! El señor Wilson
no ha acabado aún.
Los amigos de Wilson lo obligaron a sentarse y lo
calmaron. Wilson prosiguió:, Éstos son los hechos
escuetos. Mi carta, cuando volví, estaba colocada en un
lugar distinto del escritorio. Me di cuenta del hecho,
pero no le di importancia, creyendo que la había
cambiado de sitio una corriente de aire. No podía
ocurrírseme que el señor Billson leyera una carta
privada: se trataba de un hombre honorable y debía
estar por encima de eso. Permítanme observar que su
palabra extra, mucho, se explica perfectamente: cabe
atribuirla a un defecto de memoria. Yo era el único
hombre del mundo que podía proporcionar aquí los
detalles de la frase con medios honorables. He
terminado., Nada hay más adecuado en el mundo que
un discurso persuasivo para confundir la máquina
mental y trastornar las convicciones y seducir las
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
61
emociones y de un público inexperto en las tretas y
engaños de ,la oratoria. Wilson se sentó victorioso. Los
presentes, lo ahogaron en oleadas de aprobatorios
aplausos; los amigos se pusieron a su alrededor y le
estrecharon la mano y le felicitaron. A Wilson lo
obligaron a callar a gritos y no se le permitió decir una
sola palabra. El presidente descargó golpes y más golpes
con su maza y no hizo más que gritar: ¡prosigamos,
caballeros! -¡Prosigamos!
Finalmente, hubo un relativo silencio y el
sombrerero dijo:
-Pero, -¿qué hay que proseguir, señor, sino a
entregar el dinero?
VOCES: -¡Eso es! -¡Eso! -¡Adelante, Wilson!
SOMBRERERO: Pido tres vítores para el señor
Wilson, símbolo de la típica virtud de...
Los vítores estallaron antes de que el sombrerero
pudiese terminar, y en medio de los vítores y también
del clamor de la masa varios entusiastas subieron a
Wilson sobre los hombros de un corpulento amigo y se
dispusieron a llevarle en triunfo al estrado. Entonces la
voz del presidente se elevó por encima del tumulto...
-¡Orden! -¡Cada uno a su sitios Ustedes olvidan que
falta aún por leer un documento.
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Cuando se hubo restablecido el silencio, el
reverendo tomó el documento y se disponía ya a leerlo,
pero lo abandonó nuevamente, diciendo:
-Lo olvidaba... Esto no debe leerse antes de leer
todas las comunicaciones escritas recibidas por mí.
Burgess sacó un sobre del bolsillo, extrajo su
contenido, arrojó sobre él una rápida mirada, pareció
sorprendido y se quedó contemplándolo fijamente.
Veinte o treinta voces gritaron:
-¿Qué dice ese papel? -¡Léalo! -¡Léalo!
Y el reverendo Burguess lo leyó... lentamente y con
tono vacilante:
-La indicación que le hice al forastero
[Voces: -¡Eh! -¿Qué es eso? fue la siguiente: Usted
dista de ser un hombre malo. VOCES: ¡Santo Dios!»)
Váyase y reformese. [UNA vez: ¡Que me condenen!»)
Firmado par el señor Pinkerton, el banquero.
El barullo de carcajadas que se desató entonces fu e
de los que pueden arrancarles lágrimas a los más
sosegados. Los que carecían de puntos vulnerables
rieron hasta que se les saltaron las lágrimas., los
reporteros, en espasmos de risa, anotaron, garabatos
indescifrables y un perro dormido se levantó de un
salto, asustadísimo, y ladró sin parar ante. el tumulto.
Entre el tumulto general, se oían todo tipo de gritos:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
63
Nos estamos enriqueciendo'. ;Dos Símbolos de
incorruptibilidad! -¡Eso, sin contar con Billson!~ -¡Tres!
-¡Cuenten a Tabla rasa! -¡Hay lugar puro todos!, „-¡Muy
bien! -¡Billson es el elegido! Hay pobre Wilson, víctima
de dos ladrones!»
VOZ POTENTE: ¡Silencio! El presidente acaba de
sacar algo del bolsillo.
VOCES: ¡Hurra! -¿Algo nuevo? -¡Léalo! -¡Léalo! -
¡Léalo!
PRESIDENTE: [Leyendo]: La indicación que le
hice , etcétera. Usted dista de ser¡ un hombre malo.
Váyase..., etcétera. Firmado, Gregory Yates.
TUMULTO DE VOCES: -¡Cuatro Símbolos!
;Hurra por Yates! -¡Saque otro!
En el salón había muchas ganas de hacer jaleo y
estaban decididos a disfrutar de todo el placer que
pudiese brindar la oportunidad. Varios de los diecinueve
ciudadanos importantes, con aire pálido y afligido, se
pusieron en pie y empezaron a abrirse camino hacia los
pasillos, pero se oyeron numerosos ~. . gritos: -¡Las
puertas, las puertas! -¡Cierren las puertas!
-¡Que no salga ninguno de los incorruptibles) -¡Que
se sienten todos!
El mandato fue obedecido.
-¡Saque otro! -¡Léalo! -¡Léalo!
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64
El presidente volvió a sacar un sobre y brotaron
nuevamente las familiares palabras 'Usted dista de ser un
hombre malo.
-¡El nombre! -¡El nombre!
-L. Ingoldsby Sargent.
-¡Cinco elegidos! -¡Pongámoslos todos juntos, _uno
encima de otro! -¡Adelante, adelante!
Usted dista de ser a:
-¡El nombre! -¡El nombre!
-Nicholas Whitworth.
-¡hurra! -¡hurra! -¡Hoy es un día feliz!
Alguien comenzó a cantar estas palabras con la
bonita música de la melodía Cuando ten hombre tiene
miedo, una .hermosa doncella..., de la opereta El
mikado.1 El público con alborozo hizo coro y entonces,
un instante después, alguien aportó otro verso:
Y no olvides esto ... »
Y todos los presentes lo repitieron con fuertes
vozarrones. Inmediatamente otro aportó otro verso:
«Lo corruptible está lejos de Hadleyburg...»
El público lo festejó también estruendosamente.
1 Se trata de una ópera bufa en dos actos, con música de Arthur Sullivan y
libreto de W. S. Gilbert. Representada por primera vez en 1885 en el Savoy
Threatre de Londres por Richard D'Oyly Carte, es quizá la obra más popular
de Gilbert y Sullivan.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
65
Al extinguirse la última nota, la voz de Jack
Halliday se elevó aguda y clara, grávida, con un verso
final:
Pero no duden de que los Símbolos están aquí!
Lo cantaron con atronador entusiasmo. Luego la
satisfecha concurrencia empezó por el principio y
repitió dos veces los cuatro versos, con enorme ímpetu
y vibración, y los remató con un estrepitoso triple vítor
un viva final por Hadleyhurg la incorruptible y todos los
Símbolos a los que esta noche consideremos dignos de
recibir el sello de garantía.
Entonces los gritos a la presidencia se reanudaron
en todo el recinto: -¡Siga! -¡Siga! -¡Lea! -¡Lea más! -¡Lea
todo lo que tenga!
-¡Eso! -¡Siga! -¡Conseguiremos una fama inmortal!
En ese momento se levantaron una docena de
hombres y empezaron a protestar. Dijeron que la farsa
era obra de algún perverso bromista y que significaba un
insulto para toda la ciudad. Sin duda, las Firmas eran
todas falsas -¡Siéntense! -¡Siéntense! -¡Cállense! Ustedes
están confesando. Encontraremos sus nombres en el
montón.
-¿Cuántos de esos sobres tiene, señor presidente?
El presidente contó.
-Junto con los ya examinados, diecinueve.
M A R K T W A I N
66
Estalló una tempestad de aplausos burlones. Quizá
todos contienen el secreto. Propongo que el presidente
abra todos y lea todas las firmas que figuran en los
papeles... y también que lea las primeras ocho palabras
de cada uno.
-¡Apoyo la moción!
Se puso con práctica y se llevó adelante
ruidosamente. Entonces el pobre viejo Richards se puso
de pie y también su esposa se puso a su lado, con la
cabeza gacha, paro que nadie advirtiera sus lágrimas. Su
marido le dio el brazo y, mientras la sostenía así,
comenzó a hallar con voz trémula:
-Amigos míos... Ustedes nos conocen a los dos, a
Mary y a mí, desde que estamos en este mundo, y creo
que nos han querido y respetado...
El presidente lo interrumpió:
-Permítame. Es completamente cierto lo que nos
dice, senor Richards. Esta ciudad los conoce a ustedes,
los quiere, los respeta; más aún, los honra y los ama...
La voz de Halliday resonó de manera estridente:
-¡También ésta es una verdad! -Si el presidente tiene
razón, que el público hable y lo diga. -¡Arriba! Ahora,
vamos... -¡Hip! -¡Slip! -¡Hurra! -¡Todos a una!
El público se puso en pie a la vez, volvió sus rostros
hacia la anciana pareja, llenó el aire de una nevada de
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
67
pañuelos que se agitaban y profirió los vítores con todo
el afecto de su corazón.
Entonces, el presidente prosiguió:
-Lo que yo iba a decir era esto: Conocemos su buen
corazón, señor Richards, pero éste no es el momento
pura ejercer la caridad con los transgresores de la moral
Gritos de: «-¡Exacto! -¡Exacto!..). Leo en el rostro de
ustedes dos su generoso propósito, pero no puedo
permitirles que defiendan a esos hombres...
-Pero yo iba a...
-Le ruego que tome asiento, señor Richards.
Debemos examinar el resto de esos sobres; lo exige la
más mínima equidad para con los hombres que hemos
dejado ya al descubierto. Apenas se haya hecho esto, le
doy mi palabra de que le escucharemos.
MUCHAS voces: -¡Muy bien! -¡El presidente tiene
razón! -¡No puede permitirse interrupción alguna a estas
alturas! -¡Siga! -¡Los nombres! -¡Los nombres! -¡De
acuerdo con los términos de la moción!
La anciana pareja se sentó
Es clarísimo tener que esperar. Nuestra vergüenza
será mayor que nunca cuando se descubra que sólo
íbamos a interceder por nosotros.
M A R K T W A I N
68
Nuevamente volvió a desatarse el alborozo con la
lectura de los nombres.
- Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Robert J.
Titmarsh.
- Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Eliphalet
Weeks.
-Usted dista de ser un hombre malo... Firmado, Oscar B.
Wilder.
A estas alturas, a la concurrencia se le ocurrió la -
¡idea de arrebatar las siete palabras de la boca del
presidente. Éste se lo agradeció. A partir de aquel
momento levantaba, vez por vez, el papel, y se quedaba
esperando. Y, cada vez, los presentes entonaban las siete
palabras con un efecto compacto, sonoro y cadencioso
(que, por otra parte, mostraba un audaz y parecido con
un bien conocido salmo religioso). Usted distaaa de ser un
maaaalo hombre maaaalo. Luego el presidente decía:
“Firmado, Achibald Wilcox”. Y así sucesivamente,
nombre tras nombre, y todos lo pasaban cada vez mejor
y se sentían más satisfechos, salvo los desventurados
diecinueve. De vez en cuando, al pronunciarse un
nombre particularmente brillante, el público hacía
esperar al presidente mientras canturreaba el total de la
frase, desde el principio hasta las palabras finales -¡E irá
al infierno y a Hadleyburg...; procure que sea lo primeeeero!», y
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
69
en esos casos especiales, los presentes añadían un
magnífico y atormentado e imponente ¡Amén!»
La lista mermaba, mermaba, mermaba, mientras el
pobre viejo Richards llevaba la cuenta, experimentando
un sobresalto cuando se leía un nombre pare ,ciclo al
suyo y esperando, con dolorosa expectación, que llegara
el momento en que tendría el penoso privilegio de
ponerse de pie con Mary y de acabar su defensa, que se
proponía cerrar con estas palabras: “...porque, hasta
ahora, jamás hemos hecho nada in y correcto y hemos
seguido nuestro humilde camino de nudo irreprochable.
Somos muy pobres, .somos viejos ~ no tenemos quien
cuide de nosotros: nos veíamos terriblemente tentados,
y caímos. Cuando me levante antes, mi propósito era
confesar y pedir que no fuese leído en este lugar
público, porque nos podría que no podríamos
soportarlo, pero se me impidió hacerlo. Es justo. Nos
correspondía sufrir con los demás. Esto ha sitio duro
para nosotros. Es la primera vez que hemos oído salir
mancillado nuestro nombre de unos labios. Sean ustedes
misericordiosos, en nombre de días mejores. Hagan que
nuestra ve riqueza sea leve de llevar, en la medida
concedida por vuestra caridad.
M A R K T W A I N
70
En este punto de sus meditaciones, Mary le dio un
codazo al advertirle distraído. El público canturreaba
“Usted dista de ...”, etcétera.
-Prepárate -murmuró Mary.- Tu nombre llegará de
un momento a otro; ha leído dieciocho.
El salmodiar terminó.
-¡El próximo! -¡El próximo! -¡El próximo!- llegó una
andanada de todos los presentes.
Burgess metió la mano en el bolsillo. La anciana
pareja, trémula, empezó a levantarse. Burgess hurgó un
momento en sus bolsillos y luego dijo:
-Por lo visto ya los he leído todos.
Desfallecida por la alegría y la sorpresa, la pareja se
desplomó sobre sus asientos y Mary susurró:
-¡Oh, bendito sea Dios! -¡Estamos salvados! -¡Ha
perdido nuestro sobre! -¡Yo no cambiaría esto por un
centenar de esos talegos! Los presentes entonaron de
nuevo su parodia de El mikado y la cantaron tres veces
con creciente entusiasmo, poniéndose en pie al entonar
por tercera vez el verso final:
¡Pero no duden de que los Símbolos están aquí!
Acabaron con vítores y un viva final por »La pureza
de Hadleyburg y de nuestros dieciocho inmortales
representantes Entonces Wingate, el guarnicionero, se
puso de pie y propuso vítores por »el hombre más
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
71
limpio de la ciudad, el único ciudadano importante de
Hadleyburg que no intentó robar el dinero: Edward
Richards».
Los vítores fueron proferidos con grande y
conmovedora cordialidad; luego alguien propuso que
Richards fuese elegido único guardián y símbolo de la e
ahora sagrada tradición de Hadleyburg, con poder y
derecho a afrontar todo el sarcástico mundo cara a cara.
Se aprobó por aclamación. Luego la concurrencia
volvió a cantar El mikado y terminó con:
;Pero no duden de que los Símbolos están aquí!» '
Hubo una pausa, luego.
UNA voz: Y bien... -¿Quién recibirá el talego?
CURTIDOR (con amargo sarcasmo): Eso es fácil.
El dinero debe ser dividido entre los dieciocho
incorruptibles, entre quienes dieron al atribulado
forastero veinte dólares por cabeza y la famosa
indicación y cada uno por su cuenta. El desfile de la
procesión tardó al menos veintidós minutos. Pagaron al
forastero trescientos sesenta dólares. Quieren solo que
se les devuelva su préstamo más los intereses o sea,
cuarenta mil dólares en total.
MUCHAS VOCES (sarcásticamente): -¡Muy bien! -
¡Que se lo repartan, que se lo repartan! -¡Hay que ser
misericordiosos con los pobres, no les hagan esperar! '
M A R K T W A I N
72
PRESIDENTE: -¡Orden! Ahora leeré el documento
final del forastero. Dice: «-Si no apareciese nadie a
reclamar la cantidad (coro de gritos, deseo que usted
abra el talego y entregue el dinero a los ciudadanos más
importantes de la ciudad, que deberán tomarlo en
fideicomiso [gritos de: .,-¡Oh! -¡Oh! -¡Oh!»] y utilizarlo
en la forma que le parezca preferible para la
propagación y conservación de la incorruptible
honradez de esa ciudad (más gritos, una reputación a la
cual sus nombres y esfuerzos añadirán un nuevo y
lejano esplendor,,. (Entusiasta estallido de sarcásticos
aplausos./ Eso parece ser todo. No. Aquí, hay una
postdata:
P. D.: CIUDADANOS DE HADLEYBURG: La
indicación no existe. Nadie dijo tal cosa. [Gran
suspiro./No hubo tal forastero pobre, ni dádiva de
veinte dólares, ni bendiciones ni cumplido adjuntos.
Todo eso son invenciones. (Zumbido general y
canturreo de sorpresa y placer] Permítanme que les
cuente mi historia, bastará con unas pocas palabras. En
cierta ocasión pasé por Hadleyburg y sufrí una profunda
ofensa, que no merecía. Cualquier otro se habría
conformado con matar a uno o dos de ustedes y con
ello se hubiera dado por satisfecho, pero a mí esto me
pareció un desquite trivial e inadecuado: los muertos no
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
73
sufren. Además, yo no podía matarlos a todos y, por
otra parte, siendo como soy, ni aún eso me habría
dejado satisfecho Quise perjudicar a tocaos los hombres
de la ciudad y a todas las mujeres, y no en sus cuerpos o
en sus fortunas, sino en su orgullo, el punto en que es
más vulnerable la gente débil y tonta. De modo que me
disfracé y volví y les estudié. Ustedes eran presa fácil.
Tenían una antigua y elevada reputación de honradez y,
naturalmente, se enorgullecían de ella: la honradez era el
tesoro de los tesoros, la niña de sus ojos. Apenas hube
descubierto que se mantenían ciudadosa y atentamente y
mantenían a sus hijos al margen de la tentación, supe
cómo debía proceder. -¿No comprenden ustedes, seres
simplones, que la más débil de todas las cosas débiles es
la virtud que no ha sido probada por el fuego? Esbocé
un plan y reuní una lista de nombres. Mi proyecto
consistía en corromper a Hadleyburg la incorruptible.
Mi intención era convertir en mentirosos y ladrones a
cerca del medio centenar de hombres y mujeres
intachables, que jamás profirieran una mentira ni
rogaran un penique en su vida. Temí a Goodson. Éste
no había nacido en Hadleyhurg ni se había criado en esa
ciudad. 'temí que, si empezaba a ejecutar mi plan
exponiendo mi carta ante ustedes, se diría: Goodson es
el único de nosotros que hubiera sido capaz de darle
M A R K T W A I N
74
veinte dólares a un pobre diablo» y que, entonces, no
habrían mordido mi cebo. Pero el cielo se lleve a
Goodson, entonces comprendí que yo estaba a salvo y
eché mi caña y puse el cebo. Quizá no atrapara a todos
los hombres a quienes envié por correo el presunto
secreto, pero atraparía a la mayoría de ellos, si conocía el
temperamento de Hadleyburg. [VOCES: «Es exacto.
Los atrapó a todos.»). Estoy convencido de que, por
miedo de perderlo, llegaríais a robar hasta lo que es con
toda evidencia .dinero de juego», vosotros, pobres
víctimas de una educación equivocada y de la tentación.
Confío en aplastar para siempre vuestra vanidad y en
darle a Hadleyburg una nueva reputación, esta vez
duradera, y que llegará lejos. -Si he obtenido éxito, abran
c talego y convoquen a la comisión para la propagación
y salvaguarda de la reputación de Hadleyburg».
UN CICLON DE VOCES: -¡Ábranlo!... -¡Ábranlo!
-¡Que se adelanten los dieciocho! -¡La comisión para la
propagación de la tradición! -¡Que se adelanten los
incorruptibles!
El presidente abrió el talego, lo vació, recogió un
puñado de relucientes monedas anchas, amarillas; las
juntó, luego las examinó.
-¡Amigas, no son más que discos de plomo dorados!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
75
Hubo un estruendoso estallido de satisfacción al oír
la noticia, y, cuando se hubo acallado el alboroto, el
curtidor exclamó:
-Por derecho de aparente prioridad en el asunto el
seno-¡ Wilson es presidente de la comisión para la
propagación de la tradición. Sugiero que se adelante en
nombre de sus compañeros y reciba en fideicomiso el
dinero.
UN CENTENAR DE voces: -¡Wilson! -¡Wilson! -
¡Wilson!
-¡Que hable! -¡Que hable! Wilson (con voz trémula
de ira): Permítanme que diga, sin pedir excusas por mi
lenguaje: ,Maldito sea el dinero!» UNA VOZ: -¡Oh! -¡Y
es baptista!
OTRA VOZ: -¡Quedan diecisiete Símbolos! -
¡Adelante, caballeros, y háganse cargo del fideicomiso!
Hubo una pausa sin respuesta.
GUARNICIONERO: Señor presidente, nos queda
una hombre limpio de la difunta aristocracia; ese
hombre necesita dinero y lo merece. Propongo que se
de signe a Jack Halliday para que suba al estrado y
ponga a subasta ese talego de piezas doradas de veinte
dólares y le dé el resultado al hombre que lo mere ce, al
hombre a quien Hadleyburg se complace en honrar:
Edward Richards.
M A R K T W A I N
76
Esto fue acogido con gran entusiasmo, con nueva
intervención del perro. E1 guarnicionero inició la puja
con un dólar, la gente de Brixton y el re presentante de
Barnum pujaron con fuerza, la gen te vitoreó a cada
salto que daban las apuestas; la excitación creció cada
vez más; el brío de los interesados fue en aumento y se
volvió cada vez más audaz; los saltos llevaron de un
dólar a cinco, luego, a diez, luego, a veinte, luego, a
cincuenta, luego, a cien, luego. A1 empezar la subasta,
Richards le susurró acongojado a su esposa:
-¡Mary! -¿Podemos permitir esto? Es... es... ya lo ves,
una recompensa a la honradez, un testimonio de
honestidad de ánimo y... y... -¿podemos permitirlo? -
¿No será mejor que me ponga en pie y... -¡Oh Mary! -
¿Qué debemos hacer? -¿Qué crees que?... [LA voz DE
Halliday: -¡Dan quince! -¡Quince por el talego!... -
¡Veinte!... -¡Ah, gracias! -¡Treinta!,.. -¡Gracias! -¡Treinta,
treinta, treinta! ;E le oído decir cuarenta? -¡Cuarenta! -
¡Hagan rodar la bola, caballeros, háganla rodar! -
¡Cincuenta! -¡Gracias, noble romano! -¡Vamos,
cincuenta, cincuenta, cincuenta! -¡Setenta! -¡Noventa! -
¡Espléndido! -¡Cien! -¡Quién da más, quién da más! -
¡Ciento veinte! -¡Ciento cuarenta! -¡A tiempo! -¡Ciento
cincuenta! -¡Doscientos! -¡Soberbio! -¿He oído dos...? -
¡Gracias! -¡Doscientos cincuenta!»] _Es otra tentación,
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
77
Edward... Estoy temblando... Pero... -¡Oh! Hemos
escapado a otra tentación, y eso debería ponernos en
guardia para... [-¿He oído seiscientos? -¡Gracias!
Seiscientos cincuenta, seiscientos cin... -¡Setecientos]. Y,
con todo, Edward, si se piensa... nadie sospecha... [«-
¡Ochocientos dólares! -¡Hurra! -¡Digamos novecientos! -
¿Le he oído bien, señor Parsons?... -¡Gracias! -
¡Novecientos! -¡Este noble talego de plomo puro que se
va por sólo novecientos dólares, con dorado y todo!... -
¡Vamos! -¿He oído?... -¡Mil! -¿Dijo alguien mil cien? -
¡Un talego que será el más célebre del mundo! -¡Oh,
Edward. Y empezó a sollozar. -¡Somos tan pobres!
Pero..., pero... Haz lo que te parezca mejor..., haz lo que
te parezca mejor...
Edward estaba desfallecido, esto es, sentado y
sumido en silencio; con la conciencia no muy tranquila,
pero abrumado por las circunstancias.
Mientras tanto, un forastero, con aire de detective
aficionado, vestido como un inverosímil conde inglés,
había estado observando el desarrollo de la velada con
manifiesto interés y expresión de júbilo, comentando el
asunto consigo mismo. Su soliloquio.
Se desarrollaba ahora, más o menos, así: «Ninguno
de los dieciocho formula una oferta, y esto no está bien.
Hay que cambiarlo; lo impone la unidad dramática. Esa
M A R K T W A I N
78
gente tiene que comprar el talego que intentara robar, y
tiene que pagar por él un precio muy alto. Algunos de
ellos son ricos. Y otra cosa: cuando yo cometo un error,
en relación con la naturaleza de Hadleyburg, el hombre
que me ha hecho caer en ese error tiene derecho a una
alta remuneración, y alguien tiene que pagarla. Ese
pobre viejo Richards ha puesto en ridículo mis
capacidades de discernimiento: es un hombre honrado.
No lo entiendo, pero lo reconozco. -Sí: ha visto mi
póquer con una escalera, y el plato le corresponde por
derecho. -¡Y será un plato abundante, si funciona mi
sistema! Me ha 'decepcionado, pero no importa.
El forastero seguía atentamente la puja. Al llegara
mil dólares, el mercado se desmoronó; los preciosa
flojaron pronto dando tumbos. Esperó, y siguió
observando. Un competidor se apartó de la puja; luego
otro y otro más. Entonces el desconocido hizo un par
de ofertas. Cuando las ofertas bajaron a diez dólares, él
añadió cinco, alguien aumentó tres; el forastero esperó
un momento y se lanzó a un salto de cincuenta dólares,
y el talego fue suyo por mil doscientos cientos ochenta y
dos dólares.
Los presentes estallaron en vítores y luego
guardaron silencio, porque el forastero se había puesto
en pie y levantaba la mano. Comenzó a hablar.
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
79
-Deseo decir unas palabras y pedir un favor.
Comercio con objetos raros y tengo negocios con
personas interesadas por la numismática en todas partes
del mundo. De esta adquisición, así como es, yo le
puedo sacar ventaja; conozco la forma, siempre que
consiga vuestra aprobación, de poder obtener que cada
una de estas monedas de plomo valgan como auténticas
monedas de oro de veinte dólares, o quizá más. Dadme
vuestra aprobación y yo le daré parte de mis ganancias al
señor Richards, cuya invulnerable probidad han
reconocido ustedes tan justa y cordialmente esta noche;
su parte será de diez mil dólares y le entregaré el dinero
mañana. Grandes aplausos del público. Pero la
invulnerable probidad, hizo que los Richards se
sonrojaran considerablemente; pero esto fue
interpretado como falsa modestia, y no les causó daño.]
-Si ustedes aprueban mi propuesta por una amplia
mayoría, me gustaría que fueran clon tercios de votos,
consideraré tal aprobación corno el consentimiento de
la ciudad, y eso es todo lo que pido. A las cosas raras les
ayuda siempre cualquier artificio capar efe suscitar
curiosidad y de llamar la atención. Ice modo que, si
ustedes me permiten grabar sobre cada una de estas
aparentes monedas los nombres de los dieciocho
caballeros que...
M A R K T W A I N
80
Las nueve décimas partes del público se levantaron
inmediatamente incluido el perro y la propuesta fue
aprobada entre un torbellino de aplausos y vivas.
El público se sentó y todos los Símbolos, a
excepción del doctor Clay Harkness, se pusieron de pie
protestando con vehemencia contra el ultraje propuesto,
y amenazando con les niego que no me amenacen dijo
el forastero tranquilamente. Conozco mis derechos
legales y no acostumbro a dejarme intimidar por las
fanfarronadas. /Aplausos/. El forastero se sentó.
En este momento el doctor Harkness vio una
oportunidad. Era uno de los dos hombres más ricos de
la ciudad, Pinkerton, el otro. Harkness era dueño de una
casa de moneda, mejor dicho, de un popular
medicamento patentado. Era candidato por uno de los
partidos alas elecciones y Pinkerton lo era por otro. Se
trataba de una carrera reñida y apasionada y cuyo
apasionamiento aumentaba de día en día. Ambos tenían
mucha hambre de dinero y cada uno había comprado
una gran extensión de terreno con una finalidad: se
tendería un nuevo ferrocarril y ambos querían salir
elegidos y contribuir a que se trazara el itinerario en su
beneficio. Un solo voto podía bastar para decidir el
asunto, y con él, dos o tres fortunas. La suma en juego
era grande, y Harkness, un especulador audaz. Estaba
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
81
sentado junto al forastero. Se inclinó hacia él, mientras
algunos de los demás Símbolos distraían al público con
sus protestas y súplicas, y le preguntó en un susurro:
-¿Cuánto quiere por el talego?
-Cuarenta mil dólares.
-Le doy veinte.
-No.
-Veinticinco.
-No.
-Digamos treinta.
El precio es cuarenta mil dólares, ni un penique
menos. De acuerdo. Se los daré. Iré al hotel a las diez de
la mañana. No quiero que esto se sepa; lo veré a usted
en privado. De acuerdo.
Entonces el forastero se puso de pie y dijo a todos
los presentes:
Se me está haciendo tarde. Los discursos de estos
caballeros no carecen de mérito, de interés, de gracia;
con todo, con vuestro permiso, voy a retirarme. Les
agradezco a ustedes el gran favor que me 'jl han
dispensado al acceder a mi petición. Le pido ala
presidencia que me guarde el talego hasta mañana y que
le entregue estos tres billetes de quinientos dólares al
señor Richards.
M A R K T W A I N
82
Los billetes fueron entregados a la presidencia
después de pasar por varias manos.
-A las nueve vendré en busca del talego y a las once
entregaré el resto de los diez mil dólares al señor
Richards en persona, en su casa. -¡Buenas noches!
Luego el forastero salió del salón y dejó al público
entre un gran alboroto, compuesto por una mezcla de
vítores, la canción de Mikado, la desaprobación del
perro y el coro: -¡Usted dista de ser un hombreee
malooo! ¡A- a- a- amén!
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
83
IV
De regreso a su casa, los Richards debieron soportar
felicitaciones y cumplidos hasta la medianoche. Luego
se quedaron solos. Su aire era algo triste y
permanecieron silenciosos y pensativos. Finalmente
Mary suspiró y dijo:
-¿Crees que somos culpables, Edward? -¿Muy
culpables? Y sus ojos se posaron sobre el acusador
terceto de graneles billetes de banco que estaba sobre la
mesa, donde los visitantes que los felicitaron los habían
contemplado con deleite y tocado con veneración.
Edward no contestó inmediatamente; luego suspiró
y dijo vacilando:
-Nosotros , nosotros no pudimos evitarlo, Mary. !
-Eso... estaba predestinado. Todo está predestinado.
-Mary levantó los ojos y le miró con firmeza, pero el
no le devolvió la mirada. Al poco rato ella dijo:
M A R K T W A I N
84
-Creo que las felicitaciones y elogios siempre saben
bien. Pero... ahora me parece que .... Edward...
-¿Qué?
-¿Seguirás trabajando en el banco No .... no.
-¿Dimitirás?
Mañana por la mañana... por carta. Parece lo mejor.
Richards abatió la cabeza sobre sus manos y murmuró:
-Antes yo no tenía miedo de que pasaran por mis
manos ríos de dinero ajeno, pero... Estoy tan can sido,
Mary Tan cansado tenemos que acostarnos.
A las nueve de la mañana el forastero fue a buscar el
talego y se lo llevó al hotel en un cabriolé. A las diez,
Harkness sostuvo con él una conversación confidencial.
El forastero solicitó y obtuvo cinco cheques contra un
banco de la ciudad, al portador, cuatro de mil quinientos
dólares cada uno y uno de treinta y cuatro mil. Puso uno
de los primeros en su cartera, y el resto, que
representaba treinta y ocho mil quinientos dólares, fue
colocado en un sobre y le añadió una carta, que escribió
cuando Harkness se hubo marchado. A las once llamó a
la casa de los Richards. La señora Richards atisbó por
entre las persianas, se adelantó y recibió el sobre; el
forastero desapareció sin pronunciar una sola palabra.
Ella volvió sonrojada y con las piernas algo trémulas y
dijo con voz entrecortada:
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
85
-¡Estoy segura de haberle reconocido! Anoche me
pareció haberlo visto en alguna parte.
-Es el hombre que trajo aquí el talegos ..
-Estoy segura.
Entonces es también el falso Stephenson y el que ha
dejado al descubierto a todos los ciudadanos
importantes de la ciudad con su falso secreto. Y bien... -
Si Vea enviado cheques en lugar de dinero, también
nosotros estamos al descubierto, después de haber
creído escapar. Yo estaba empezando a sentirme
bastante cómodo de nuevo, después de mi noche da
descanso, pero el aspecto de ese sobre me causa
vértigos. No es bastante voluminoso; ocho mil
quinientos dólares, aun en los billetes de banco más
grandes, abultan más.
-¿Qué hay de malo en los cheques, Edward? -
¡Cheques firmados por Stephenson! Me habría
resignado a aceptar los ocho mil quinientos dólares, si
venían en billetes de banco, pues habría pensado que así
está escrito, Mary. -¡Pero nunca he poseído mucho valor
y no tengo suficiente valentía para tratar de cobrar un
cheque firmado con ese nombre fatal! Eso sería una
trampa. Ese nombre trató de atraparme; nos salvamos
no sé cómo. Y, ahora, intenta otro procedimiento. -Si se
trata de cheques...
M A R K T W A I N
86
-¡Oh, Edward! -¡Qué lástima! Y Mary tomó los
cheques y se echó a llorar.
-¡Tíralos al fuego! -¡Pronto! Debemos escapar ala
tentación. Es una treta para que el mundo se burle de
nosotros junto con los demás y... -¡Dámelos, si tú no
puedes hacerlo!
Richards le arrancó los cheques a su esposa y trató
de que su presión no se debilitara hasta llegar a la estufa;
pero era un ser humano, era cajero, y se detuvo un
momento para asegurarse de la firma. Entonces, le faltó
poco para desmayarse.
-¡Abanícame, Mary! -¡Abanícame! -¡Estos cheques
valen oro!
-¡Oh, qué hermoso, Edward! -¿Por qué?
-La firma es de Harkness. -¿Qué misterio habrá
debajo?
-¿Tú crees, Edward ?
-Mira esto... -¡Mira! Mil quinientos... mil quinientos...
mil quinientos... y treinta y cuatro mil. -¡Treinta y ocho
mil quinientos dólares, Mary. El talego no vale doce
dólares y Harkness... aparentemente... ha pagado un
precio a la par.. .
-¿Y crees que todo eso va a parar a nuestras
manos... en vez de los diez mil dólares?
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
87
-Así parece. Y los cheques, además, están
extendidos al portador.
-¿Conviene eso, Edward? -¿Para qué sirve?
Es una insinuación para cobrarlos en algún banco
lejano, supongo. Quizá Harkness no quiere que se sepa
el asunto. -¿Qué es eso? -¿Una carta?
-Sí. Venía con los cheques. La letra era de
Stephenson, pero no había firma.
La carta decía: .. Soy un hombre desengañado. Su
honradez es más, fuerte que cualquier, tentación. Yo no
lo creía así, pero he sido injusto con usted en ese
sentido y le ruego que me perdone; le hablo con
sinceridad. Siento respeto por usted... y eso es también
sincero. Esta ciudad no es digna de atarle las sandalias.
Aposté conmigo a que, en su austera ciudad, habría
diecinueve hombres que se podían corromper. He
perdido. Llévese todo el .fajo; se lo merece.
Richards exhaló un profundo suspiro y dijo:
“-Esto parece escrito con fuego... Quema tanto...,
Mary Me siento acongojado de nuevo.
- Yo también. Ah, querido, ojalá...
- Pensar que él cree en mí, Mary.
- Oh, no digas eso, Edward... No puedo soportarlo.
-Si estas hermosas palabras fuesen merecidas, Mary,
y Dios sabe que las merecí en otro tiempo, creo que
M A R K T W A I N
88
daría los cuarenta mil dólares por ellas. Y guardaría este
papel, que para mí representaría más que el oro y las
joyas, y lo conservaría eternamente. Pero ahora... No
podríamos vivir en la sombra de su acusadora presencia,
Mary.
Richards arrojó el papel al fuego. Llegó un
mensajero y le entregó un sobre.
Richards sacó una carta y la leyó. Era de Burgess.
Usted me salvó en una época difícil. Yo le salvé
anoche. Fue a costa de una mentira, pero hice el
sacrificio de buena gana y con un corazón agradecido.
Nadie sabe, en esta ciudad, cuán valiente, huevo y noble
es usted. En el fondo, usted no puede respetarme,
sabiendo, como sabe, ese asunto del que se me acusa y
por el que la opinión pública me ha condenado, pero le
ruego que crea, al menos, que soy un hombre
agradecido. Eso me ayudará a sobrellevar mi carga.
[Firmado] BURGESS
-Salvado nuevamente. -¡Y en qué condiciones!
Richards tiró la carta al fuego.
-Ojalá me hubiese muerto, Mary. Ojalá no tuviese
que ver con todo esto...
-Oh... Estamos viviendo días amargos, Edward.
Días muy amargos. -¡Las puñaladas, a causa de su
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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misma generosidad, son tan profundas, y se suceden tan
rápidamente!
Tres días antes de las elecciones cada uno de los dos
mil electores se encontró repentinamente en posesión
de un valioso recuerdo: una de las famosas falsas
monedas de oro de veinte dólares. Sobre su anverso,
estaban grabadas las palabras:
LA INDICACIÓN QUE HICE AL
ATRIBULADO FORASTERO FUE», y en el revés
VÁYASE Y REFORMESE. [Firmado] PINKERTON.
Y de esta forma toda la escoria que había quedado
de aquella bufa broma cayó sobre una sola cabeza, con y
catastróficos efectos. Se renovó la hilaridad general y se
concentró en Pinkerton; y la elección de Harkness fue
un paseo. En los primeras veinticuatro horas que
siguieron a la recepción de los cheques, las conciencias
de los Richards se apaciguaron poco a poco, abatidas; la
anciana pareja estaba aprendiendo a reconciliarse con el
pecado cometido. Pero ahora debía aprender que el
pecado, provoca nuevos terrores auténticos, cuando hay
una posibilidad de que se descubra. Esto le, da un
aspecto nuevo y más concreto e importante. En la
iglesia el sermón dominical fue como de costumbre: se
trataba de las mismas cosas de siempre dichas m la
formo de costumbre y ellos las habían oído mil veces y
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las encontraban inocuas, casi sin sentido y adecuadas
para dormir cuando se decían. Pero ahora aquello
parecía distinto: el sermón parecía estar erizado de
acusaciones y se hubiera dicho dm apuntan directa y
especialmente contra la gente que ocultaba pecados
mortales. Al salir de la iglesia, los Richards se alejaron lo
más pronto que pudieron de la multitud que les
felicitaba y se dieron prisa en volver a casa, helados, no
se sabe muy bien por qué, -¡por unos temores vagos,
sombríos, indefinidos. Y dio la casualidad de que vieran
fugazmente al señor Hurgess al doblar éste una esquina.
-¡El reverendo no prestó atención a su saludo! No los
había visto, pero ellos lo desconocían. -¿Qué podía
significar la conducta de Burgess? Podía significar...
podía significar... ;Oh! Una docena de cosas terribles. -
¿Sabría Burgess que Richards podía haber probado su
inocencia, m esa época lejana, y habría estado es
pecando silenciosamente la oportunidad de ajustar
cuentas Ya en casa, llenos de congoja, se pusieron a
imaginar que la criada quizá había escuchado en el
cuarto contiguo que Richards revelaba a su esposa la
inocencia de Burgess. Luego Richards empezó a creer
que había oído crujir un vestido en aquel cuarto y,
finalmente, tuvo la convicción de haberlo oído.
Resolvieron llamar a Sara, con un pretexto; si les había
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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delatado al señor Burgess, se darían cuenta por su
empacho. Le formularon varias preguntas, preguntas tan
fortuitas e incoherentes y aparente mente carentes de
sentido, que la muchacha tuvo la certeza de que los
cerebros de ambos ancianos habían sido afectados por
su repentina fortuna; el modo de mirar penetrante y
escrutador de sus se ñores la asustó, y esto remató el
asunto. Saya se sonrojó, se puso nerviosa y confusa y
para los ancianos éstas fueron claras señales de
culpabilidad, culpabilidad de una u otra especie terrible,
y llegaron a la conclusión de que, sin duda, Sara era una
espía y una traidora. Cuando volvieron a quedarse solos,
comenzaron a relacionar muchas cosas inconexas, y los
resultados de la combinación fueron terribles. Y, e
cuando las cosas hubieron asumido el más grave cariz,
Richards exhaló un repentino suspiro, y su es posa
preguntó:
-¡Oh! -¿Qué pasa? -¿Qué pasa? -¡ -¡La carta! -¡La
carta de Burgess! Su lenguaje, ahora me doy cuenta, era
sarcástico.
Y citó una frase: , .. En el fondo, usted no puede
respetarme, rabien ;,l' do, como sabe, ese ayunto, del
que se me acusa. Y Richards añadió:
-¡Oh, todo está muy claro! -¡Dios mío! -¡Burgess
sabe que yo sé! Ya ves la ingeniosidad de la frase.
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Era una trampa... y yo caí en ella como un tonto. Y
además, Mary...
-Ah... -¡Es espantoso! -¡Sé que vas a decir...! Burgess
no nos ha devuelto el sobre con la famosa frase.
-No la conserva para destruirnos. Mary, ya ha
revelado nuestro secreto a algunos. Lo sé... Lo sé muy
bien. -¡Lo he visto en una docena de rostros ala salida de
la iglesia! -¡Ah! ¡Burgess no quiso contestar a nuestro
saludo! -¡Él sabía qué había estado haciendo!
De noche llamaron al médico. Por la mañana se
difundió la noticia de que la anciana pareja estaba
enferma de cierta gravedad, postrada en cama debido ala
agotadora excitación provocada por su golpe de suerte y
por las repetidas felicitaciones, en opinión del médico.
La ciudad estaba sinceramente acongojada, porque
ahora la anciana pareja era casi lo único de lo que podía
enorgullecerse.
A los dos días las noticias fueron peores aún. La`
pareja deliraba y hacía cosas extrañas. Las enfermeras
testimoniaron que Richards había exhibido cheques, por
valor de -¿ocho mil quinientos dólares?
No..., por una suma sorprendente... -¡treinta y ocho
mil quinientos dólares! -¿Cuál podría ser la explicación
de aquella suerte gigantesca?
EL HOMBRE QUE CORROMPIÓ HADLEYBURG
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Al día siguiente las enfermeras ofrecieron noticias
más extravagantes. Habían decidido esconder los
cheques por temor a que sufrieran algún daño, pero,
cuando los buscaron, habían desaparecido de debajo de
la almohada de Richards. El anciano dijo:
-Dejen en paz la almohada.
-¿Qué quieren?
-Creímos preferible que los cheques...
-Ustedes nunca volverán a verlos... Han sido
destruidos. Provenían de Satanás. Vi sobre ellos el sello
del infierno y comprendí que me habían sido enviados
para entregarme al pecado.
Luego Richards se puso a parlotear diciendo cosas
extrañas y terribles que no podían comprenderse
claramente y que el médico ordenó a las enfermeras no
divulgaran.
Richards había dicho la verdad: los cheques no
volvieron a aparecer.
Una de las enfermeras debió de hablar soñando,
porque a los dos días la ciudad conocía las palabras
prohibidas; y éstas eran de un carácter sorprendente.
Parecían indicar que también Richards había sido
uno de los pretendientes al talego y que Burgess había
ocultado el hecho, pero, más tarde, con maldad, le había
traicionado.
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Burgess fue acusado por esto y lo negó con mucha
decisión. Y dijo que no era bueno dar peso a los delirios
de un viejo enfermo, que no estaba en sus cabales. A
pesar de todo, la sospecha se notaba en el ambiente y
corrían muchas habladurías.
Después de un par de días se informó de que las
delirantes expresiones de la señora Richards se estafan
convirtiendo en copias exactas de las palabras de su
marido. La sospecha se acentuó, convirtiéndose en
convicción, y el orgullo de la ciudad ante la honradez de
su único ciudadano importante no desacreditado
comenzó a empañarse y a menguar hasta extinguirse.
Pasaron seis días y hubo nuevas noticias. La anciano
pareja estaba moribunda. El espíritu de Richards se
despejó en sus últimos momentos y envió a buscar a
Burgess. Éste dijo:
-Que nos dejen solos. Richards quiere decirme algo
en privado.
-¡No! dijo Richards. Quiero testigos. Quiero que
todos escuchen mi confesión, para poder morir ''como
un hombre y no como un perro. Yo era honrado,
artificialmente como los demás, y como los demás he
caído nada más que se presentó la tentación. Firmé una
declaración mentirosa y reclamé ese miserable talego. El
señor Burgess recordó que yo le hahía hecho un favor, y
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por gratitud (e ignorancia) suprimió mi sobre y me
salvó. Ya recordaréis aquel asunto en el que se le acusó a
Burgess hace años.
Mi testimonio, y sólo mi testimonio, pudo haberlo
liberado de culpa y cargo; y fui un cobarde y permití que
quedase deshonrado.
-No... no, señor Richards... Usted...
-Mi criada le contó mi secreto...
- Nadie me denunció nada Y, entonces, Burgess
hizo algo natural y justificable; arrepentido de la cortesía
que bahía tenido conmigo, con la que me bahía salvado,
me dejó al descubrir. Yo... como merecía...
-¿Jamás! Yo juré...
-Le perdono de corazón.
Las apasionadas protestas de Burgess chocaron ron
oídos sordos; el moribundo pasó a mejor vida sin saber
que, una vez más, había sido injusto con Burgess. Su
vieja esposa murió por la noche.
El último de los sagrados diecinueve había sido
víctima del diabólico talego. La ciudad quedaba
despojada del último jirón de su antigua gloria. Su duelo
no fue llamativo, pero sí profundo.
Por un decreto de ley, accediendo a un ruego, se le
permitid a Hadleyburg que cambiara su nombre por el
do... no se preocupen, no diré cuál es... y que cambiara
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dos palabras del lema que durante muchas generaciones
adornara el sello oficial de la ciudad.
Ahora ha vuelto a ser una ciudad honrada y tendrá
que madrugar el que quiera sorprenderla mientras
duerme indefensa.
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